martes, 29 de enero de 2013

LITERATURA DE LA MOVIDA MADRILEÑA

«Una visión de la Movida madrileña literaria en 15 minutos»


Entrevista a Gregorio Morales sobre la literatura de la Movida madrileña
 
 Literatura de la Movida madrileña
 Entrevista a Gregorio Morales
 
Una visión diferente de la Movida madrileña en 15 minutos, a través de esta documentada entrevista de Lidia Cossío a Gregorio Morales en el café Comercial de Madrid, realizada en febrero de 2007, en la que se demuestra que no hay movimiento artístico sin literatura, y donde queda patente que la Movida la tuvo, y buena, aunque los medios se deslumbraran más con la música, la moda y el cine. Sin embargo, aquella brillante superficie estaba animada por la imaginación, que se forjó y acrisoló en los relatos de los escritores de la Movida, espíritu que fijó las metas y llenó de contenido aquella portentosa eclosión de modernidad.
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sábado, 26 de enero de 2013

EL NÚMERO 3

«Enrique Morón es un triángulo»

Antonio César Morón, Enrique Morón y Gregorio Morales
Presentación de "Tríptico del desamparo", de Enrique Morón, en el Palacio de los Condes de Gabia el 24 de enero de 2013. De izda. a dcha. Antonio César Morón, Enrique Morón y Gregorio Morales. Foto: Ana Jiménez
El número 3
(presentación de "Tríptico del desamparo", de Enrique Morón)

¿Cómo es Enrique Morón? Tal vez parezca improcedente que comience así la presentación de un libro, pero es que nos manifestamos en todo cuanto nos rodea, y si hablamos de literatura, ésta nos retrata. Extraño misterio que usando todos las mismas palabras, éstas revelen nuestra singularidad. ¿Y cómo es entonces Enrique Morón? Aunque somos amigos desde hace muchos años, no me voy a servir de nuestras vivencias, sino justamente de su obra, para llegar a él.
Lo primero que llama la atención es su fijación por las trilogías. Hoy presentamos la última de ellas, la del desamparo, pero antes le han precedido las del esparto y el asfalto. ¿Por qué siempre tres? Tres obras compuestas a su vez por tres obras. Tres veces tres.
Pienso que la trilogía es intrínseca a Enrique Morón porque es un hombre triangular, es decir, un hombre en el que hay tres hombres: el campesino, el urbanita y el que contempla a ambos. O dicho de otra manera: El niño, el joven, el maduro. De esta forma Enrique Morón es a la par uno y trino, como las personas del Verbo. Yo, tú, él. No es gratuito que, en sus “Odas numerales”, diga del tres, entre otras cosas, que:

Te haces valer y vales como el oro.
Tiene garra tu voz. Prieto y punzante
y al mismo tiempo mágico y sonoro.

