«Agachadas
sobre los surcos, están todas las profesiones “civilizadas” del planeta»
El huerto del abuelo Cebolleta, en Cenes (Granada) Foto: José Antonio Sánchez Rojas (Facebook) |
El verde valle del abuelo Cebolleta
El
huerto del abuelo Cebolleta se encuentra a la entrada de Cenes, en la vega que
se extiende junto al Genil, entre el abigarrado caserío del pueblo y las
boscosas montañas que ascienden hacia Sierra Nevada. No sólo es un paraíso por
el enclave, pleno de sol, agua y aroma de chopos y pinos, sino porque cumple el
sueño de muchas personas de cultivar la tierra. Y es que José, alias El abuelo
Cebolleta, alquila parcelas, hace los caballones si es necesario, proporciona
agua y semillas, y promete incluso cuidar la plantación a quien se ausente, y
todo por un precio asequible al más raído bolsillo. Lo cual sólo se explica en
quien disfruta viendo cómo sus tierras fructifican en plantas y, sobre todo, en
ilusiones.
En
las frescas mañanas, y sobre todo al caer la tarde, con el firmamento cruzado de
franjas escarlatas, el valle se convierte en un guirigay de campesinos bisoños
que discuten, preguntan, intercambian experiencias, y luego, como una salida
natural a quienes comparten secretos agrarios, se cuentan sus vidas. Porque
hacer emerger algo de la gleba lleva también a hacer emerger algo del alma.
¡Turbadora
esta emoción que sienten los urbanitas al recuperar las raíces perdidas! Se
diría que nos es ineludiblemente necesario el contacto con la tierra, que nos
resulta vital ver crecer en ella los alimentos, que no podemos morir sin
comprobar fehacientemente que el sudor tiene su fruto contante y sonante, y que
el premio del esfuerzo pueden ser, tanto como una nómina, tomates, lechugas,
habas, alcachofas, maíz, estevia, picantes habaneros… y hasta el exótico
wasabi, que de todo ello crece en esta feraz Babel.
Allí,
agachadas sobre los surcos, están todas las profesiones “civilizadas” del
planeta, profesores, funcionarios, estudiantes, abogados, artistas,
visionarios, científicos, restauradores… roturando el terreno, esparciendo
semillas, escardando, vigilando el riego, abonando, sintiéndose unos con quienes
nos han precedido durante cuarenta siglos. El mismo Abuelo
Cebolleta no es un hombre del campo, sino un aparejador que ha vuelto al campo
y que ha querido posibilitar la vuelta de otros, hasta el punto de que sus
parcelas, numerosas, se han ocupado con rapidez inaudita. ¡Qué soterrada ansia
de orígenes tiene el humano de nuestros días!
La
centuria pasada sacó a la población del campo y la llevó a las ciudades. Ésta la
está sacando de las ciudades hacia huertos comunitarios como el del Abuelo,
meca donde la naturaleza prodiga sus más portentosos milagros. Posiblemente el
alquiler de estas tierras no es ningún negocio para el propietario, pero desde
luego sí que lo torna millonario de sentido. Porque el entusiasmo de los demás
es la más alta retribución. ¡Y anda que no debe de ser gratificante ver a tantos
urbanitas mimando la tierra! A veces, sobre todo en días festivos, la gran nave
que se alza a uno de los extremos de la plantación se convierte en una catedral
donde los adeptos, vestidos con ropas de domingo y acompañados de cónyuges,
hijos y amigos, celebran su rústica conversión en torno a un vaso de vino y un
plato de patatas fritas. Fuera flamea la plata de las alamedas y nievan blancos
copos primaverales. Habíamos olvidado que el destino de los valles es ser
verdes y, desde luego, ¡qué verde es el valle del abuelo Cebolleta!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes 27 de mayo 2014
Magnífica descripción de las emociones que despierta el cultivo de la tierra, ese origen y ese destino. Y también esa vida.
ResponderEliminarMagnífica descripción de las emociones que despierta el cultivo de la tierra, ese origen y ese destino. Y también esa vida.
ResponderEliminarEl huerto sin ti tampoco tiene sentido.
ResponderEliminarNo me canso de leer este artículo querido Gregorio, me siento acompañado por tus palabras, seguro que nos ves desde tu verde valle
ResponderEliminarQue emocionante ! Gracias a ti , a ti y a tod@s !
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