«¡España
está contaminada por falta de metáforas!»
El pirata de Espronceda, libre y maldito, trocado en sumiso chihuahua Composición fotográfica: Lo Real Invisible |
España sin metáforas
Frecuento los cenáculos literarios madrileños, voy al Centro Callao, al Ateneo, al Hotel de las Letras, a la Esquina del Zorro, y por lo general encuentro inania en las voces de los poetas y escritores que leen sus textos. Es como si una galerna de superficialidad y conformismo lo hubiese arrasado todo. Tópicos en las palabras de los presentadores. Rupturismo de pacotilla en las palabras de los presentados y, luego, en sus textos, verborrea, fútiles oraciones, afásica expresión. Y entre el público, resignación dócil, renuncia a cualquier crítica, el mismo apoyo necio de los secuaces políticos, y luego, a veces, los tristes libros esperando amontonados a que algunos incautos los compren. Igual en Granada, donde se trafica con los escritores como si fueran cromos, amontonándolos en los actos para así contrarrestar la poca entidad que se les supone, dando ofensivamente por sentado que su único pago es la vanidad, poniéndolos ignominiosamente en el mismo nivel que quienes se costean sus ediciones, en una Babel donde descuellan estentóreas las voces de impostores y saltimbanquis.
Décadas
de “normalidad” en los literatos nos han conducido a este páramo, demostrando
que la verdadera enfermedad es la ausencia de vuelo, de locura, de heterodoxia,
de imaginación. ¿Puede extrañarnos que España se deshaga, que una sorda fuerza
centrífuga la disloque? La literatura, la buena literatura, la literatura
singular, es la sangre que corre por las venas de una nación. Sin embargo, lo
que te encuentras hoy, tanto en Madrid como en Granada o en otras ciudades
señeras, no es siquiera horchata, sino el agua turbia de los sumideros.
Los
mismos que nos han conducido a este tedio de la razón, se han apresurado a
afirmar que la literatura sólo es útil si renuncia a sus más potentes armas
para acercarse al lector medio, lo que es tan absurdo como un laboratorio que
descartarse el instrumental sofisticado para hacer sus experimentos accesibles
a los legos. Sin tecnología avanzada, la ciencia contemporánea no puede profundizar,
se estanca, se pudre. Sin metáforas singulares, la literatura contemporánea no
puede profundizar, se estanca, se pudre. ¡España está contaminada por falta de
metáforas!
Las
excepciones resisten cercadas. Entre la autocensura de editores a quienes
aterra arañar mínimamente el inconsciente colectivo, el aplauso falaz de la
turbamulta literaria (hoy por ti, mañana por mí), el silencio cómplice de los
críticos-autores y el aluvión de mediocres que ingresan con honores en la
literatura gracias al dinero, la política o el marketing, la metáfora yace
pisoteada, la luz se agazapa bajo la polución, y España se asfixia de
conformismo, inercia y ramplonería. El bajel pirata de Espronceda, libre y
maldito, trocado en sumiso chihuahua.
Como
no tiene gran literatura ni metáforas audaces ni textos que escandalicen ni
oraciones que descoyunten y nos saquen de la miseria moral, España se apaga con
cansinos estertores, se fragmenta en histriónicos terremotos, va al abismo
entre líderes de opereta y discursos de mercachifles. La España del siglo XVII
estaba en decadencia, pero al menos tenía metáforas y, por tanto, tenía futuro.
La España de la República fue apuñalada por una guerra civil, pero al menos
tenía metáforas y, por tanto, tenía futuro. Esta España de hoy ha desterrado las
metáforas y, en consecuencia, se deshace en pútridos escombros y prehistóricos
clanes. ¡Sin metáforas, triunfan las bacterias!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 3 de junio, 2014
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