«Picasso se pasó la vida huyendo de sí mismo para no dejar de ser él mismo»
Picasso en su taller. Foto: Diario Fuerza |
Picasso
a Joan Bruna
El
mundo limita a los cuatro puntos cardinales con Picasso. No es sólo el pintor, más
aún el hombre, pues el arte, aunque brille por sí mismo, es un reflejo de la
psique, y no dejan de asombrar las infinitas facetas a través de las que
Picasso proyectó la suya. ¿Era así de complejo o su pluralidad proviene del
asombro de un corazón simple?
Busco
a Picasso y busco su secreto y busco a la par el secreto de la creatividad, por
lo que me paseo con frecuencia por los museos Picasso de Barcelona y Málaga, y
visito cuantas exposiciones de Picasso tengo a mi alcance, y siempre acabo
maravillado, poseído por un torbellino de ideas, cábalas e inspiración. ¡Y eso
que comencé a interesarme por él para demostrar su banalidad, su mímesis
cleptómana, su impersonalidad como mero reflejo de un siglo atormentado! Y
aunque todo eso es verdad, se trata de lo más superficial de la verdad, y, más
allá, hay profundos laberintos, asombrosas metamorfosis, inextricables raíces.
De
modo que, para escarbar si el gran arte emerge de la complejidad o de la
simpleza, si la plenitud vital la produce la creación intensa o al revés, me he
ido a la singular exposición de grabados que exhibe el centro cultural Caja
Granada, “Picasso. Memoria grabada”, y luego he explorado los talleres de
Picasso que nos descubre con pericia la
fundación Mapfre en su sede del Paseo de Recoletos en Madrid, “Picasso en el
taller”. Ambas son complementarias y, aunque desde diferentes perspectivas, una
carta completa de la singladura picassiana.
¡Qué
clásico, qué poético, qué ancestralmente mítico podía ser el malagueño! Y a la
par, qué terrible, qué retorcido, qué iracundo. Era como si se hubiera
apercibido de que el mundo desdeña a los débiles, a los de corazón blando, a
los sensibles, y tuviera necesidad de transformar lo que era realmente, de
violentarlo, de disfrazarlo para que así se le permitiera navegar a través de
las peligrosas aguas de la vida. Tal vez lo que le enseñó el Cubismo fue que
tanto para crear como para ser respetado hay que destruir. O tal vez lo sabía y
por eso derivó inconscientemente hacia el Cubismo.
Así
que Picasso se pasó la vida huyendo de sí mismo para no dejar de ser él mismo, yendo,
en un eterno retorno, de sus disfraces a su alma y de su alma a sus disfraces,
salvo que siempre se dejaba trozos de piel en el empeño, y al final estaba
llagado como el Cristo. Y como el Cristo, era un mero hombre. ¡Fascinantes los
caminos que toma el ser humano cuando en su interior habita un niño herido!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 4 de marzo, 2014
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