            ¿No es acaso un retrato del autor? Un autor que conjura los extremos para transgredirlos y superarlos. Vida, muerte, eternidad.
Encarnado como ha encarnado Morón el arquetipo del tres, no podía contemplar la realidad sino en tres fases: Tesis, antítesis, síntesis. La tesis es el medio rural, el elemento terreno del que nace todo, la fuente de las comparaciones, la relación en torno a la cual se ordena el mundo. La antítesis es la ciudad, para Morón epítome del vicio, de la perdición, de la angustia. Y la síntesis es su interior, que no se deja condicionar por la paradoja, sino que la trasciende en una mirada que lo abarca todo y que está llena de compasión. De ahí que los personajes que elige sean seres desgraciados, entregados al fatum, golpeados por las circunstancias.
Morón está habitado, pues, por tres hombres: uno de ellos es extravertido; el otro, introvertido; y el tercero, íntimo. El primero es jocoso, lleno de humor, divertido, dicharachero y bromista. El segundo es serio, concentrado, taciturno, silencioso y distante. Y el tercero, unión de los anteriores, es el escritor mismo, y está lleno de percepción, sabiduría, y también, mucha, mucha ternura. Por eso también es el amigo. Éste es el Enrique Morón que disfrutamos quienes gozamos de su amistad, aunque no es fácil llegar a él y constituye todo un proceso iniciático. De hecho, muchos lo confunden con alguno de los dos primeros, y se quedan ahí, detenidos, viendo sólo al ameno y elocuente contertulio o al gélido, ensimismado meditador. Pero desde luego no cabe duda de que la lectura de sus obras es el mejor camino hacia el tercer Enrique Morón, el menos conocido, que es ambos Enriques y completamente distinto de ellos.
Y esos tres hombres están en “Tríptico del desamparo”. La pieza que abre el libro, “Canción de otoño”, ha sido escrita por el Enrique rural, extravertido, astuto, locuaz y satíricamente crítico. En “Barrio de la Trinidad”, la pieza que cierra la obra, está el Enrique urbanita, es decir, receloso, sufriente, desarraigado, abrumado por la culpa de los apetitos humanos. Y en “Los hijos de María Morales”, pieza central, se halla la síntesis, el Enrique comprensivo que se mira a sí mismo y a los demás, indulgente con las mayores debilidades y bajezas, es decir, el Enrique Morón que ha aprendido a amarse, pues puede fallarle todo a su alrededor, pero se tiene a sí mismo.
Y es que la vida no fue fácil para nuestro autor, pues aunque económicamente no tuvo nunca problemas, sí los tuvo emocionales, ya que su padre murió cuando sólo tenía cinco años, y su madre cuando contaba dieciocho, y su única hermana ingresó en un convento. Tuvo, eso sí, la inmensa suerte de un tío ejemplar, que siempre estuvo a su lado, y también de encontrar a su esposa, que le ha prodigado un afecto incondicional.
Puesto que Morón supo que estaba solo y lo supo muy pronto, determinó que contaba consigo mismo. Y éste es el Enrique poderoso, más allá de las veleidades mundanas, al que no tientan ni la fama ni el dinero, amigo de sus amigos, aquél para el que la literatura es vida y la vida literatura. Éste es el  Morón que siente empatía por los seres golpeados, lanzados a los embates de la vida, por los débiles que se hacen fuertes y por los perdedores que siguen a pesar de todo.
En “Tríptico del desamparo”, nos encontramos tres situaciones adversas: Magdalena se enfrenta al interés y a la hipocresía, y los vence; María Morales es arrancada del campo a la ciudad, debe padecer la prostitución de una de sus hijas y, a pesar de ello, sigue adelante; y Remedios trasciende la drogadicción de dos de sus hijos en el amor desmedido hacia el tercero, un disminuido físico y mental. Los tres personajes gozan de una extraña resignación, de un acatamiento de la vida, sea la que sea, que nos traslucen la serenidad de su autor y una de las claves de su sabiduría: no te revuelques nunca contra lo que te es incómodo o desagradable; más bien, déjalo estar, ignóralo si  puedes, quítatelo elegantemente de encima; y si no, quítate tú de en medio, aunque esto último siempre aparece como una lejana posibilidad.
Es la filosofía que practican sus personajes porque, como en los sueños, todo lo que aparece en las páginas de los libros son facetas nuestras, por más que nos hayamos inspirado en otros. Quienes nos rodean son un espejo de nosotros mismos, y nunca es más verdad esto que en la literatura. Enrique Morón escribe para que nos conozcamos en su propio espejo, y también para conocerse él mismo. Por lo demás, pinta con pericia los tipos y su lenguaje, como si copiara del natural. Cuando asistimos a las conversaciones de los hermanos de Magdalena y sus cuñadas, un trozo de la vida provinciana estalla ante nosotros, y nos asfixiamos en el ambiente en que aún se asfixian tantos seres humanos; los diálogos son tan significativos, que todos los hemos escuchado alguna vez y podríamos ponerles nombres y apellidos. La situación de María Morales, por otra parte, ¡se ha dado tantas veces en la España del desarrollismo! Es la ruptura del sueño de progreso que tanto hemos escuchado o sentido. Y las vicisitudes de los drogadictos Vanesa y Óscar no son sino el desencanto de la modernidad española, ese espejismo de inconsistencia, mentiras y droga, como muy bien expresó Jaime Chávarri en su genial película.
Este tríptico de Enrique Morón encierra, pues, la historia contemporánea española, desde los primeros milagros económicos hasta la democracia y el pelotazo. Pero la amargura, como hemos dicho, es neutralizada por la compasión. Esto retrata a Enrique Morón como un hombre de su tiempo, con una mente ancha y sin prejuicios, y hace que su obra no sea escapista, sino estéticamente política, dramáticamente social. El presente queda desvelado de forma lúcida e inmisericorde, sin disfraces ni palinodias, con la vacua clase social nacida al amparo de la corrupta política española al frente. De modo que el fracaso, el egoísmo y el desamor de los personajes de “Tríptico del desamparo” son el fracaso, el egoísmo y la insolidaridad de la España contemporánea.
El autor utiliza la realidad como palanca para profundizar en la condición humana. Quiere esto decir que su objetivo no es la crítica social por sí misma, sino el corazón de los hombres, aunque, en aras de explicar sus mecanismos, utiliza las herramientas que le proporciona la sociedad en la que vive. De otra forma se habría quedado en el panfleto, como les ocurre a tantos escritores llenos de ridícula codicia, que tratan de “retratar a su generación” y lo único que consiguen es retratar sus prejuicios.
De ahí que Enrique Morón sea un escritor a secas, un dramaturgo en este caso, y no un escritor social, y por tanto no sea inocuo ni sirva de adorno de los políticos (como tantos escritores que se denominan así, “sociales”), sino que es un creador subversivo, como lo es toda la literatura genuina. Y desde luego, en la literatura de Enrique Morón, no hay esperanza para este desgraciado país, pero tampoco hay condena, lo que hace que la herida sea mucho más lacerante. Al final, entre la pureza y la corrupción, está la mirada artística, que las trasciende a ambas, es decir, está el número tres que supera e integra la dualidad de los extremos.
Por ello, la literatura es inseparable de la vida de Enrique Morón y rezuma tras cada paso que da, palabra que pronuncia o copa que bebe. Es como un Dios que, con su piedad, transforma las aristas y la crudeza del mundo. En definitiva, el número tres es inseparable de Enrique Morón. Él es un triángulo, y toda literatura que se precie es también deudora del triángulo. Como expresa en su oda, que ahora cito completa:

