martes, 29 de mayo de 2012

QUEMAR LA CASA

«Mientras el espíritu de campanario busca el orden, el genio busca el Desorden»

Eugenio Barba en primer plano, en el acto celebrado en el teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional el 18 de mayo de 2012. Tras él, el editor de Artezblai Carlos Gil Zamora, con la actriz Roberta Carreri a su derecha. En el  lateral izquierdo, Fernando Cerón
 Quemar la casa

Allá a donde veas un hombre verdadero, no te quepa la menor duda: su casa ha ardido varias veces. En unas ocasiones, la ha incendiado el destino; en otras, él mismo. Ese hombre ha abandonado su patria, o ha perdido a sus amigos, a su familia, o ha pasado de una lengua a otra, o se ha visto en la ruina, o ha estado en la cárcel… Lo pienso mientras escucho en el teatro Valle-Inclán, del Centro Dramático Nacional, a Eugenio Barba, que ha incinerado tantas casas que incluso ha titulado así, “Quemar la casa”, el libro que Carlos Gil Zamora le ha editado en Artezblai.
Con apenas 18 años, abandonó su Italia natal y se fue a Noruega, donde trabajó como soldador y marinero. En 1962, se estableció en Varsovia para estudiar teatro, donde fue discípulo y amigo de Grotowski. En 1963, se marchó a la India. Un año más tarde, fundó en Oslo el Odin Teatret, que luego desarraigó para trasladarlo a Dinamarca… Nuevos lugares, nuevas personas, nuevas lenguas. ¿Cuántas veces no ha prendido este hombre fuego a su vida? Por eso ha escrito un manual de incendios. En sus páginas, postula el Desorden, así, con mayúscula: trastocarlo todo, desestabilizarlo, conmoverlo, tanto en la escena como en la mente. Porque la costumbre es un lodo que te sepulta. ¡Enfant terrible! He aquí la marca del espíritu universal. Mientras el hombre de campanario busca el orden, el genio busca el Desorden. Mientras el pequeño burgués mima su casa, el genio la quema.
Los grandes espíritus han surgido de las diásporas, de los naufragios, de los terremotos, de los incendios. Quiero comprobarlo y me voy al teatro de La Abadía, que pone una obra dirigida por Barba, “La vida crónica”. ¡Sorpresa! El mismo Barba recibe uno por uno a los espectadores. Y los acomoda. Durante la función, está sentado junto a ellos. Cuando acaba el espectáculo, se halla en la salida, atento, curioso, escrutándolos y despidiéndolos como un sacerdote tras la misa dominical. Barba es creador, director, acomodador, relaciones públicas… ¡Qué diferencia con los estirados tipos provincianos, llenos de ínfulas, de desdén, de superioridad!
En la representación, los personajes yerran, lloran, aman, ríen y arden, pero el resultado no es la destrucción, sino la belleza plena, una belleza cuya vista tienen vedada las gentes de orden. En lo que a mí respecta, todo lo que soy se lo debo a los incendios, que han consumido en mí cuanto no era real. Por eso reconozco a los ligeros de equipaje. El de Eugenio Barba es tan sutil que transpira una resplandeciente y cegadora libertad. Son 76 años, pero tú ves a un niño. No a un Peter Pan, sino al Puer Aeternus que surge de las llamas, aquel que sólo puede ascender cuando se quema la casa y no hay ataduras que cercenen la dicha de ser.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 29 de mayo, 2012 

miércoles, 23 de mayo de 2012

EL ESCRITOR SIN NOMBRE

«El viernes estará en Granada el novelista cerrado para muchos y abierto para pocos»

