«Me
fascina lo que llaman locura»
"Recuerdo vívidamente el par de noches canallas que, en el Madrid de los 80, pasé en compañía de Claudio Rodríguez, tan surrealistas, tan histriónicas, que el relato parecería igual de fabuloso que el de don Quijote tras su descenso a la cueva de Montesinos". Foto: dosis de literatura |
Locura
¿Qué debe de haber sentido el motrileño que ha hecho trizas cincuenta billetes de quinientos euros y los ha tirado por la ventana? Dicen que es esquizofrénico, pero yo sé que bautizan con este y otros mil nombres de la locura a aquellos que tienen comportamientos diferentes, a los atrabiliarios, a los atrapados en su sensibilidad, a quienes encarnan las obtusas contradicciones sociales.
¿Qué debe de haber sentido el motrileño que ha hecho trizas cincuenta billetes de quinientos euros y los ha tirado por la ventana? Dicen que es esquizofrénico, pero yo sé que bautizan con este y otros mil nombres de la locura a aquellos que tienen comportamientos diferentes, a los atrabiliarios, a los atrapados en su sensibilidad, a quienes encarnan las obtusas contradicciones sociales.
Este motrileño ha hecho lo que
muchos desearíamos pero nunca nos atreveremos a hacer: ¡dar un puntapié a las
miserables hojillas de papel que ahogan nuestras vidas! Unas veces porque no
tienes suficientes. Otras, porque son demasiadas y pesan como un fardo. ¡Al
diablo los papelorios ante los que se prosterna el mundo!
Me fascina lo
que llaman locura, siento una punzada de admiración y amor cuando estoy ante un
“loco”, soy de la calaña de la emperatriz Sissí, que necesitaba tanto de los
pirados que iba a los manicomios a convivir con ellos. Milito en las huestes de
Shakespeare, que disfrazó a Hamlet de lunático para mostrar su irresolución, y certificó
con su genio que sólo los locos, los niños y los borrachos dicen la verdad. Comparto
el espíritu de Cervantes, ensimismado en la locura del licenciado Vidriera, rendido
luego al más sabio avenado que han visto los siglos.
Amo cuando
se rompen las convenciones, caen hechos añicos los límites, estallan las
fórmulas gangrenadas, se pudren las expectativas manidas, y por eso me encandilan
los locos, bebo como un sediento de sus excentricidades, que son para mí la
demostración de que, a pesar de sus ciclópeos esfuerzos, el mundo no puede
imponernos su racionalidad enferma. Aunque los locos son compadecidos,
desdeñados o encerrados, si no fuera por ellos, moriríamos de arteriosclerosis.
Dalí conocía bien la necesidad de
locos que tiene el mundo, y él, tan cuerdo que fue el único artista de su
tiempo que entendió la física cuántica, se hacía el loco. Pero no lo era, de
ahí que su obra, cuando se la ve al natural, resulte tan insípida y sólo quede
bien en tarjetas postales o encima de la cama de los matrimonios santificados.
Sin embargo, Leopoldo María Panero sí estaba loco de verdad, aunque también le
encantaba jugar a serlo en sus momentos de lucidez, y entonces disfrutaba
aterrorizando a los bien pensantes, y por eso a veces se orinaba en el ascensor
de algunos editores. También tenía un punto de locura el gran Claudio
Rodríguez, aunque creo que nunca se sirvió de ello, pero recuerdo vívidamente
el par de noches canallas que, en el Madrid de los 80, pasé en su compañía, tan
surrealistas, tan histriónicas, que el relato parecería igual de fabuloso que el
de don Quijote tras su descenso a la cueva de Montesinos.
¡Imposible vivir sin insania! Toda
creación, lienzo, novela, poema o película en que no destelle una chispa de
locura, es algo plano y mostrenco. Por eso los amantes del orden, los buenos
ciudadanos y quienes tienen la conciencia limpia producen tan mala literatura.
El loco, como el arte genuino, va a contracorriente y, mientras lo normal en España
ha sido la codicia cleptómana de peloteros y politicastros, un loco de Motril
ha tirado por la ventana 25000 euros. ¿Chocante? ¿Terrible? ¿Lamentable? No,
no… ¡un diestro corte de mangas a la sociedad venal en que vivimos!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes 28 de enero, 2014