ESTEBAN, JOSÉ
VILLENA, FERNANDO DE
José Esteban/ Luis de Tapia
Luis de Tapia le muestra a Juan Belmonte la medalla otorgada por el Ayuntamiento de Madrid. Marzo, 1936 Foto:Editorial Renacimiento |
El académico Pérez Reverte ha “confeccionado” un Quijote apto para las
inteligencias infantiles. En una ocasión muy parecida, cuando Don Natalio
Rivas, ministro entonces del ramo, “confeccionó” un decreto por el que los
niños se verían obligados a dedicar al libro de Cervantes quince minutos
diarios, el gran satírico Luis de Tapia “confeccionó” estos tan actuales
versos:
¡Bueno está lo
bueno! ¡Sano es que la infancia
el Quijote lea;
pero a no dudar,
hay otras
lecturas de más importancia
de que nuestros
nenes débense enterar!
Yo, en vez del
Quijote, daría a los chicos,
para que leyeran
por obligación,
la lista
completa de navieros ricos,
que ante los tributos cierran el cajón.
Todas las
mañanas, los muchachos buenos
en la escuela un
rato debían leer
la historia
increíble de nuestros recortes,
de las preferentes
y el paro cruel.
Con ansia debían
leer los chiquillos,
en vez de
aventuras del gran Amadís,
la lista de
nombres de caciques, pillos
y acaparadores
que hay en el país.
Sabrían por
estas diarias lecturas,
que nuestros
ahorros y nuestro caudal
fueron devorados
por banqueros chulos,
corruptos
políticos y hombres de percal.
Con tal
ejercicio y haciendo a conciencia
quince minutitos
de atento leer,
al llegar los
niños a la adolescencia
sabrían mil
cosas que deben saber.
¡Bueno es que
los chicos, antes de ser hombres,
lean el Quijote,
que es el Ideal;
más también es
bueno que sepan los nombres
de quienes
causaron la miseria actual!
¡Quizá así
ignorasen los mil devaneos
del loco
idealista (¡es claro que sí!);
pero acaso,
acaso sintiesen deseos
de ahorcar a los
Sanchos que abundan aquí!
JOSÉ ESTEBAN
(por los mínimos arreglos)
LA LIBERTAD, 14 de marzo, 1920
(por los mínimos arreglos)
LA LIBERTAD, 14 de marzo, 1920
José Esteban
Casa de Cervantes en Madrid Foto: Jesús de María Zamarriego (Panoramio) |
Madrid fue una de las
cuatro ciudades de Cervantes. Alcalá, en la que nació; Valladolid y Sevilla en
las que vivió y escribió y, por último, Madrid en la que murió. Todas
ellas, las cuatro, le ignoraron tanto en vida como en muerte. Sería después,
pasados los años y aún lo siglos, cuando las cuatro, juntamente con alguna
otra, se pelearon por contarlo entre sus hijos más ilustres.
En 1605, año de la publicación de la primera parte del Quijote, Miguel
de Cervantes está, probablemente, en Madrid. Quizá ocupado en seguir el éxito
de su libro, del que se hacen ediciones sin su autorización. La realidad es que
desde este año, hasta su muerte, reside en la capital de España.
Sabemos que cambió de domicilio más de seis veces, probablemente por
dificultades económicas. Desde la calle de la Magdalena, a la de León, esquina
a la de Francos (hoy Cervantes), pasando por la de Antón Martín y Huertas. Era,
pues, vecino de Lope de Vega, Góngora y Quevedo y de muchos otros ingenios con
los que compartía academias literarias. La calle de Atocha, junto a la que
vivía, debió traerle muy buenos recuerdos. En ella se encontraba, y se
encuentra, la imprenta de Juan de la Cuesta, donde vio la luz de las prensas el
primer tomo del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Pero no por ello cesó su actividad literaria que culminaría con la
publicación de la segunda pare del Quijote, en 1615. Hay que decir que
la mayor y mejor parte de su producción se gesta por estas fechas madrileñas de
sus recién estrenados sesenta años.
Cervantes llevó, pues, en Madrid, una vida entretenida y agradable, además de
muy productiva, como decimos, en términos literarios. Ello no impidió que a
pesar de sus sesenta y tres años, quisiera marcharse con el conde de Lemos a
Nápoles, cuando éste fue allí como virrey, entre 1610 y 1616. Sin embargo, el
conde, al que inmortalizó, se llevó a los hermanos Argensola y a Mira de
Amescua, y dejó en tierra a Cervantes y a Góngora. La miopía crítica de
Lupercio Leonardo de Argensola, el secretario del conde y encargado de realizar
la selección, no le pasó desapercibida a Cervantes, que se lo reprochó, así
como a su hermano, en el Viaje del Parnaso:
Que tienen para mi, a lo que imagino
la voluntad como la vista corta.