José Luis Muñoz (foto Anita Noire)
 El escritor sin nombre

“Estuve en Atenas y nadie me conoció”, escribió Heráclito hace dos mil quinientos años. José Luis Muñoz podría decir lo mismo: “Viví en Granada y nadie se coscó”. Uno de los novelistas más premiados y traducidos de la literatura española ha permanecido cuatro años entre nosotros. Luego se marchó al Valle de Arán, aunque regresa a Granada para presentar su última novela, “Patpong Road” (La Página Ediciones), a cuyo protagonista le ocurre lo mismo, que tampoco tiene nombre, o que su nombre es demasiado común para tenerlo y por tanto es un escritor que va anónimo por la vida.
¡Esto, sin embargo, presenta sus ventajas! Pues si no tienes nombre, no puedes dormirte en los laureles, no puedes protegerte con la petulancia rimbombante de tu nombre, y debes demostrar que eres escritor en cada uno de tus libros. Tal vez por esto no hay novela de Muñoz que podamos echar al fuego. Aunque ha escrito muchos libros, todos están en “Patpong Road”, que toma la alternativa el próximo viernes en la Librería Picasso. He aquí su obra maestra, la que sólo se logra en la madurez, cuando modas, tendencias y géneros son sobrepasados por la formidable pértiga de la integridad.
La novela negra –en la que Muñoz es maestro–, la erótica –fue ganador de La Sonrisa Vertical–, la novela biográfica… todo se funde en “Patpong Road”, que nos lleva a Tailandia, a Bangkok, y a su zona afrodisíaca, Patpong Road, el enclave de más oferta sensual del planeta. Pero no se trata de una novela exótica, ya que el mundo del autor viaja con él y, por tanto, España viaja con él, y, en ella, las penas y glorias de la Transición, y, sobre todo, las penas y glorias de la literatura española, que el autor identifica a la levedad y miseria mental de nuestros políticos, de nuestra televisión, de nuestra enseñanza. Muñoz es un molesto testigo de cómo volvió a hacerse trizas la esperanza de un resurgimiento español.
El autor salmantino‑catalán presenta su novela en una Granada que se ha pateado durante cuatro años, andando, corriendo, en botas de trekking y en bicicleta, y donde frecuentó asiduamente la Tertulia del Salón, pero incluso aquí no tuvo nombre, y fue uno más entre muchos. La humildad es la verdadera señal de los grandes, de aquellos que han indagado en sí mismos y han acabado por conocerse un ápice; de aquellos que saben que el destino no está fuera, sino dentro. Me consta este viaje interior por su flema, pero también porque lo describe magistralmente en “Patpong Road”, donde se desnuda con la radical sinceridad de un Agustín de Hipona.
El viernes estará en Granada el novelista sin nombre, invisible para los que buscan apellidos, visible para quienes huelen el alma. El novelista que, como Soto de Rojas, está cerrado para muchos y abierto para pocos.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 22 de mayo, 2012 

miércoles, 16 de mayo de 2012

GRANADA ESLAVA

«Los eslavos están trayendo a Granada una nueva fuerza y creatividad»

Una instantánea de la velada en La Casa con Libros. De izquierda a derecha: Luis Melgarejo, Irina Zhukouskaya, Alena Karpava y Xaverio
Colofón de la velada: recital a cargo de Taissia Pivovarova (acordeón) y Natalya Makarova (canto)
Granada eslava 

