«¡Cómo
refulge el día! ¡Qué pleno este segundo eterno de existencia!»
El poeta chino Liao Yiwu Foto: portada de la edición francesa L'empire des ténèbres (François Burin Editeur) |
Un día perfecto
Tengo un día perfecto. Cuanto anhelo se vierte sobre mí
como una catarata. La belleza me embarga. Estoy lleno de claridad, de armonía,
de precisión. ¡Vale la pena vivir! La jornada me trae sin titubeos cuanto le
pido a un día para que sea sólido, alto, profundo, extenso. Es esto:
Uno. Aprendo algo nuevo del
mundo. ¡Qué vértigo el conocimiento! No es nuevo si no turba, si no choca, si
no ilumina, si no franquea los límites. Hoy me llegan claras las palabras del
poeta chino Liao Yiwu: «Yo tendría que conocer la soledad, la humillación, el
hambre y la sed, los golpes, la agonía, para cambiar radicalmente de vida». Lo
sigo apasionadamente por su ruta de perdición. Mientras creía tocar los cielos
de la gloria en la China prerrevolucionaria que condujo a la matanza de Tiananmén,
se hundía en el fango y la descomposición. ¡Iba hacia el amargo encuentro consigo
mismo y hacia la resurrección posterior!
Dos. Aprendo algo nuevo sobre
mí. Por virtud de la empatía literaria, Liao Yiwu se convierte en un espejo de
mi vida. Al descender con él a las tinieblas, desciendo a mi infierno personal.
La soledad que a veces ha amagado envolverme, estalla hecha añicos. Constato
una vez más –¡pero nunca es suficiente!– que no hay plenitud sin abismo, que lo
que parece malo o desastroso en una vida es generalmente útil, valioso,
salvador. Me solazo en comprobar que, al igual que Liao Yiwu, yo también he
emergido renovado de mis tinieblas.
Tres. Hay sentido. Es decir,
las cosas casan. Te alejas y, desde la perspectiva, ves una estructura cabal,
una lógica irreprochable, un punto central que lo organiza todo. Comprendes que
no hay en tu vida nada baldío, que las piezas ensamblan, que la ecuación que
parecía calculada por la mente de un matemático loco, es cuerda, es compasiva,
es sabia, es bella. Y si es bella, es verdad.
Cuatro. Soslayo la trampa del
pasado y del futuro. ¡No existen! Sólo existe la eternidad, es decir, el
presente, este día perfecto que se alarga infinitamente en todas las
dimensiones. Tal vez por eso lo veo todo a la par. Circulo en el día cálido y
arrebatado por la Carrera de Granada y veo a mis bisabuelos paseando, y me veo
a mí mismo niño paseando, y lo veo todo cuando yo ya no exista, veo el campo
que fue, el campo que será, la nueva ciudad que volverá a ocuparlo...
Cinco. Le ofrezco a alguien lo
anterior. Porque lo que no se comparte se pudre. La razón de un día perfecto es
entregárselo a los demás. Sólo entonces nos vuelve a ser regalado. Lo valioso
debe estar, y lo está siempre, a la vista, libre de cargas para tomarlo por
quien lo desee. Únicamente parece secreto para quien no puede verlo. El
ocultismo está en los ojos del que ve, no en las manos del que entrega.
Si tienes un día perfecto, es
que todos tus días han sido perfectos. Pues todo lo actualiza el presente. Y un
presente perfecto es un engranaje donde, como las ruedecitas de un reloj, se
engarzan los días pobres, anodinos, deprimidos, miserables, que son joyas con
las que lograr el exacto toque del ángelus del día perfecto.
¡Cómo refulge este día! ¡Qué
pleno este segundo eterno de existencia!
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 7 de abril, 2015
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