«El
dinero no se come»
José Miguel de la Torre González, "el Catalán", frente al hotel Catalonia Puerta del Sol, en la calle Atocha de Madrid Foto: Lo Real Invisible |
«El catalán»
«El dinero no se come –argumenta José Miguel–. Debe
volver a la tierra». Y ni corto ni perezoso ha puesto en práctica lo que piensa:
cuanto gana en Sabadell lo invierte… en Moraleda de Zafayona, donde ha
adquirido unos terrenos frente a Burriancas en los que cultiva olivos y
almendros ecológicos. «¡Con el campo baldío que hay en Andalucía! –expresa con
ojos codiciosos–. ¡Lo que podría producir!».
José
Miguel de la Torre González, alias «el Catalán» en la zona de Alhama de Granada,
no es un potentado de Sabadell, sino un humilde celador en un hospital de
atención primaria, pese a lo cual trasvasa cuanto dinero pulula por sus manos
de Cataluña a Andalucía. «¿Te imaginas si todos hicieran lo mismo? –me impreca
optimista y reivindicativo–. ¡Andalucía sería otra! ¡Es que estamos
subdesarrollados por indolencia!».
No usa
mal el plural, porque José Miguel nació en Granada, aunque su familia emigró
cuando era niño a Barcelona, donde su padre ejerció varios oficios, entre ellos
el de taxista. De Cataluña ha mamado su espíritu emprendedor, su afán de
invertir en lo que ama, de cumplir sus sueños; de Andalucía, la pasión por la
tierra.
Hay que escucharlo hablar de
sus terrenos: es la fuerza misma de la naturaleza. Es un campesino de Graná con
alma catalana, un hombre del pueblo con seny, un práctico y sabio Sancho Panza
del siglo XXI. Todo en él nos recuerda al fiel compañero de don Quijote, su cuerpo bajo, ancho y
pétreo; su rostro rústico, observador, amable y campechano que trasluce la
habilidad de no ser pillado in franganti, sino de conducirte sibilinamente a su
propio terreno.
«El
Catalán» no sólo invierte en sus tierras hasta el último céntimo de lo que gana
en Sabadell, sino que también les entrega su tiempo, ¡todo su tiempo!, como
estas vacaciones de febrero, que dedica a recoger la aceituna.
«El
Catalán» tiene sus quejas. «¡Es que esto no es Cataluña! ¡Faltan medios, faltan
inversores!». Cerca de sus predios no hay ninguna almazara ecológica. La única
existente está lejos y existe el peligro de que la aceituna se estropee. Así
que se ve obligado a llevarla a un molino convencional, «el de Torrente»,
convirtiendo su aceite ecológico en aceite normal y perdiendo de este modo
valor. «¿Cómo es posible –arguye– que la Junta de Andalucía promueva el cultivo
ecológico y no lo apoye con hechos?». Denuncia el furtivimo de la zona y los
pocos medios con que cuenta la Guardia Civil, todo lo cual actúa en detrimento
«de los cazadores legítimos». Y se queja amargamente de lo poco que respetan su
propiedad cuando está ausente, y me da nombres y apellidos de quienes
impunemente la allanan y hasta le hurtan los frutos. «¡El caciquismo sigue
existiendo y protege a los intrusos!».
A mí,
«el Catalán» me ha llamado la atención porque, en el congreso político donde me
encuentro, en Madrid, rodeado de activistas e intelectuales, su figura no
cuadra, descuella rebelde, pugnaz, estentórea. «¡Este hombre tiene
personalidad!», pienso. Cuando hablo con él, me encandila su pasión. «¡He
venido en tren y me marcho a Granada
esta misma tarde!». Me lo imagino portando camillas en Sabadell con el alma puesta
en Moraleda de Zafayona. «El catalán» es un alquimista al revés: transmuta el
oro… ¡en materia orgánica! «¡Porque el dinero no se come, Gregorio!».
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 10 de febrero, 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta este texto