Eslavos procedentes del antiguo bloque soviético se están radicando en Granada. Traen con ellos lo mejor de su cultura, que integran apasionadamente con la nuestra. Ucranianos, rusos, bielorrusos, serbios… ¡El este de Europa en el este de España!
El viernes, en La Casa con Libros, “enfrentico la iglesia” de la Zubia, los eslavos de Granada y Marbella celebraron la cálida noche primaveral con literatura y música. Comandados por sus presidentas, Natalya Kuleshova y Svetlana Ciliuta, lo hicieron imbricando la cultura rusa con la española. La filóloga Alena Karpava trazó la peripecia vital del vate armenio Eduard Asadov, y el poeta granadino Luis Melgarejo bosquejó la de Ángel González, ambos con sorprendentes paralelismos. Luego, Melgarejo leyó sus propios poemas, que tuvieron eco en la traducción al ruso de Irina Zhukouskaya. ¡No puede haber un mayor aunamiento! Melgarejo viajó a Rusia sin moverse de casa. He aquí la magia de las palabras, el prodigio del mestizaje.
Un concierto de acordeón y voz a cargo de Taissia Pivoravora y Natalya Makarova fue el colofón de esta noche arrebatadora. Eran las doce de la madrugada y La Casa con Libros se había apoderado de los presentes. ¡Nadie quería irse! En el trasfondo, el pintor Xaverio, presentador del acto, un zahorí de la creación, con la virtud de catalizar ideas y personas.
Para mí, fue una restitución. ¡Cuántas veces no eché en falta en mis jóvenes y posmodernas noches de Madrid a los rusos! Sabía por las biografías de Misia Sert y los diarios de Anäis Nin que, a comienzos del siglo XX, no había en Europa salón, fiesta, exposición o sarao que no estuviera lleno de rusos, diletantes, refinados, cultos, vividores. Sin embargo, conforme la Unión Soviética se cerró al mundo, desaparecieron. En las playas, en las grandes capitales, en los lugares de moda, en los centros de creación, no había rusos. El primero que yo conocí fue la mujer de un director teatral, en Almagro, en los años ochenta, y quedé impactado no sólo por su belleza, sino porque transmitía algo inquietante. Era otro universo. El universo que nos había arrebatado la guerra fría.
Pero lo que una vez fue hermoso siempre regresa, y por eso los eslavos se están viniendo a Granada. Son ya más de quinientos. Con ellos, traen una férrea y sabia voluntad de intercambio cultural. Han mostrado su música y danzas en el Centro Cívico del Zaidín, en Loja, en La Zubia, en Maracena... Han participado como cuentacuentos en la última Feria del Libro. Han traducido a Luis Melgarejo, a Pedro Enríquez… Hacen vídeos para publicitar nuestra cocina, nuestro arte, nuestros deportes…
En la Granada nazarí, entonces una de las ciudades más populosas de Europa, también vivían eslavos. Como nada ocurre al azar, con su regreso, quizá esté emergiendo una nueva Granada. ¡Bienvenida esta formidable energía que incentivará la nuestra! Granada tiene sed de alma eslava.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 15 de mayo, 2012

miércoles, 9 de mayo de 2012

LA CONQUISTA DEL CUERPO

«Por más ropas que se le cuelguen, la desnuda belleza del cuerpo sigue latiendo debajo»

Portada del libro de Isabelo Herreros "La conquista del cuerpo" (Editorial Planeta)

La conquista del cuerpo
 
Extraño destino el del cuerpo, que se desinhibe, se esconde, se desnuda y otra vez se cela… Isabelo Herreros nos lo muestra en su libro “La conquista del cuerpo” (Planeta), un ilustrado ensayo de cómo la carne brotó jubilosa con el advenimiento de la Segunda República: piscinas con señoritas en bikini, campos nudistas para ambos sexos, espectáculos con los senos al aire, novelas descocadas, publicaciones plenas de desnudos, filmes con chicas al natural, concursos de evas edénicas, competiciones deportivas con sucinta indumentaria… Isabelo Herreros asiste maravillado a la caída de la ropa en los años 30. Es como el viajero que goza íntimamente del paisaje. Hay que frotarse los ojos ante la visión de que, en un tiempo lejano, hubo tanta libertad
Ante este panorama, uno no puede evitar el lamento por lo que sucedería después con el franquismo: el aire libre sustituido por el palio, los bañadores proscritos, las piernas turgentes embutidas en pololos, los espectáculos de bellas coristas devenidos zafia astracanada, la literatura erótica trocada en panfleto moralizador, el sexo libre desnaturalizado por el prostíbulo…
De 1931 a 1939, se ganó el cuerpo. De 1940 a 1975, se lo perdió. En 1976, volvió a recuperarse. En los años 90, volvió a perderse, no por los vestidos, sino por la generalización de la cirugía estética, que viene a ser otra forma de tapar el cuerpo. Tal vez la crisis económica vuelva a traernos una nueva conquista.
            El seductor libro de Isabelo huye de todas las mojigaterías, incluida la actual, que se disfraza bajo lo políticamente correcto. El autor hace un canto a la epidermis como símbolo de la libertad sin ataduras, de la claridad, del desvaimiento de la superstición. En este sentido, es jacobino y revolucionario. El desnudo es sensual ¡faltaría más! y es también un arma de combate político. Por eso ocurrió durante la República. Y feneció con la Dictadura.
            El ensayo de Isabelo Herreros es un apasionado homenaje a la mujer. Sigue la pista de las pioneras, las heterodoxas, las rupturistas, las creadoras, las políticos… Quizá ha sido el período de la historia española en que la mujer ha sido más libre. Mucho más, por supuesto, que en la triste España de Zapatero, donde se convirtió en un pretexto para justificar el izquierdismo mesiánico de un líder insignificante, siendo utilizada como florero a su pesar.
            Isabelo Herreros ha escrito un modélico manual de intrahistoria. Sabemos más de los años republicanos por la cotidianidad que por los hechos señeros. Viendo cómo vivían los españoles de aquel tiempo, comprendemos la esperanza que anidó en lo más hondo de sus corazones. Y uno querría esa esperanza para el presente. Una esperanza que no se viera frustrada por otro giro del péndulo. Afortunadamente, por más ropas que se le cuelguen, la desnuda belleza del cuerpo sigue latiendo debajo. Y el destino de todo lo postizo es hacerse añicos.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 1 de mayo, 2012 

