martes, 25 de junio de 2013

EL MENHIR

«No somos distintos de los hombres de la edad de piedra» 

Menhir erigido junto al Parque de las Ciencias de Granada el pasado 21 de junio de 2013 (foto: granadaenlared.com
El menhir 

Han alzado un menhir en el Parque de las Ciencias por medios trogloditas. Pesa 13 toneladas y han sido necesarios un centenar de voluntarios. Lo han erigido para celebrar el solsticio de verano con el espíritu de nuestros ancestros que plasmaban en piedra lo sagrado de la naturaleza y su asombrosa regularidad. Extraño que en la época de los viajes espaciales, de los telescopios volantes, de los aceleradores de partículas y de la ingeniería genética, se levante un tosco hito de piedra para plasmar la maravilla ante el cosmos.
La ciencia, lejos de arrebatarnos el asombro, nos lo multiplica a cada instante. El resultado es una permanente admiración que raya en lo sagrado, la misma de nuestros primitivos antecesores. Si para ellos lo extraordinario estaba en que el sol alcanzase la misma posición una vez al año, para nosotros reside en los millones de millones de millones de galaxias que pueblan el universo, en el hecho de que una misma partícula pueda estar en varios lugares a la vez, en lo extraño de que la materia surja constantemente de la nada y vuelva a la nada y, sin embargo, las cosas sigan existiendo, en lo inverosímil de que el mundo subatómico pueda retroceder en el tiempo, en lo inconcebible de los universos paralelos o en el enigma de las once o más dimensiones que se añaden a las cuatro conocidas.
Aunque disfrazado de recreación histórica dirigida por el profesor de la Universidad de Granada Francisco Carrión, el sentimiento de los participantes fue el de comunión mística. Porque no somos ni seremos jamás diferentes de aquellos hombres y seguimos enfrentándonos a la vida de la misma forma y con idénticos presupuestos. Sus brujos y curanderos son nuestros hombres de bata blanca que, como los primeros, dictaminan sobre nuestra vida y nuestra muerte y pueden matarte con un simple diagnóstico, igual que los gurúes llevaban a la tumba a quienes aojaban. Y de la misma forma que los trogloditas invocaban a los dioses en los más variados asuntos y detenían cientos de veces al día su tarea para rezarles y pedir su protección, los hombres de hoy invocan a sus smartphones por los más variados asuntos y detienen cientos de veces al día sus tareas para rezarles y pedirles protección. Y de la misma manera que quienes transgredían las normas eran segregados y todos hacían como no verlos hasta que morían de tristeza y soledad, hoy excomulgamos a nuestros vulneradores, los llenamos de oprobio y los alejamos y enchironamos, que es la forma actual de hacer como que no los vemos. E igual que aquella humanidad celebraba danzas rituales y mágicas a la luz de las estrellas, la humanidad de hoy celebra danzas rituales y mágicas a la luz de los focos, en botellones, en discotecas, en macroconciertos.
Todo es lo mismo aunque tal vez un poco más degenerado, menos natural, pero el espíritu y las personas no se han movido casi nada. Por ello, seguimos erigiendo menhires como el que se alza altivo en el Parque de las Ciencias, demostrando que los descubrimientos modernos no nos llevan a las luces, sino nuevamente a lo insondable y al misterio. Hemos viajado del menhir a la teoría de la relatividad y, de ésta, nuevamente al menhir.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 25 de junio, 2013

martes, 18 de junio de 2013

TEMERIDAD

«No existen los enemigos, sólo los límites»
Thomas Tursz, célebre cancerólogo francés, director del Instituto Gustave-Roussy en Villejuif (Francia), conversa con un médico hindú durante su estancia en la India en 2012 (foto: ARTE)
Temeridad