Hoy, el mundo entero, recuerda su prólogo al Persiles y su admirable puesto
ya el pie en el estribo, / con las ansias de la muerte, / gran señor, esta le
escribo.
El miércoles 20 de abril de 1616, dicta de un tirón el citado prólogo: “Mi vida
se va acabando. (…) ¡Adiós gracias, adiós, donaires; adiós, regocijados amigos:
que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida”.
Éstas son las últimas palabras que de él conservamos. El viernes 22 de abril,
poco más de una semana después de Shakespeare, Miguel de Cervantes rinde su
último suspiro. Su muerte está consignada en la parroquia de San
Sebastián.
La capital de España desconoció que había muerto su vecino más ilustre y el
pobre entierro de Cervantes no turbó un solo momento las actividades siempre
febriles de la corte. Ni siquiera sus colegas notaron la ausencia del más
distinguido de todos ellos. Solamente Francisco Urbina y Luis Francisco
Calderón, ambos de mediano ingenio, cantaron sus alabanzas y pusieron humilde
flores sobre su tumba, hoy inexistente. Sus restos fueron dispersados a finales
del siglo XVII, durante la reconstrucción del convento que los albergaba.
Ni el gran Quevedo que nunca le
tuvo envidia, se ocupó de su muerte. Y el gran Lope de Vega debió sentirse más
tranquilo y más dueño de los teatros y la vida literaria de la capital de las
Españas.
Lo demás es silencio.
Pero en 1889, Galdós hizo un
viaje a la casa natal de Shakespeare, en Stratford-on-Avon. Recogió sus
impresiones, con el título La casa de Shakespeare, en un tomo de
miscelánea, Memoranda. Y escribe: “Desde luego que no hay en Europa
sitio alguno de peregrinación que ofrezca mayor interés ni que despierte
emociones más hondas, contribuyendo a ello no sólo la majestad literaria del
personaje a cuya memoria rinde culto, sino también la belleza y poesía incomparable
de la localidad”. Y es en este momento cuando vuelve su vista a España, su
grana obsesión, y se lamenta: “Honor insigne para un país es guardar los restos
de sus hombres ilustres. Nuestra incuria nos impide vanagloriarnos de esto.
Aunque sabemos que los restos de Cervantes yacen en las Trinitarias, y en
Santiago los de Velázquez, no podemos separarlos de los demás vestigios humanos
que contiene la fosa común”.
A pesar de vivir en una tierra
donde las traficantes de restos florecen, los del glorioso escritor nunca se
dejaron manipular. Don Manuel Azaña hace alusión irónica sobre ello: “Quien
hasta ahora no se ha dejado desenterrar, como Cervantes, incurre en falta. ¡Ah,
si el esqueleto del Manco apareciese! ¡Qué embriaguez! ¡Cuántas procesiones y carrozas,
qué profusión de reliquias, cómo nos revolcaríamos en la fosa abierta poseídos
de furia patriótica sepulcral! Mientras la providencia no nos favorezca con la
invención del “inmortal cadáver” que echo de menos, fuerza es consolarse
removiendo otros no tan importantes”.
Sin comentarios.
Pero también Cela en los años
cuarenta en una conferencia sobre el autor del Quijote, pedía a los
españoles que de una vez por todas le dejemos descansar en paz. Pero tampoco ha
sido suficiente.
Hoy, unos políticos ambiciosos
han visto en los restos del pobre escritor una posibilidad de hacerlos
rentables. Y están empeñados en buscarlos, pacientemente, y para ello
llevan ya gastados unos buenos miles de euros, con la inconsciencia que les
caracteriza.
Hemos llegado a tal desvergüenza
que respetar la historia nos importa un pito. Porque el caso de Cervantes es
especialmente grave. No sucede como con otros escritores, léase Machado, que
murió en el exilio y debemos dejarle donde la vida y la crueldad de sus
paisanos le obligó a morir. En lo que nos ocupa, la cosa adquiere mayores
proporciones de olvido, de crueldad, de ignorancia. Mientras Shakespeare, desde
el mismo momento de su muerte, y lo que aun es más importante, de su vida, fue
tratado como se merece, la crueldad con nuestro Cervantes empezó en su vida, y
claro, terminó con su olvidada muerte. Y no se trata en este caso de reparar
una injusticia histórica, ya irreparable, sino de un acto más de avaricia y
ansia de dinero, que caracteriza a esta sociedad insaciable. Se está llegando a
comerciar con la muerte, montando rutas de turismo de autores muertos, y para
ello no les importa revolverse contra la historia, contra la tradición y con el
respeto que todos, pero sobre todo Cervantes, se merece. ¿Que diría, ante tamaño
desafuero, el autor de La Gitanilla? Más o menos, esto: “Quitad
vuestras sucias manos de mis restos. No os fue bastante con humillarme en vida,
condenándome a la miseria, después de los servicios que presté a vuestros
reyes; no me dejasteis ir a América, a olvidarme de tanta injusticia, y me
obligasteis a morir en la pobreza y a que mis restos fueran a la fosa común. Y
ahora, hipócritas, venís a buscarme, y no con el objeto de que olvide la
injusticia que cometisteis conmigo, sino buscando fines más espúreos. No os
bastó con explotarme en vida; queréis ahora, también, ¡hi de putas!, explotarme
en la muerte, después de tantos siglos de olvido.