ODA AL NÚMERO 3

Tu realidad de mar, agria, lejana;
turbias olas anárquicas y amenas
en corazón de estirpe castellana.

Y tus curvas parecen dos ballenas
en límite de labios ambiciosos
con los dientes ocultos y las penas.

Eres recio, viril, altivo, hermoso.
De una cadera celta, de otra moro;
apasionado, cruel, supersticioso.

Te haces valer y vales como el oro.
Tiene garra tu voz. Prieto y punzante
y al mismo tiempo mágico y sonoro.

Sobre tu mar de sol agonizante,
yo te he visto sangrando muchas veces
flotando entre los naipes y los peces,
náufrago del azar y del diamante.

Así van sus personajes, “náufragos del azar y del diamante”. Pero no están solos, porque el autor los acoge en su seno y los ama. He aquí por tanto un libro que es tres obras en una gran obra. Un libro que es sobre todo y por encima de todo un hombre triangular. Y puesto que es un hombre triangular, nos ofrece la vida en toda su desnudez y también en toda su maravilla. Sociedad, Individualidad, Arte. Número 3 que os espera para embargaros. No tenéis que hacer nada, sino simplemente leer la trilogía. Todo lo demás se os dará por añadidura.

GREGORIO MORALES
Palacio de los Condes de Gabia, 24 de enero, 2013

miércoles, 23 de enero de 2013

PUENTE DE PLATA

«A enemigos así, puente de plata para que se arrimen»

Pancartas contra la Toma en la celebración del 2 de enero de 2013 (foto Libertad Digital)
 Puente de plata

¡Yo quiero enemigos como los de la Toma de Granada! Son como la banda de tambores y cornetas de las procesiones. Sin su ruido, parecerían un triste cortejo. ¡Y este ruido está traspasando las fronteras y haciendo que la Toma se haga famosa en todo el mundo! También ha movido a la Diputación y al Ayuntamiento a proponerla como Bien de Interés Cultural. ¡Anda que no  están logrando nada!
Las adhesiones, los ditirambos, las loas, se las pasa la gente por el forro, pero el rasgarse de vestiduras chupa cámara, y los opositores de la Toma se rasgan mejor que nadie los hábitos talares, como clérigos que son, es decir, primero declaran un folclórico acto impío y luego espurrean culpabilidad sobre quienes lo protagonizan.
Han lanzado anatema contra la Toma, y la izquierda ortodoxa se apresura a secundarlos prosternándose a sus pies. Y es que el espíritu antañón de probidad y conciencia espercojada que embargó el Imperio de los Austrias se  ha refugiado en la siniestra española, que es la derecha de la derecha de la izquierda europea, y por eso es nacionalista y por eso se llena de mala conciencia ante las proscripciones de los monagos, y no le importa dislocar ni criminalizar la historia, inventándose en su lugar una mitología buenista que lógicamente debe conducirnos a la pureza civil.
¡Yo quiero tales enemigos, que me hagan esta grandiosa publicidad! Pongamos por caso que publico una novela y no les gusta y me recriminan y me excomulgan, ¡nunca podría estarles lo suficientemente agradecido! Que tan simpares prestes se peguen a tu conferencia, a tu acto, a tu trabajo, a tu libro, para denigrarlos, para reventarlos, para ponerlos en el candelero de las infamias, ¡así es como se potencian y marcan las cosas para que nadie en el futuro se olvide de ellas! Todo lo que hoy creemos imprescindible nació en el escándalo: “Madame Bovary”, la circulación de la sangre, la rotación de la Tierra, los pantalones en la mujer, el Cubismo, la Teoría de la Evolución… Las legiones de agraviados les imprimieron tal fuerza que los convirtieron en hitos de la humanidad.
Lo mismo pasará con la Toma de Granada. La ceremonia será cada vez más nombrada, seguida y estimada, hasta ser considerada una obra de arte y preservada para los siglos venideros. Lo que era una curiosa efeméride local, que languidecía y a la que asistían cuatro gatos, se ha robustecido y luego se ha internacionalizado y cada vez vienen más periodistas y televisiones para difundirla a los cuatro vientos. ¡Éxito de márketing!
A enemigos así, puente de plata para que se arrimen, para que cada año jaleen más, para que apesadumbren nuevas conciencias y aumenten el número de prosélitos escandalizados. La repercusión que no han conseguido ni instituciones ni políticos nos la traen los molinetes de esta insuflada clerigalla. ¡Larga vida a enemigos así! 

