«Si la
diáspora se ordenó en Granada, es de justicia que el retorno se proclame en
Granada»
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Gregorio Morales con la poeta safardí residente en Israel Margalit Matitiahu, a la que va dedicado el presente artículo, en un acto celebrado en marzo de 2011 |
El edicto de la Alhambra
A Margalit Matitiahu
Esta agridulce vida política que padecemos trae a veces
inesperados regalos, como el que los sefarditas, descendientes de los judíos
ibéricos expulsados en 1492, vayan a poder obtener automáticamente la
nacionalidad española. A estas alturas, es un símbolo, pero los símbolos son
muy poderosos, y a mí me llena de emoción. Es como si el sufrimiento de tantas
y tantas generaciones crecidas fuera de su patria pero fieles a ella y a su
lengua, fuera mío. Esta injusticia ha sido en mí una congoja permanente, por lo
que ahora noto una exultante liberación.
Mientras algunas
formaciones políticas abogan por sajar a su región de España, una parte del
mundo aboga por unirse a ella. Mientras el país sutura por numerosas heridas, antiguas
heridas quedan restañadas. Mientras el español se ningunea en determinadas
regiones, nos llega de fuera un español singular, rico y sonoro.
¡Pero sería
más bello aún si el decreto que lo hará posible se aprobase en Granada! Porque
fue en Granada, el 31 de marzo de 1492, tres meses después de la Toma, donde otro
decreto, conocido como el Edicto de la Alhambra, expulsó a los judíos de la
Península. Si la diáspora se ordenó en Granada, es de justicia que el retorno
se proclame en Granada.
Los partidos políticos locales
deberían pedirlo unánimemente al Gobierno. Si los símbolos son poderosos, este
símbolo multiplicaría su fuerza proyectado desde la ciudad de la Alhambra.
Dicen que la mancha de mora con otra verde se quita. La unión del nombre de
Granada al triste edicto de expulsión seria conjurada convirtiéndola en incondicional
anfitriona del regreso. En Granada, por tanto, debería tener lugar el Consejo
de Ministros donde se apruebe el preceptivo Real Decreto. El Gobierno debe ser
sensible a la Historia, y posibilitar que cualquier ciudad patria pueda
convertirse, aunque sea por unas horas, en la capital de España. En este caso,
en capital de las Españas, porque los judíos sefarditas se reparten por todo el
mundo.
Ayuntamiento,
Diputación y Junta deben hacer una petición expresa en este sentido. El fin de
la amputación y el acogimiento de los hijos pródigos sólo puede saldarse al pie
del palacio rojo. Del Edicto de la Alhambra al Real Decreto de la Alhambra. La
historia es una larga cinta, que puede ceder, estirarse, contraerse, pero que siempre
vuelve a su tamaño original.
Cuando España ha estado en un
tris de hacerse añicos, miles de españoles foráneos vienen con balsámica goma a
unirla, sin odio, con el amor que nunca dejaron de tener. ¡Qué admirable
ejemplo de persistencia y fidelidad! No somos nosotros quienes les tendemos la
mano, sino ellos a nosotros. La otrora ingrata España recibe la gratitud de sus
lázaros. Allá donde se forjó la impostura, se forja la reparación. El círculo
se completa. ¡Perfecto símbolo!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 27 de noviembre, 2012