Túmulo de la familia Peso Blanco, esculpido en 1910
por Manuel Garnelo. En ambas fotos, se observa el cartel que avisa de
una "próxima exhumación". En la primera, se aprecia igualmente
que el túmulo forma parte del recorrido histórico por el cementerio.
Ambas fotos se realizaron el viernes 5 de noviembre de 2010.
Se venden granadinos
El cementerio de Granada está en venta. Se vende su parte más noble, la más bella, la modernista. Está en venta lo que define el cementerio, su imagen imperecedera. Se venden panteones que forman parte del recorrido cultural e histórico que el propio Ayuntamiento ha creado. “Próxima exhumación”, rezan aquí y allá decenas de chillones y fosforescentes letreros, idénticos a los de la hambrienta grúa municipal. “¿Se pueden comprar estos túmulos?”, pido información a Isabel, una eficiente y cordial oficinista del camposanto. Me dice que sí. Le demando el importe. Va a consultar con su jefa. No lo saben aún, pero me propone tomar nota de mis datos para indicármelo más tarde. Le vuelvo a preguntar si se pueden hacer transformaciones en los grupos escultóricos. Tampoco lo sabe, pero piensa que no. “¿Al menos se podrá cambiar el nombre de la familia?”, inquiero. Marcha de nuevo a consultarlo. La jefa está reunida. Llamo posteriormente y me dicen que sí, que el nombre sí se puede cambiar.
¡Los compradores tienen ahí la coartada perfecta para trastear! Así, en el túmulo de la familia Peso Blanco, en el que una sensual y hermosa joven yace de costado, con la cabellera cayéndole como una cascada, el nombre familiar forma parte indivisible de la escultura. ¿Cómo se puede meter el cincel aquí? Cambiar el nombre de estos panteones es por otra parte violar el espíritu que los hizo nacer. Es como si en la tumba de Gonzalo Fernández de Córdoba figurara de pronto el nombre de José Fulano Mengano.
Las figuras pergeñadas por escultores como Manuel Garnelo o José Navas‑Parejo, hechas para familias específicas, pasarán ahora a manos de otras, deshaciendo y pervirtiendo la historia. Esta indiferencia ante la verdad, esta anacronía analfabeta, es propia de la sociedad sumisa y sin principios, bárbara y brutalmente utilitaria, en que se ha convertido España. Con un desprecio cavernario hacia la ética más elemental, todo es posible en nuestro país. Fuera de los mandamientos de la corrección política, que éstos, sí, se obedecen sin pestañear, se puede arrasar con lo que sea.
El cementerio está en venta. Familias históricas, artistas, políticos, militares, académicos, serán exhumados, y sus huesos, echados a la fosa común. Y sus panteones, adjudicados al mejor postor. Y como en las revoluciones de chichimosca, sus nombres serán borrados y sustituidos por advenedizos. He aquí la cultura que aúna el Ayuntamiento de Granada.
El Ayuntamiento levanta calles innecesariamente, levanta una innecesaria televisión, y ahora levanta innecesariamente a sus muertos. Es Atila, asolando cuanto pisa. Atila, rapiñando aquí y allá para engordar su botín. ¡Dan escalofríos sólo pensar que ha muñido imponerles a los granadinos quinientas mil multas en 2011! ¿No iba a vender el cementerio? Se vende todo. La Vega. La memoria de la ciudad. Se venden rehenes granadinos previo pago de tumultuosos (y multosos) rescates.
Diario IDEAL, martes, 9 de noviembre, 2010
Sí, se vende todo, se destruye todo, cualquier mínimo resquicio de cultura social. Mientras en otros paises se cuida y ama el pasado, aquí en Andalucia, en Granada, se destuye el pasado, como queriendo olvidarlo. Los edificios que dan personalidad, lo cementerios que traen memoria, la vida... Estamos en manos de personajes que necesitan destruir la memoria y la historia para sustentarse a si mismos, quizás porque en el fondo no son parte de esa historia y tienen celos, o porque son tan ignorantes que pueden llegar a pensar que para poder lucir ellos mismos necesitan borrar la historia, vendiendola, destruyendola, cambiandola.
ResponderEliminarAy! Si amaran mas su entorno... En Orgiva se han derribado casas históricas, con increibles muros de piedra para levantar modernos edificios sin vida, rectos, ventanas bordeadas de ladrillos, dejando peder el verdadero sabor del pueblo, la memoria, la vida, el calor...
Ay!¿Tanto odio provoca el recuerdo que hay que destruir la memoria? ¿Tantos celos y rencores que hay que borrar calquier indicio del pasado?
O simplemente tanta ignorancia, incultura, barbarie... Que tristeza amigo
Muy bien, Ana. Es una perfecta addenda a mi artículo.
ResponderEliminarCuánto ignorante suelto, amigo Gregorio. Y tener que pagarles encima el sueldo. Ya les vale...
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