Fray Leopoldo de Alpandeire y Enrique Morente,
unidos por la santificación popular
Santos
Leopoldo de Alpandeire y Enrique Morente, beatos. Humana esta necesidad de santos. De izquierdas, de derechas, agnósticos, ateos, laicos, da igual. Todos buscan desesperadamente un santo al que asirse. Cultos, incultos, medianos, burgueses, pobres y ricos, ávidos de santidad; caníbales de santidad. Y así, cuando encuentran un candidato, lo devoran. Y sobre sus huesos, a modo de percha, cuelgan virtudes imaginarias, fastos modélicos, anécdotas milagrosas. Convierten sus vidas humanas en hagiografías cegadoramente blancas, lavadas con prodigiosos detergentes.
Fray Leopoldo y Morente, dos personas humildes en el trato, que conocían que la sociedad no tolera la soberbia. Y que cuando da algo, lo da a quienes se humillan. E inteligentes, astutos, se humillaban. Dos hombres inmensamente humanos que conocían lo humano.
Fray Leopoldo, entregado a la religión. Morente, al cante. Los dos, santificados. Sus vidas, reescritas. Ahora resulta que fray Leopoldo sanaba a cuantos tocaba; o a quienes miraba; o a aquellos por quienes oraba. Y también resulta que Enrique Morente estaba por encima de la vida y de la muerte, como un Cristo reencarnado Y las multitudes vienen al Triunfo o a Armilla a adorar a fray Leopoldo. Y las multitudes van a Málaga o a Granada a adorar a Enrique Morente.
Como la espiritualidad no existe, se buscan desesperadamente dioses. Como nadie da ejemplo, se fabulan gurús. Como vivimos hartos de la planicie política y de la caspicia televisiva, se pergeñan benefactores gigantes y quiméricos beatos.
Pero las víctimas se revuelven en sus tumbas. “¡Dejadme tranquilo! -debe de clamar fray Leopoldo-. ¿No os dais cuenta de que yo no hago milagros? ¡Los milagros los hacéis vosotros! Si creyerais que una piedra, un perro o una nube hacen milagros, tendríais milagros”. Y Enrique Morente protesta: “¡No me pongáis en los altares! He sido un cantaor apañao. ¡Pero no un dios!”.
Ahí están sus adoradores. Confunden la destreza con la sabiduría; la capacidad con el espíritu; las virtudes con la divinidad. Y de simples humanos fabrican engolados ídolos. Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento se escuchan loas como las que se escuchan estos días de fray Leopoldo o de Morente. Yahvé, Alá, Krishna o Buda palidecen ante su magna bonhomía.
Semejantes bufonadas son propias de un materialismo imbécil. Al negar la trascendencia, se proyecta en lo trivial. Al no ver lo invisible, se deforma lo visible. Al huir de lo interior, se caricaturiza lo exterior. La deificación de simples mortales es la prueba palpable de la necia insustancialidad a la que ha llegado la sociedad española, desde los humildes a los cultivados, desde los ignorantes a los progres. Todos tienen su santo de barro al que adjudican inauditas virtudes.
Con San Político Correcto, el altar está al completo. España, una y trina. Tres personas y un solo Dios verdadero: el guiñol donde se mueve tanta santidad de pacotilla.
Diario IDEAL, martes, 5 de abril, 2011
En época de crisis se multiplican los Santos y las apariciones Marianas... Tanto púlpito colapsa el verdadero trabajo.
ResponderEliminarMuy audaz.
Besos
La claridad del escrito es muestra de valentía.
ResponderEliminarEn todos los tiempos existió esta infección que costará mucho de erradicar, ya que se hizo fuerte y tiene sus raíces como tentáculos por todo el Mundo.
En vez de ser como los santos, los beatizan y los adoran, así crearon a los dioses.
Un abrazo
La humildad es una cualidad de las personas buenas, otra cosa distinta es el vasallaje. Los santos precisamente se distinguieron por no someterse a otro ser que no fuera su Dios. Algunos flamencos tienen como lema: "En mi "jambre" mando yo. Los primeros no harían mal a nadie, sino no hubiesen sido santos, y los segundos con su arte alimentaron la emoción y despertaron sentimientos a sus seguidores, lógico es que los recuerden, aunque sea en una portada del Ideal. Fdo. Tabarrico.
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