Thomas Tursz, un célebre cancerólogo francés, ha ido a la India para estudiar las técnicas de la medicina tradicional, y, después de considerarla acientífica, va y le dice para congraciarse a uno de estos médicos: “Bueno, al menos, tenemos en común que ambos combatimos al mismo enemigo: la enfermedad”. El hindú exclama entonces con musical acento: “¡Pero la enfermedad no es un enemigo!”. Tursz se queda pasmado. No entiende. ¿La enfermedad no es un enemigo?
¡Se trata justamente de eso! No existen los enemigos, sólo los límites. Nuestros enemigos son nuestros límites. Los enemigos están ahí no porque nos quieran mal, sino porque reflejan la parte de nosotros que no queremos aceptar, son los avisos piadosos que la vida nos pone en el camino: “¡Aquí no te has atrevido aún!”. Y entre estos enemigos imaginarios, hay que contar las fobias, lo que nos subleva, lo que nos emberrincha. Y la enfermedad.
Cuando combatimos a nuestro pretendido adversario, ahondamos los límites y, por tanto, potenciamos al adversario. Hasta el más bravo guerrero siente miedo en el combate, y el miedo hace real  al enemigo. Cuanta más sangre y más lucha y más muerte, más poder para el combatido. Por eso, los derrotados han acabado venciendo siempre. Por eso, ni los más potentes ejércitos han podido borrar sus fantasmas. Por eso, quienes luchan contra una enfermedad acaban antes o después vencidos por ella, de la misma forma que quienes luchan por conseguir sus sueños, acaban derrotados por sus sueños, o quienes luchan para imponer sus principios políticos, acaban viendo en su lugar la arbitrariedad, la codicia y la violencia.
No, no existen los enemigos, pero sí los límites, y los límites hay que transgredirlos e integrarlos. Que una persona me parezca insoportable, que me sulfuren las manifestaciones públicas de determinados individuos, que no alcance mis sueños, que el maldito dolor crónico me ataque, no son el indicio de mi mala suerte ni de mi precaria salud ni del mundo despiadado en que vivo, sino sólo que no soy capaz de romper las fronteras que yo mismo he erigido, de que no soy capaz de abrirme a lo que temo o a lo que anhelo, de que soy impotente para descubrir dentro de mí lo que creo ver fuera de mí.
La mejor medicina es la temeridad: no sentir terror ante los límites, sino precipitarse hacia ellos y abrazarlos. Y entonces, como en los sueños, descubres que son ilusorios, que sólo existen en tu mente, y que, cuando creías estar combatiendo para rechazarlos o luchando por alcanzarlos, estabas en realidad combatiéndote a ti mismo. Y te apercibes de que depende de ti no tener enemigos, de que la potestad para plasmar tus anhelos reside en ti, y que para ello basta con no sentir terror e ir hacia las fronteras y estrecharlas enérgicamente contra tu pecho. Y comprendes que el reputado cancerólogo francés es en realidad un curandero, y que el anónimo médico hindú es la verdadera autoridad, porque te lleva hacia los límites para que te cerciores de que no existen y por tanto no luches, y, al no luchar, se volatilice cualquier enemigo que creas tener. Y entonces alcanzas tu meta. Entonces sanas.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes 11 de junio de 2013

martes, 11 de junio de 2013

EL CINE DE LA CARABA

«Cines del Sur destrozó la deslumbrante película filipina “Thy Womb”» 

Cartel de la película filipina "Thy Womb", de Brillante Ma Mendoza, una de las que aspiran a la Alhambra de Oro en el festival de Cines del Sur de Granada 
El cine de la Caraba 

Tortura, impotencia y pena sintieron los invitados a la inauguración del festival Cines del Sur el pasado domingo. Tortura, por la presentación, cansina, repetitiva, sin imaginación, con dos actores que trataban de sacar adelante un pésimo guion que quería parecer el ensayo de la presentación misma. Algo tan tópico y tan mal urdido que los peores escolares habrían destellado ante ellos.
Y cuando por fin se fueron entre un suspiro general de alivio y comenzó la proyección de la película filipina “Thy Womb”, entonces vinieron la impotencia y la pena. ¡Imágenes borrosas, opacas, sin nitidez! En la época del HD, la proyección parecía haber salido de la noche de los tiempos, con fotogramas desenfocados y difusos, sin precisión, y colores tan desvaídos que a veces todo parecía sepia, y otras, gris. Era como, si en vez de actores, hubiese fantasmas en la pantalla. Ni siquiera en los primeros planos se distinguían los detalles, no hablemos de los planos medios, donde los personajes parecían caprichosas manchas de tinta.
“Thy Womb” es una película fascinante, exótica, llena de cromatismo y contrastes, y lo sé porque Internet me ha permitido verla. Durante toda la proyección en el Isabel la Católica, sin embargo, no pude dejar de preguntarme aturdido, escandalizado a veces, otras aterrado, cómo un festival que se supone defiende y ama el cine ha podido autorizar una proyección en estas condiciones. Simplemente Cines del Sur se cargó la película, haciéndole un flaco favor a los espectadores, al cine y al director del film. ¡Menos mal que el hombre no estaba entre el público! Sin embargo, sí había tres miembros del jurado y, si han aceptado calificar una película proyectada de este modo, simplemente es que el festival no tiene credibilidad.
Lo mejor de “Thy Womb” son los paisajes marinos, los palafitos donde viven los pescadores protagonistas, sus mercados flotantes y sus ceremonias nupciales, siendo el argumento un mero esqueleto para mostrar tanta y tan extraña belleza. Pero con las imágenes gangrenadas, desvaídas, sucias, la película no se sostenía y resultaba de un colosal aburrimiento. El público se removía en los asientos inquieto y miraba a sus móviles como tabla de salvación, hasta que se inició un ininterrumpido reguero de gente que escapaba del tormento.
Puede que el festival cuente con pocos medios, pero, para hacer una cosa así, es mejor no hacer nada. ¡En estas condiciones, no! Dados los pésimos y obsoletos medios con que parece contar el Isabel la Católica, que nadie en la dirección se hubiera anticipado al previsible estropicio que se hizo con “Thy Womb” puede hacer pensar en que la manga ancha, el todo vale, la falta de calidad, son cosas del sur. De pronto, lo que parecía un festival alternativo, multiétnico y singular, cobra un tinte macabro. ¿Esto es Cines del Sur? Mejor llamarle Sineh der Suh.
Lo único digno, lo único que estuvo a la altura que se le supone a un festival, fue la chica que, en un inciso del tedioso prolegómeno, danzó sobre velos colgantes. Estilizada, hermosa, tensa, audaz, bellísima. El resto, propio de aquella atracción de feria andaluza que anunciaba a la Caraba, y que no era sino una escuálida burra que “antes araba, pero ya no ara”. El domingo, la Caraba fue Cines del Sur.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 11 de junio, 2013

