«Vengo a
Bubión a volverme indefenso»
Atardecer de un día de verano en Bubión |
Verano en Bubión
El verano es una hora sin tiempo al mediodía en la que se
condensan todas las horas y en la que lo somos todo porque nos hemos abandonado
a todo. No hay verano sin esta hora y no hay vacaciones sin varios días experimentado
esta hora. La única condición para ello son el silencio y la soledad. Quienes
veranean en lugares masificados no tienen vacaciones.
Mientras las playas están llenas,
los senderos están vacíos. Desde la eternidad de Bubión, me entrego a esta hora
y conjuro así el tiempo y soy plenamente todos los que he sido y seré. Sin
ordenador, sin smartphone, sin GPS, me echo a la montaña y me pierdo en La
Cebadilla y subo al Cortijo de las Tomas y regreso a Capileira y a Bubión por
el cauce de las acequias, y cuando llego a la casita que he alquilado, me está
esperando un reloj de arena del que no se desprende un solo grano y me embarga
la totalidad de los niños, en la que el tiempo es tan espeso como el betún y
una gota tarda siglos en desprenderse.
Me echo una siesta en un silencio
que reverbera y, cuando despierto, el sol está aún alto, es otro día en el
mismo día, el tiempo se ha detenido o multiplicado, y aún puedo leer en la
terraza desde la que contemplo las casitas apiñadas, darme una ducha, ir a
pasear por la carretera y tomarme un vino en el Teide.
Ayer fui a Pitres por la Peña del
Ángel y Capilerilla. Mañana subiré al refugio de Poqueira. Otro día iré a
Puente Palo. ¡Qué milagro me parece tener dos piernas y poder andar cuanto
deseo, subir pendientes, patear trochas, cruzar atajos! La misma sorpresa que
debió de poseer a nuestros antepasados ante la maravilla de la rueda y la
velocidad a que conducía, la misma estupefacción de nuestros bisabuelos cuando
contemplaron los primeros automóviles, me embarga habiendo vuelto al más
primitivo medio de locomoción. ¡Nada como andar! Las ruedas te aíslan, aunque
sean las de una bicicleta. Ir sentado y moverse a determinada velocidad limita
el espacio y le roba su grandeza y su misterio.
Viviendo la dictadura del
automóvil, los pies son el descubrimiento. Por eso vengo repetidamente a
Bubión, jardín cerrado para coches, paraíso abierto para caminantes. Vengo para
volverme indefenso y andar por las montañas con mi sombrero, mi hatillo y mis
botas, y luego dormir con el candor de los niños y sentir su tiempo desnudo y
sin abalorios.
Sin retornos periódicos como este,
la civilización resultaría insoportable. Unas vacaciones para mí no son tiempo
libre, sino liberación de la profilaxis cotidiana, cese de la existencia
aséptica que envuelve como algodones nuestras vidas ciudadanas y troca al niño
que debe vivir en nosotros por un engreído Peter Pan.
Aunque también habrá ruido en Bubión,
el de las fiestas que comienzan este fin de semana, pero no será como los
cláxones afilados de una feria urbanita, sino como la silvestre fogata de media
noche en torno a la cual se danza. ¡Y eso haré junto a Teresa Melguizo, Denyse
Bertrand, Isabelo Herreros, Fernando de Villena, Antonio Méndez, Javier
Valenzuela y otros amigos! El caminante solitario extrae su fuerza de la tribu
a la que ama.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 20 de agosto, 2013
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