«El
sábado pasado, los estudiantes de Historia del Arte de la promoción 2007-2012 fueron
una gavilla»
Hay alegría, inteligencia y pasión en el Aula Magna de la
Facultad de Letras. Treinta y cuatro estudiantes de la promoción 2007‑2012
celebran su inminente licenciatura en Historia del Arte. Creía que iba a
encontrarme con una fiesta intrascendente, pero resulta que el acto tiene
sentido y acaba resonando en el alma. En realidad, es una clase más, una
magistral clase a varias voces. El profesor José Manuel Rodríguez se muestra
diestramente crítico y explica la necesidad del Arte incluso en carreras
científicas. La estudiante Alicia Rodríguez‑Huesca, en una excelente
exposición, defiende la complementariedad de artes y ciencias. “¡Así es, así
es!”, me digo al tiempo que recuerdo que abogar por esta unión hace sólo quince
años era considerado delito de lesa majestad. ¡Estos profesores, estos
estudiantes, están en el camino!
Ignacio
Henares, director del Departamento, recalca el poder de los símbolos, y desde
luego que este acto es un símbolo crucial. La mente usa los símbolos como una
pértiga. Los símbolos son cosas, tan rotundas como un pico, una pala, una grúa.
Los símbolos son las piernas de la mente. Y es necesario andar. Es necesario
precipitar los conocimientos de estos estudiantes en un punto fúlgido,
candente, arrebatador, que les imprima sentido. Las horas de clase, las veladas
tras los libros, los viajes, los exámenes, la convivencia con los compañeros,
todo cobra una nueva luz pasando por el tamiz de esta ceremonia. Es como un
arco que lanza al mundo las flechas del conocimiento. Treinta y cuatro flechas
que velarán por que la técnica no nos arrase, por que el analfabetismo
científico no nos despoje de la emoción, por que el analfabetismo humanista no
nos hurte la precisión. Treinta y cuatro flechas que embargarán de belleza las
mentes que sean su blanco; que desleirán las turbias añagazas de quienes osen
amenazar el patrimonio artístico.
Cuando yo
me licencié, también habría necesitado una ceremonia así. Pero, como muy bien
recuerda Ignacio Henares, entonces no se estilaba. Recibías la última nota de
la última asignatura de tu carrera y te marchabas con viento fresco de la
Universidad. Y quedaba como una desorientación en el alma, una carencia, una
orfandad. No cabe duda: ¡Hay que celebrar el esfuerzo y las conquistas! El
sábado pasado, los estudiantes de Historia del Arte de la promoción 2007-2012 fueron
una gavilla. Se unieron consigo mismos y con sus profesores. Cuando se
desperdiguen, siempre llevarán impresa esta ceremonia. Será la aguja imantada
que les marque el norte.
Tras la
entrega de diplomas, el vicedecano, Félix García Morá, les desea éxito en su
vida y –añade–, “como mi especialidad es la Egiptología, también en la
próxima”. Con la sonrisa del auditorio, Encarni Rodríguez, otra de las
brillantes licenciadas, dirige el “Gaudeamus Igitur”.
¡Con qué gusto surcaría el
espacio unido a estas nuevas flechas! Desgraciadamente, hace mucho tiempo que
la Universidad me lanzó al firmamento. ¡Pero faltó este brío!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes 1 de mayo, 2012
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