«Todos se afanan por llamar mi atención, por satisfacerme,
por servirme»
Rey y mendigo
Todos se afanan por llamar mi atención, por satisfacerme,
por servirme. Todos anhelan que sea el mejor, que viva mejor que nadie, que me
rodee de lo mejor. Si me telefonean, es para ofrecerme maravillas. Si cojo un
diario o pongo la televisión, me inundan de extasiantes posibilidades. Si voy a
una librería o a un supermercado, todo clama para cautivarme. Soy el centro del
mundo.
Si participo en una celebración,
en una fiesta, en un sarao, todos quieren seducirme. Si abro el buzón, si entro
en el correo electrónico, legiones se ponen a mis pies. Todos quieren darme
algo. Si abro Facebook o Twitter, me llueven las invitaciones, los ensalmos,
las frases singulares, las imágenes tentadoras. Todos buscan mi reconocimiento.
Sin mí, nada tiene sentido.
El mundo se me prosterna para que
yo le confiera realidad. Los mensajes de los políticos me van dirigidos. Todos
quieren regalarme algo. Cuando hablan en las tribunas o en las pantallas,
hablan para mí. Cuando se pelean los unos con los otros, lo hacen para que yo
los declare victoriosos. Todos me buscan, todos me demandan.
Entonces, ¿para qué preocuparme?
Me tratan así justamente porque soy anónimo, porque no soy nada. En cuanto
fuese algo, me convertiría en uno más de quienes buscan el reconocimiento.
Mientras no sea nada ni haga nada, soy el rey. Pero si soy algo, de rey me
convierto en pedigüeño.
Supongamos que me abro una página
en Facebook. Estoy postulando que se hagan amigos míos, que me busquen, que me
llenen el muro con “me gusta”, “compartir” o “comentarios”. Pongamos que
publico un libro. Deseo que se distribuya, que lo compren, que me hagan
críticas, que se discuta. Si organizo una presentación, demando asistencia, espaldarazo,
elogios, firmas…
¡Y, sin embargo, no siendo nada
lo soy todo porque no pido nada! ¡Extraña paradoja! Pasamos nuestra vida
luchando por ser algo y así nos trabajamos formar parte del ejército que busca
denodadamente la atención del rey, ése que no es nada ni tiene nada ni alardea
de nada. Aquél ante el que se postran los que son algo para que sus variopintas
ofertas no caigan en el reino de lo espectral.
Quien no es nada es rey precisamente
por no ser monárquico, ya que, como muy
bien expresa Saint-Exupery en su bellísimo “Principito”, no se puede ser rey
sin súbditos, sin seguidores, y quien necesita seguidores pasa inmediatamente
de rey a mendigo. Sólo podemos ser lo que no somos. Para ser escritor, hay que desdeñar
la literatura. Para amar, hay que no ser
amado. Para que te escuchen, quédate en silencio. No existe escapatoria. Si te
postulas para algo, no eres ese algo. ¿Para qué, pues, inquietarse? Sólo
dejando el mundo, se es dueño del mundo. Sólo el indigente posee la Tierra. Y
quien cree poseer la Tierra no es sino un miserable mendigo.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 26 de junio, 2012