miércoles, 2 de mayo de 2012

LOS GRADUADOS

«El sábado pasado, los estudiantes de Historia del Arte de la promoción 2007-2012 fueron una gavilla»

Graduados en Historia del Arte de la promoción 2007-2012 en la ceremonia del sábado 28 de abril en el Aula Magna de la Facultad de Letras, junto a los profesores José Manuel Rodríguez Domingo, Emilio A. Villanueva Muñoz (ambos a la izquierda y de espaldas) y Félix García Morá (a la derecha)
Los graduados

Hay alegría, inteligencia y pasión en el Aula Magna de la Facultad de Letras. Treinta y cuatro estudiantes de la promoción 2007‑2012 celebran su inminente licenciatura en Historia del Arte. Creía que iba a encontrarme con una fiesta intrascendente, pero resulta que el acto tiene sentido y acaba resonando en el alma. En realidad, es una clase más, una magistral clase a varias voces. El profesor José Manuel Rodríguez se muestra diestramente crítico y explica la necesidad del Arte incluso en carreras científicas. La estudiante Alicia Rodríguez‑Huesca, en una excelente exposición, defiende la complementariedad de artes y ciencias. “¡Así es, así es!”, me digo al tiempo que recuerdo que abogar por esta unión hace sólo quince años era considerado delito de lesa majestad. ¡Estos profesores, estos estudiantes, están en el camino!
            Ignacio Henares, director del Departamento,  recalca el poder de los símbolos, y desde luego que este acto es un símbolo crucial. La mente usa los símbolos como una pértiga. Los símbolos son cosas, tan rotundas como un pico, una pala, una grúa. Los símbolos son las piernas de la mente. Y es necesario andar. Es necesario precipitar los conocimientos de estos estudiantes en un punto fúlgido, candente, arrebatador, que les imprima sentido. Las horas de clase, las veladas tras los libros, los viajes, los exámenes, la convivencia con los compañeros, todo cobra una nueva luz pasando por el tamiz de esta ceremonia. Es como un arco que lanza al mundo las flechas del conocimiento. Treinta y cuatro flechas que velarán por que la técnica no nos arrase, por que el analfabetismo científico no nos despoje de la emoción, por que el analfabetismo humanista no nos hurte la precisión. Treinta y cuatro flechas que embargarán de belleza las mentes que sean su blanco; que desleirán las turbias añagazas de quienes osen amenazar el patrimonio artístico.
            Cuando yo me licencié, también habría necesitado una ceremonia así. Pero, como muy bien recuerda Ignacio Henares, entonces no se estilaba. Recibías la última nota de la última asignatura de tu carrera y te marchabas con viento fresco de la Universidad. Y quedaba como una desorientación en el alma, una carencia, una orfandad. No cabe duda: ¡Hay que celebrar el esfuerzo y las conquistas! El sábado pasado, los estudiantes de Historia del Arte de la promoción 2007-2012 fueron una gavilla. Se unieron consigo mismos y con sus profesores. Cuando se desperdiguen, siempre llevarán impresa esta ceremonia. Será la aguja imantada que les marque el norte.
            Tras la entrega de diplomas, el vicedecano, Félix García Morá, les desea éxito en su vida y –añade–, “como mi especialidad es la Egiptología, también en la próxima”. Con la sonrisa del auditorio, Encarni Rodríguez, otra de las brillantes licenciadas, dirige el “Gaudeamus Igitur”.
¡Con qué gusto surcaría el espacio unido a estas nuevas flechas! Desgraciadamente, hace mucho tiempo que la Universidad me lanzó al firmamento. ¡Pero faltó este brío!

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes 1 de mayo, 2012