«Se ha cambiado su
tratamiento de flautista de Hamelín por el de Mediador»
El flautista de Hamelín, que ahora se hace llamar mediador, finge llevarse tras de sí a las ratas de la crisis (ilustración: Guille) |
El flautista de Hamelín
Acecha los comercios de Granada, aunque, para mejor
acomodarse a los tiempos, se ha cambiado el tratamiento de flautista de Hamelín
por el de flautista Mediador. Pero en su caramillo suena la ancestral melodía: “¡Salvaré
a las empresas y despeñaré a las ratas por el tajo del Pollero!”. Para que le
encomienden tan trascendente misión, esgrime una amabilidad desbordante y se
comporta a medias entre un piadoso confidente y un Jame Bond demodé. Cuando
logra ser contratado por algún crédulo empresario, promete triunfal: “¡Tu negocio
no será roído por la crisis!”
Primero habla con los empleados a
solas, uno por uno, porque ésta es la forma de rendirlos. Se trata de
reducirles el sueldo y ampliarles la jornada, pero este siniestro objetivo lo
envuelve en almibaradas palabras, hace creer que es en interés del propio
trabajador, lo mezcla sutilmente con el miedo, y logra así su resignado
asentimiento. Cuando le ha metido el diente a cada sueldo, reúne a toda la
plantilla, sabiendo que ahora no habrá oposición, y le hace creer que se trata
de una decisión democrática. Si alguien formula alguna objeción, le plantea un
despido barato. “Mil euros y te vas”. Cuenta con que la mayoría no está
sindicada, no conoce sus derechos y puede ser confundida y manipulada.
Luego pilla por banda al empresario
y lo convence de recortar el producto. Es decir, dar menos por el mismo precio.
“Si reducimos en esta parte y menguamos en la otra, no se notará y te ahorrarás
un pastón”. Y le mete mano a la mercancía, que de pronto comienza a pesar menos
y a ser de inferior calidad.
A estas alturas, se jacta de que
le ha ahorrado miles de euros a la empresa, pero su tarea prosigue indesmayable
y se saca de la manga geniales proposiciones publicitarias, como regalarles a
los clientes vales coleccionables con los que obtener productos gratis. O que
los propios empleados publiciten la mercancía a voz en grito. “¡Es vuestra
empresa! –los alecciona– ¡Tenéis que sacarla a flote!”.
Por fin ha salvado el negocio. Entonces
extiende la mano y agarra cuanto ha sisado. El empresario se percata con
asombro de que es lo comido por lo servido. Mientras tanto, el rencor y la
desmotivación han cundido entre los empleados, y la empresa comienza a
tambalearse; las promociones ridículas la han desvalorizado, revelando
debilidad donde antes sólo había ligeros problemas económicos; y la merma del
producto ha espantado a los clientes. En consecuencia, la empresa se hunde
irremisiblemente.
Pero al tipo le da igual. ¡Ahora
tiene la cartera llena! Con una sonrisa de suficiencia, se coloca una corona de
laurel. ¡Nunca hubo tan magnífico flautista de Hamelín! O Mediador, vamos. Sólo
hay una pequeña variación: a quienes realmente despeña es a los empresarios y
trabajadores… ¡Así sus cómplices las ratas pueden cebarse en la ruina!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 6 de noviembre, 2012
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