Además, no os debo nada. Como
dijo un poeta más cercano a vosotros, Antonio Machado, debeísme cuanto he
escrito; tampoco os debo el relanzamiento mundial de mi Quijote; olvidado por
vosotros, mis paisanos, los más obligados a hacerlo, porque además a vosotros
iba dedicado, fueron los ingleses y los alemanes, los europeos en general, los
que os obligaron a volver vuestros no limpios ojos sobre mi héroe para daros
cuenta de su grandeza y de su universalidad”.
Porque, ¿a quién pertenece
Cervantes? Sin duda alguna al pueblo español. no a los gobiernos, y más en este
caso locales, de turno. Porque la verdadera patria de Cervantes, la única que
de verdad no le traicionó, son sus obras. Y son ellas las que lo han
hecho inmortal. Y al igual que le pasa Homero, Cervantes sigue vivo
porque muchos, no todos, españoles seguimos leyendo sus maravillosas páginas, y
nada nos importa donde esté enterrado.
Otra cosa hubiera sido, como en el caso de Shakespeare, que, desde su entierro,
se le hubiera construido un cobijo digno, con sus recuerdos y sus cosas, y
existiera un verdadero museo cervantino. Muy al contrario sabemos de la soledad
de su muerte, y ahora, a toro pasado, intentar, además una especie de santuario
turístico. Porque las cosas se deben hacer en vida. Y a una vida olvidada, le
sigue una muerte más olvidada aún.
Su posible descubrimiento o la
falsedad del mismo, no va a traerle más gloria al llamado príncipe de los
ingenios, y por razones históricas, sus restos deben quedarse donde está, si es
que aún existen.
Si, ¡quitad vuestras sucias manos
de Cervantes!
Si de verdad queréis glorificar a
Cervantes, atended a los escritores madrileños que hoy viven poco más o menos
como se vio obligado hacerlo él. Eso sería preocuparse hoy de Cervantes.
No desenterrarlo, en un acto de nueva humillación semejante a los que se le
hicieron en vida.
Sí, ¡quitad vuestras sucias manos
de Cervantes!
JOSÉ ESTEBAN
La cultura en Granada
Fernando de Villena
Sede de Caja Granada. La moña con que se adorna es un montaje
que ilustró el artículo de Gregorio Morales ("Cubo con moña")
al que responde el presente de Fernando de Villena.
Un empleado de CajaGranada ha salido en defensa de la política cultural de dicha institución a propósito de las opiniones del escritor granadino Gregorio Morales acerca de la misma. Según nuestro novelista,la apuesta de CajaGranada por la cultura “visible” no es sino un síntoma granadino más de la cultura espectáculo que domina el país, que busca el “famoseo” entre escritores y artistas mientras abandona a su suerte al verdadero tejido creativo de la ciudad. El empleado de la Caja, en cambio, defiende lo contrario y afirma que renunciar al espectáculo, a los grandes nombres y a los grandes eventos supone defender la mediocridad y la cortedad de miras y privar a los jóvenes granadinos de un espejo donde mirarse. Finalmente, el autor de la réplica llega a decir que los mejores espejos granadinos, por desgracia, lucen en París, Nueva York o Madrid.
Si se me permite, voy a expresar yo ahora mis propias opiniones. Hace veinticinco años, obtuve el premio “Ciudad de Jaén” de novela convocado por “La General” con mi obra “Relox de Peregrinos”. Me presenté en justa lid. No conocía a ninguno de los miembros del jurado. Era un premio limpio y prestigioso. La novela con la que conseguí el galardón no salió en ninguna editorial de renombre, pero recibió numerosas críticas positivas y años después fue reeditada en Málaga. Entonces se hallaba al frente de la Obra Cultural de la Caja Manuel Titos, un profesor sabio, un gestor excelente y un escritor muy notable a quien yo tuve la suerte de conocer en aquella ocasión. La “General” contaba con varias colecciones literarias, una bellísima dedicada a nuestra Sierra, otra de poesía y otra de narrativa donde se publicaron más de cien libros de gran dignidad.
