martes, 10 de septiembre de 2013

¡ESTUDIANTE!

«Un país esclerotizado tiene alumnos, no estudiantes» 

"Alumnos", la todopoderosa palabra que ha acorralado y finalmente extinguido a la bellísima "estudiantes" (foto: Investigación y Docencia
¡Estudiante!

“¡Estudiante!”, decíamos con orgullo mis compañeros de instituto y yo cuando alguien nos preguntaba la profesión. Hoy tendríamos que haber aflautado la voz y mascullar con desdén: “…Alumno”. Lo claman con profusión periódicos y televisiones: “Los alumnos comienzan el curso”. Comentaristas, contertulios, políticos, hablan de “alumnos”, aunque en puridad sólo a los profesores les compete la palabra, ya que se es alumno en relación a quien enseña y, por extensión, al centro educativo donde se enseña. Pero para el resto de la sociedad, la única palabra pertinente es “estudiante”. Si un periodista escribe que “tantos alumnos regresan a las aulas”, ¿acaso ese periodista es su profesor?
No, la palabra está mal empleada, y pasaría desapercibida o sería un error de los miles que nos asaltan por doquier si no fuera clarividentemente significativa, una precisa radiografía del apocado mundo que nos ha tocado vivir. La palabra “estudiante” implica algo activo, en ejercicio, independiente, poseedor de deberes y derechos, mientras “alumno”, por el contrario, conlleva algo pasivo, tutelado, contingente, sometido a la autoridad de un superior. Al denominar a alguien “estudiante”, le estamos suponiendo capacidad y madurez. Si lo llamamos “alumno”, carencia y sometimiento.
            ¿Qué día dejó de haber estudiantes para haber alumnos? Fue un cambio gradual, sin prisa pero sin pausa, que nos ha conducido a este “mundo feliz”, cuando la primera palabra ha sido desterrada del vocabulario y, con ella, el glamour, la singularidad, la aventura, la fascinación de estudiar, trucada ahora por un obtuso y pegajoso paternalismo que insiste en el enseñar, jamás en el estudiar.
¿Qué país puede progresar teniendo alumnos en lugar de estudiantes? No es extraño que España esté como está. Las palabras no son inocentes y traslucen la psique de una sociedad. Un país subsidiado, impotente, gregario, que ha renunciado a marcar su rumbo, tiene alumnos, no estudiantes.
            El prestigio de estudiar era tan grande en tiempos de mi formación que hasta los profesores nos llamaban así, estudiantes, y se referían a su alumnado en general como “los estudiantes”. Una aureola heroica flotaba sobre nosotros. Éramos los pioneros, los temerarios, los audaces de un mundo nuevo. Como si hubieran puesto en nuestras manos el destino y de nuestro trabajo activo dependiera el bienestar de todos. Era una alta responsabilidad cuyas expectativas sentíamos la obligación de colmar.
            Hoy el alumno es un ser inerme que pone sus expectativas en el profesor. Es éste el que tiene que ser temerario, pionero, audaz, aunque dentro de un orden, constreñido siempre por unos límites gregarios a los que tutela celosamente una cretina burocracia. Si el “alumno” no sabe algo es que no se lo han enseñado y, si tiene interés en algo, jamás investiga por su cuenta, sino que espera a que su profesor lo haga. Y si no, lo critica impúdicamente. Para el estudiante, sin embargo, no existe un mal maestro, porque lo utiliza como orientador y jamás delega su aprendizaje en él.
La diferencia entre un estudiante y un alumno resulta tan abismal que es semejante a la que existe entre el aventurero y el turista. El motor de una sociedad es siempre el aventurero, es decir, el estudiante. El alumno (o el turista) es sumiso y hoya los caminos trillados, ésos que anclan la miserable y pobre España de nuestros días.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 10 de septiembre, 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta este texto