«La belleza tiene velocidad como la luz y el sonido, pero no
todos los artistas corren a su ritmo»
El edificio de la Fundación Rodríguez Acosta, en Granada, construido en los años 20 del pasado siglo, corre a una velocidad superior a la de la belleza (óleo de Nekane Manrique Mezquita) |
Velocidad de la belleza
La belleza tiene velocidad, como la luz y el sonido, pero no
todos los artistas corren a su ritmo. Como expresó el perspicaz poeta Jean
Cocteau, hay quienes corren a una
velocidad inferior: son los epígonos, los pasados de moda. Sus seguidores están
constituidos por nostálgicos y conservadores. Hay, sin embargo, quienes igualan
la velocidad de la belleza: estos son quienes hacen un arte obvio y de tarjeta
postal. Su éxito suele ser inmediato, aparecen profusamente en los medios y
reciben sonados homenajes. Sus seguidores son las clases medias. Finalmente hay
quienes van a una velocidad superior a la de la belleza: son los que causan
escándalo, incomprensión o desdén, y son silenciados, ridiculizados o
vilipendiados ¡hasta que la belleza se topa con ellos, y entonces sus obras se
iluminan, resplandecen y revelan una despiadada hermosura! Sus seguidores son,
primero, outsiders, locos, heterodoxos, y luego, simplemente, los hombres de
todas las épocas.
Cada creador,
cada público, ama un tipo de velocidad. A mí me arrebata la última de ellas, la
que sobrepasa como un bólido a la belleza. Allá donde me topo con algo o con
alguien que viaja a esta velocidad, mi corazón percute aceleradamente, me
emociono y me lleno de vértigo.
Como un
hambriento, busco en Granada esos cabos cañaverales desde los que surcar lo
desconocido. El edificio de la Fundación Rodríguez Acosta es uno de ellos.
Considerado en su día una construcción atrabiliaria y de mal gusto, hoy nos
subyuga. A pesar de que se acerca al siglo de existencia, no ha perdido su
osadía y exhibe orgullosamente desconcertantes rupturas, temerarias propuestas
y una sorprendente unión de contrarios.
El Cubo, sede
de Caja Granada, es otra obra que fue concebida a una velocidad superior a la
de la belleza. Motivo de mofas y execraciones en su día, hoy comienza a
fascinarnos por la extraña conjunción entre lo sólido y lo etéreo, el sublime
juego de sombras y luces, el misterio ancestral que componen columnas y
lucernarios, y los impensados patios y sus íntimos pasadizos.
Hay
momentos históricos en los que toda una sociedad viaja a una velocidad superior
a la de la belleza y entonces se producen los estallidos creativos, las edades
de oro y de plata, la Barcelona modernista, la Generación del 27, el París de
las vanguardias, el Nueva York de la posguerra. Otras épocas han igualado la
velocidad de la belleza, como la España de la Transición, de la que emergió la
Movida. Y otras, como la España de hoy, van a una velocidad inferior, y son un
triste remedo de las Españas de otros tiempos. Pero agazapados en la oscuridad,
en los recovecos, en las simas, invisibles a los contemporáneos, crecen los
pilotos que retomarán el rumbo y, dejando audazmente atrás a la belleza,
esperarán con sosiego a que ésta los encuentre.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 13 de noviembre, 2012
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