Andando los años, “La General” (después “CajaGranada”) puso en manos de la editorial “Mondadori” el premio “Jaén” de narrativa y ya todo fue un tongo sucesivo. La editorial concede desde entonces el galardón a escritores de su propia cuadra y el premio ha ido perdiendo prestigio e interés hasta el punto de que cualquier escritor que esté un poco al tanto de los entresijos de la vida literaria se guarda muy bien de presentarse a dicho certamen.
Algo análogo ha pasado con el concurso de novela histórica convocado por CajaGranada. Yo asistí a la entrega del primer premio. Creía con inocencia que el fallo iba a ser limpio. De finalista se encontraba el académico granadino José Vicente Pascual, un escritor que lleva entregado en cuerpo y alma a su obra toda su larga vida. Porque sépanlo, señores de CajaGranada y granadinos todos: en nuestra ciudad se está escribiendo desde hace varias décadas la mejor literatura de toda España; aquí nacieron las dos corrientes literarias más notables del periodo democrático: la Literatura de la Experiencia y la de la Diferencia; y aquí han perñado sus obras autores como Francisco Gil Craviotto, Juan Jesús León, Gregorio Morales, Antonio Enrique, José Lupiáñez, José Vicente Pascual, José García Ladrón de Guevara, Rafael Guillén, Arcadio Ortega, José Fernández Castro, Julio Alfredo Egea, Enrique Morón, Elena Martín Vivaldi, Antonio Carvajal, Francisco Acuyo, José Rienda, Amelina Correa, Antonio César Morón Espinosa, Juan Peregrina, Antonio Praena, José Gutiérrez, Juan de Loxa, José Heredia Maya, Carmelo Sánchez Muros, José Ortega, Javier Egea, Pablo del Águila, Nicolás Palma, Felipe Romero, José y Carlos Asenjo Sedano, José Luis Muñoz, Miguel Carrascosa, Miguel Arnas, Fernando Adán, Fidel Villar, José Manuel Martín Villena, Alberto Granados, Rafael Casares, Emilio Atienza, Celia Correa, María Rosa Nadal, José Luis Gártner, César Girón, Belén Juárez, José Enrique Salcedo, Francisco Plata, Pilar Redondo, Miguel Ángel Ruiz, Amalia de Toca, Andrés Cárdenas, Rosaura Álvarez, Marga Blanco, José Carlos Gallardo, Juan Gutiérrez Padial, Rafael Juárez, José Carlos Rosales, Ángeles Mora, Álvaro Salvador, Andrés Newman, Pedro Enríquez, Daniel Rodríguez Moya, Juanjo Castro, Alberto Maqueda, Vicente Sabido, Miguel D´Ors, Emilio de Santiago, Juan Bautista Serrano, José Antonio Fernández, José Antonio López Nevot, Ángel Olgoso, Mariluz Escribano, Rafael Rodríguez Almodóvar, Rafael Delgado Calvo Flores, Julia Olivares, José María Pérez Zúñiga y otros , muchos de los cuales tienen bastante que enseñar y muy poco que envidiar a quienes escriben en Madrid,, París o Nueva York. Pensar lo contrario supone el desconocimiento de lo que se está haciendo en nuestra ciudad y la visión provinciana del que se deslumbra ante los fuegos de artificio.
Eso fue justamente lo que ocurrió en el fallo de aquel primer premio de novela histórica: Durante la cena, mientras esperábamos el veredicto del jurado, una periodista de uno de los diarios de la ciudad nos dijo que no se le concedería a José Vicente Pascual, porque el premio ya estaba dado de antemano a una presentadora televisiva, esposa de otro presentador televisivo, e incluso nos comentó que la ganadora ya había sido entrevistada y que estábamos asistiendo a una ridícula farsa, a un paripé que más tenía que ver con el “famoseo” de las revistas del corazón (al que aludía Gregorio Morales) que con la literatura. Desde aquel momento, he rehusado asistir al fallo de estos premios pese a que siempre se me cursó invitación.
Pero el problema no se reduce a Cajagranada. Otras instituciones granadinas actúan de manera análoga. La Diputación, por ejemplo, mantiene desde hace décadas una colección donde se publican libros de Carlos Barral o de Adolfo García Ortega (director entonces de Seix-Barral), en tanto se desdeña a los granadinos. Y el Ayuntamiento crea un premio literario para regalar unos cuantos millones de las antiguas pesetas a autores ya consagrados que vienen, recogen el cheque y se marchan, mientras se despreocupa de reunir las obras completas de autores fundamentales como José García Ladrón de Guevara o José Fernández Castro.
En suma: que las instituciones culturales granadinas, en vez de potenciar hacia afuera lo que aquí se hace con gran tesón y esfuerzo, actúan como los de aquel pueblecito de la película “Bienvenido, Mr. Marshall” y, claro, reciben el mismo pago.
FERNANDO DE VILLENA
Diario IDEAL, sábado, 22 de enero, 2011
Diario IDEAL, sábado, 22 de enero, 2011
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