Una operaria de la empresa KBYO Biologic trata el mal de la piedra. Foto: Web de la empresa |
El mal de la piedra
Es
hermoso regenerar la piedra sin que mermen su textura y color, y más aún cuando
detrás de ello hay una empresa granadina, KBYO Biologic, que ha patentado una
fórmula para dejar los monumentos como nuevos, como recién estrenados, como si
nos sirviera un viaje en el tiempo para ver las cosas con los flamantes ojos de
sus coetáneos. Suena a varita mágica: una achacosa iglesia, carcomida, llena de
musgo y parásitos… ¡trocada en una fúlgida construcción cuyos sillares hubieran
acabado de salir de Sierra Elvira!
Nada
que ver con esos edificios recién restaurados con las piedras más pálidas que
los polvos de talco, como si las hubieran lavado con estropajo y sosa cáustica,
verdaderos fantasmas de las ciudades históricas, algo así como los políticos
reconvertidos, que no conservan ni su color ni olor originales, sino que
chirrían como pastiches. Ninguna relación tampoco con esos contados y mendaces
hombres públicos que han pedido perdón por sus barrabasadas y que habrían callado
si no hubieran sido descubiertos. No, el invento de la empresa granadina no
cambia sólo las apariencias, sino que regenera hasta el tuétano, quita los
vicios y devuelve las virtudes, de modo que la piedra se desprende del perverso
resabio de los lustros.
Así
que, junto a la Alhambra, a San Jerónimo, al Hospital Real, el producto debería
ser aplicado a las correosas piedras que militan en la política granadina,
ajadas, llenas de herrumbre, a muchas de las cuales el color y la luminosidad
sólo les duraron unas horas, y, entre ellas, al gran pedrusco que proyecta su
sombra oronda desde el Ayuntamiento, un menhir bajito que viene de la época troglodita
y que se quedó varado en unas de las pesadas canteras franquistas. ¡Qué milagro
si recobrara el candor y la ilusión y hasta se convirtiera en piedra benéfica
de sus conciudadanos! Pero hasta el día de hoy ha sido un ara más bien gafe,
simétrica a otra que tiene ante sí en forma de silícea rueda romana, y que de
tan deteriorada no furula ni unos centímetros, vamos, que más que rueda parece
la cuadratura del círculo, y hasta cuando rechina en los ejes de algún carro
emite balbucientes palabras escolares. Por no decir de otro pedrusquito
compañero, éste de la sierra de Cuenca, al que el mal uso reiterado ha convertido
en canica.
No
sólo éstos, sino muchos otros pedruscos han perdido su tersa superficie y le
confieren a la vida granadina un tinte gris, oxidado y vetusto. Allá a donde se
encuentre una institución, una organización, una plataforma, uno de estos
loscos obtura la circulación, produciendo ese inmovilismo exasperante, esa
falta de oxígeno aterradora de la vida provinciana, pues lo que busca la
existencia es manifestarse, fluir, y no
poder hacerlo produce esa larvada e infinita tristeza que planea sobre las
ciudades de provincias, y, por el contrario, en las grandes urbes y naciones,
cuando todo discurre, cuando no hay obstáculos, embargan la dicha y confianza.
Lo
que ha logrado la empresa del Padul pertenece a esto último, es un invento
propio de un país moderno, pero claro, para ello ha debido comenzar sorteando
los obstinados pedruscos que se interponían a su paso. ¡Que haya salido indemne
de semejante “mal de la piedra” demuestra hasta qué punto su patente es
portentosa!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 25 de marzo, 2014