«Entre
Padul y Dúrcal batallan la Bella y la Bestia»
Solo la delgada cinta de la carretera separa al humedal de Padul de esta cantera cuyo polvo vierte directamente sobre las aguas |
La cantera se halla situada directamente encima de la población de Padul |
La Bella y la Bestia
Asciendo a la Silleta desde Padul. Frondosos y verdes
bosques, aromas campestres, silencio primigenio, impresionantes vistas de cuantas
sierras rodean Granada. Rapta tanta belleza. Tras subir a la cima y saludar a
los fantásticos Alayos, rodeo la montaña y regreso por la parte opuesta.
Entonces, cuando me estoy
nuevamente acercando a Padul, todo se quiebra como en las películas de terror.
¡Una salvaje jauría metálica y un siniestro paisaje lunar me asaltan! ¡Las
canteras! ¡Las había olvidado!
Desde mi posición privilegiada, contemplo el
horror que están haciendo con el paraje. “Dios mío –me digo-, ¿cómo pueden
permitirlo?”. Lo que veo son bocados deshonribles en los pinares, asesinas
dentelladas, sartas de inmisericordes cuchillazos para humillar la belleza. El
ruido de las chicharras dentadas y la polvareda que levantan es tan grande que
llega incluso a la considerable altura donde me encuentro. El aire, lleno antes
de esencias florales, se me hace ahora pasta en la garganta. Pica. Comienzo a
toser.
La misma polvareda se cierne
sobre las casas de Dúrcal y Padul. “¡Esto no puede ser sano! –vuelvo a
decirme-. ¡Unas canteras tan cerca de la población!”. El aire que respiran
durqueños y paduleños no es el privilegiado que baja de la montaña, sino un
aire infestado de micropartículas de grava. ¿Y no hay nadie que clame contra
esto?
Prosigo mi camino bendiciendo
cuando este se aleja de las canteras y maldiciendo cuando vuelve a acercarse,
ya que serpea sobre las montañas. ¡Y entonces veo que es aun peor! Una de las
canteras se ha acercado tan peligrosamente al humedal de Padul, que ya solo la
separa la delgada cinta de carretera. Me escandalizo. ¿Dónde están las
autoridades, los peritos, los ayuntamientos? Veo nubes y nubes de insalubre
polvo blanco caer sistemáticamente sobre el humedal. La contaminación debe de
ser tan grande en el interior del lago que posiblemente ha arrasado con cualquier
forma de vida. Hago fotos del ecologicidio. ¡Si no, no me creerán!*
Sin embargo, aún me aguarda una nueva
truculencia. El sendero se corta abruptamente y, de repente, me abofetea con
prepotencia el enfermo paisaje de la gravera. ¡Las hambrientas máquinas han
puesto sus garras también en el camino! Mientras desciendo el talud agarrándome
a versátiles pedruscos que tiznan como infernales carbones y que se te meten por
ropas y botas, recuerdo una noticia lejana: allá por el 2005, el propietario de
una cantera del Padul fue condenado a ocho meses de cárcel por cercenar el parque natural. ¡Luego era esto! Se le obligó a restaurar
lo masacrado, pero resulta patente que no lo ha hecho. ¡Y es esta misma cantera
la que ahora está arruinando el humedal de Padul!
Ya en casa, examino los datos,
compruebo el nombre de la cantera y el de su dueño… y me topo con que no hace
ni dos meses que la consejería de Medio Ambiente de la Junta acaba de autorizarle
a abrir otra explotación, “Las Majadillas”.
Siento
compasión por estas tierras. ¡Tan cerca del Paraíso y tan lejos! Podrían tener
el Cielo, pero en su lugar les han colocado el Infierno. Mala atmósfera, ruidos
y, como fondo, un abominable paisaje marciano. Entre Padul y Dúrcal, batallan la
Bella y la Bestia.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 13 de agosto, 2013
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