"Tal vez estar despierto implica no existir, lo cual estaría muy bien si yo quisiera ser Buda, pero ni aún eso soy ni desearía ser", afirma el autor del artículo. Foto: Prana Yoga |
Existir
Ingenuo
de mí, he creído hasta ahora en mi existencia, sin apercibirme de que todo eran
fabulaciones, de que mi imaginación fabricaba la convivencia con la gente, los
amigos, la familia, las conversaciones, las fiestas, los paseos por Granada,
los viajes, sin percatarme de que realmente no estoy en este mundo, sino que
soy un ser invisible que lo atraviesa, un fantasma, un espectro entre los
vivos. Por ejemplo, estoy completamente sano, no tengo ninguna enfermedad ni
común ni rara, no padezco achaques, no tomo medicamentos, ¿cómo puedo entonces
distinguirme? En la barra del bar, en la cola del autobús, en el café de media
mañana, todos hablan de sus enfermedades, todos nombran alguna dolencia que les
da abolengo, todos son mimados por médicos, enfermeros y boticarios, en la
televisión hablan pródigamente de su mal, el prójimo condesciende con él ¡cómo
no! pero yo no tengo ningún privilegio, soy un alma inmaterial, porque, si no,
no se explica que algo no me roa, que mis facultades no hayan mermado, que no tenga
un poco de miedo por la salud, ¡por los cielos sólo me queda permanecer mudo
mientras los demás se explayan satisfechos y a sus anchas!
Como
tampoco creo que soy lo que hago, ni siquiera puedo definirme por la profesión.
En todo caso, es mi profesión la que se define por mí, siendo un mero accidente
en mi vida. ¡Lo que hago no puede contenerme, yo soy mucho más! Pero ¡nueva
desgracia! entonces también tengo que permanecer mudo mientras los demás dicen
orgullosamente “yo soy médico” o “albañil” o “arquitecto” o “periodista”… ¡Cuánto
me gustaría ser algo! Pero yo soy yo, nada más, ¡y cómo voy a anotar esto en el
formulario de turno! Yo soy yo, es decir, no soy nada y por tanto no estoy en
el mundo, no existo o sólo existo en los Campos Elíseos de la ensoñación.
Tampoco
soy mujer y no tengo un Día Internacional, lo que tal vez podría ser un indicio
de que existo, al menos colectivamente, pero no, nada, ni siquiera eso, ya lo
digo, un ectoplasma es lo que debo de ser, un cúmulo de átomos virtuales que
pueden conformar cualquier apariencia… ¡Si al menos me sintiera niño o viejo o
jubilado o loco o ciudadano ejemplar o convicto! Pero no estoy en el sistema ni
fuera del sistema, no soy un santo ni un sanguinario, porque si una cosa u
otra, saldría al menos en los telediarios, y no, no salgo, ¡cómo voy a salir si
no existo!
Si
existiera, ¿iba a escribir una columna como ésta? Sentiría al menos un poco de
honrilla, una pizca de pundonor, ¡porque no ser nada es el mayor escarnio para
el mundo! De ahí que con toda probabilidad no me halle entre los vivos y todo
sea un mero sueño de la mente. Acaso no sólo no existo yo, sino nada, y el
mundo es una evanescente retahíla de pompas de jabón... Aunque en ese caso, si
me percato de ello, ¿no será porque estoy despierto? Tal vez estar despierto implica
no existir, lo cual estaría muy bien si yo quisiera ser Buda, pero ni aún eso
soy ni desearía ser, o sea, ¡que yo lo que quiero es estar dormido y asirme a
los espejismos y existir, existir, existir!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 11 de marzo, 2014
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