«Denyse se ha traído el mundo a Bubión»
Denyse Bertrand, la segunda por la izquierda, tras Andrés Monteagudo. Alfonso Alcalá, al fondo (cuarto por la izquierda). Rafael Vílchez, primero por la derecha. Junto a él, Gregorio Morales |
Denisa
Cuando Denyse llegó en los años 80 a Bubión, venía de la
Movida madrileña, del brillo vanguardista de galerías como Moriarty, de
Malasaña y su glamour de pana, de la fantasía turgente y multicolor del Rock‑Ola.
Venía de la belleza, del misterio, de la pasión. Y antes había arribado de
Canadá, lugar de nacimiento, y de Nueva York, donde, tras haber estudiado en el
mítico American Ballet, anduvo grácil por pasarelas y salas de danza.
Alta, espigada como la Venus de
Botticelli, Denyse Bertrand fue dejando aquella vida intensa y a salto de mata
para radicarse en este hermoso pueblecito, amable en verano, y duro, frío en
invierno. Y se hizo tan lugareña que se convirtió en Denisa. Una más en Bubión,
aunque, para la Movida, seguía siendo la pintora intrépida arribada del Norte y
que enamoraba como Sigrid al Capitán Trueno.
De superlativa inteligencia, Denyse
es versada en literatura francesa, inglesa y española. ¡Y qué castellano habla!
Puede darle clases al más pintado. Juega con las palabras, se introduce en sus
recovecos, les saca punta, las afila, les da la vuelta, las junta con extraña
pericia, renovando el lenguaje hasta el extremo de que el español emerge de su
boca como recién creado, con inusitada fuerza, casi como una bomba… Con su fina
ironía, que no elude las indirectas, la provocación inteligente o la eclatante
acidez, conversar con ella es un reto para las mentes abiertas. Aunque en su
papel de Denisa es campechana y tiene siempre una palabra amable, una sonrisa,
un gesto de cariño para quien se cruza con ella.
Denyse creó Debla en pleno
corazón del Poqueira, una galería de arte misteriosa, para iniciados, una caverna
que se adentra en la tierra como las catacumbas romanas. Aquí tienen sus
altares santos como Alberto García-Alix, Ceesepe, Julio Juste, Jordi Teixidor…
Cada día, como si orara, Denyse les infunde energía. Son su cordón umbilical
con las autopistas de la creación.
Franqueé las puertas del este
santuario el pasado sábado, cuando se inauguraba una exposición de Andrés
Monteagudo, que hace una arte parejo al alma de la sima, indagando en los
renglones del Universo, tratando de leerlos, buscando a través de realidades
paralelas las concomitancias de la materia con lo invisible. Varias lenguas y surtidos
asistentes. Entre ellos, Alfonso Alcalá y Rafael Vílchez.
Si don
Manuel Azaña hubiera conocido a Denyse, la habría frecuentado. En su defecto,
lo hacen los azañistas, que nomadean todos los agostos para estar unas horas
con ella, escuchar sus agudas observaciones, acompañarla a bailar un pasodoble
en la plaza de la Iglesia, o compartir el agua cristalina de la Fuente del
Lavadero.
A fin de cuentas, no son las
personas quienes van a los sitios, sino los sitios los que viajan con las
personas. Denyse se ha traído el mundo a Bubión. Y, por eso, Bubión, aunque
pequeño, es inconmensurablemente grande.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 24 de abril, 2012