martes, 4 de junio de 2013

TALENTO

«España es a los muertos lo que el mundo anglosajón es a los vivos»

Una de las ilustraciones humorísticas de Guillermo Soria (fuente: IDEAL)
Talento

Somos generosos con los muertos y cicateros con los vivos. A los segundos, les escatimamos elogios y reconocimiento, mientras a los primeros se los ofrecemos de forma desmedida. ¿No debería ser al revés? Una sociedad sana, volcada en el presente, no tendría problemas en celebrar cuanto de superior tienen quienes nos rodean. Pero vivimos en una colectividad sustentada en el pretérito. Callados con quienes son, locuaces con quienes han sido. ¡Sí, debería ser al revés!
            Cuanto se ha dicho estos días de Guillermo Soria, el humorista de IDEAL recientemente fallecido, es verdad y ha sido escrito con sinceridad y corazón, ¿pero no sería mejor haberlo dicho mientras vivía? Y no basta con haberlo dicho entre amigos y corrillos, sino públicamente, de la misma forma que se ha hecho después. ¡Cuánto nos cuesta aplaudir el talento de los vivos! Es como si temiéramos que su luz nos arrase y tratáramos de ponernos a resguardo. No reparamos en que los pueblos que avanzan, los que marcan el progreso, son los que reconocen la grandeza de los vivos y la glosan apasionadamente.
            Los elogios son vistos con reticencia. Se piensa que están motivados por el interés, para conseguir algo, para pagar algún favor o como contrapartida de alguna dádiva. Las alabanzas no venden. Lo que vende es poner por los suelos a los vivos, y de ahí los programas basura de nuestra televisión. España y el mundo hispánico son a los muertos lo que el mundo anglosajón es a los vivos. Natural que los talentos se gangrenen o tengan que emigrar o ser reconocidos fuera.
            ¡Pero tú puedes invertir la situación! Toma un papel y escribe media docena de personas próximas a las que admires, que te parezcan especiales, que sean magníficas en algún terreno, originales, creativas… ¡y no esperes a que las palmen para difundirlo! ¡Hazlo ahora! Porque una sociedad es responsable de lo que ve, y lo que ve es hacia donde va. En España es un delito el talento. Luego es al talento hacia donde tenemos que mirar. Si empiezas, seguirán otros. ¡Y tal vez le demos un vuelco a esta sociedad derrotada!
            ¡Pero ojo! El talento, el genio, lo original, la creación, proyectan a veces sombras, y no se trata de pasar de puntillas por ellas. Es la diferencia entre adulación y reconocimiento. La sociedad de los muertos adula o veja, pero la de los vivos celebra y discute. ¡Esta es la crítica que las sociedades fúnebres no pueden tolerar, la que toma en serio el talento y por ello dialoga, debate con él! Por eso la crítica no existe en España, pero sí la adulación servil o la descalificación brutal.
            Guillermo Soria fue un humorista medio, pero, en los últimos 365 días, alcanzó la categoría de genio. Sus mejores chistes, sus inteligentes punzadas, sus clarividentes vueltas de tuerca, tuvieron lugar sin interrupción durante el año que precedió a su muerte. Como si se hubiera despojado de todo y hubiese entrado en las claves de la inteligencia y del humor, ese que no sólo genera sonrisas, sino que sacude, ilumina y descubre. Durante un año, un genio habitó entre nosotros, pero, como le ocurrió a Heráclito en Atenas, estuvo aquí y nadie lo reconoció.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 4 de junio, 2013