GREGORIO  MORALES
Diario IDEAL, martes, 22 de enero, 2013

miércoles, 16 de enero de 2013

CAFEÍNA

«El Milenio del reino de Granada es un "Bienvenido míster Marshall" para los Berlangas del futuro»

Los líderes granadinos del PSOE y del PP, Teresa Jiménez y Sebastián Pérez, no se encontrarán en un motel (fotomontaje con documentos provenienes de IDEAL y Viajero Curioso)
 Cafeína

Los líderes granadinos del PP y del PSOE, Sebastián Pérez y Teresa Jiménez, se van a encontrar en privado. ¿Tal vez en un motel de carretera? ¡Ojalá! Pero no, no dan para eso. Si hicieran subrepticiamente el amor, nos cantaría el gallo de Federico, sería una perfecta coiunctio oppositorum, lo que necesita esta tierra que da pasos de gigante hacia el enano. El último de ellos, el Milenio, un “Bienvenido míster Marshall” para los Berlangas del futuro.
No, Teresa y Sebastián quedarán simplemente en el bar de la esquina para tomarse un descafeinado. Al trasponer el umbral, se darán un beso en ambas mejillas con la sonrisa profidén multiplicada por diez, se sentarán con euforia impostada, como si hubieran sido nombrados rey y reina de la belleza planetaria, y discutirán si les gusta más el descafeinado de máquina o de sobre. Y después de rodeos, perífrasis, eufemismos y frases almibaradas, llegarán a la crucial conclusión de que están muy cercanos porque ¡qué feliz coincidencia! a ambos les gusta el descafeinado: la política descafeinada, la cultura descafeinada, el Milenio descafeinado, la democracia descafeinada y la verdad descafeinada.
Y cuando haya acabado el encuentro, entonces tomarán de la mano a su verdadero amante que, cual libidinoso Peeping Tom, lo habrá escuchado todo escondido en el servicio, y la una se irá hacia el búnker de la Torre de la Pólvora, y el otro hacia el cenobio de Aben Humeya, y proclamarán apasionados cuanto han callado antes: “¡Pues no me quería seducir con su campechanía granaína!”, observará la una. “¡Me he puesto tapones de cera para no escuchar sus cantos de sirena!”, proclamará orgulloso el otro. Y Teresa dirá: “¡Seguro que lo he desarmado con mi sensual sonrisa!”. Y Sebastián se jactará: “¡Habrá visto lo que es un hombre, no sus monaguillos de partido!”. Y ambos creerán que, con sus encantos, habrán hecho mella en el otro, y que a partir de entonces las descalificaciones serán menores, y que ahora, además de callar sus propios errores, el flirt dará para callar los del contrario.
Pero ¡ay! lo descafeinado, descafeinado es. Y puesto que su flechazo ha sido un flechazo descafeinado en un encuentro descafeinado ante un café descafeinado, el fair play será descafeinado, y el despecho recíproco retornará con creces, y los exabruptos, culpas y reprobaciones emergerán al poco tiempo como explosiones atómicas. “¡Miserable!”, ascenderá a los cielos desde sus reales chiringuitos, y ahora ya no serán improperios descafeinados, sino enraizados en sangrientas vetas wagnerianas. Y comprenderán que se han encontrado para odiarse mejor, para odiarse con cafeína, como debe ser, visceralmente, melodramáticamente.
Qué bello espectáculo verlos enfrentados mientras los cada día más pobres súbditos los sustentan con impuestos, y ellos se odian como regalados dioses jupiterinos, salvo que han sustituido la ambrosía por la cafeína. Para el vituperio, sí que la beben. ¡Lástima que en el motel sólo haya champagne!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes 15 de enero, 2013