martes, 24 de julio de 2012

OS DEVUELVO LA IDENTIDAD

«Borradme de cualquier cosa oficial que lleve el adjetivo andaluz»  

El nazismo luchó con todas sus armas para amañar e imponer una pretendida "identidad aria"
(foto procedente del la web Sala de Historia)

Os devuelvo la identidad

Me tuve que frotar los ojos. ¡Una oficina en Granada para la atención a las víctimas de la Guerra Civil! No para los parados, no para sus problemas y dificultades, ¡sino para las “víctimas de la Guerra Civil”! Lo anunció el pasado jueves el denominado director general de Memoria Democrática de la Junta, cargo de inquietantes resonancias orwellianas. En el 76, habría tenido algún sentido. ¡Hoy han pasado más de 70 años! Aunque no en las mentes de estos políticos superfluos, que hablan y legislan para sus propios fantasmas. ¿Cómo va a extrañarnos que el país haya caído al precipicio?
            Al desconcierto de una noticia que, de haberla conocido, los hermanos Marx habrían llevado al cine, se unió la afirmación de que las administraciones públicas deben velar por que los andaluces “reconozcan su propia identidad como pueblo”. ¡Esto ya no es trivial demagogia y gasto inane! ¡Esto es simplemente nacionalsocialismo!
            ¿Qué es la identidad andaluza? Ni idea. Claro que la afirmación prueba que no existe, y que velar para que se reconozca no es sino pergeñarla e imponerla. ¿Y todo por qué? Si hay una identidad andaluza, debe haber instituciones andaluzas. ¡La pretendida “identidad andaluza” es la justificación para que estos políticos sigan en pie, incrustados en la administración y viviendo del peculio público! Y, en aras de satisfacer estos intereses, no dudan en invocar peligrosamente las esencias, las mismas que han llevado a tantas divisiones, a tantas guerras, a tantas luchas fratricidas, entre ellas, las de los Balcanes, o, yendo más lejos, la misma que desgarró Europa con Hitler y sus secuaces, en aras de la identidad aria.
            ¡Os devuelvo esta identidad! Quedaos con ella. Quienes vivimos aquí no somos distintos de ningún otro pueblo del mundo y mucho menos del resto de los españoles. Lo del carácter andaluz es un topicazo hecho de chistes sevillanos, alegría cañí, ocurrencias a lo Chiquito de la Calzada y coplas de Canal Sur. ¡Apesta a falsedad! Ni siquiera existe un acento andaluz uniforme, ¡porque se habla de forma tan diferente en Granada, Córdoba, Málaga o Sevilla! Andalucía no existe. Es sólo una demarcación territorial arbitraria.
            En eso del “reconocimiento” es donde se produce la impostura. Pues mientras sean generalizaciones vagas sobre el ser andaluz, pase. Pero cuando se entra en acción, entra la ideología, la imposición, la discriminación, los buenos que se adecúan al molde y los malos que no. Y entonces vienen las condenas, la exclusión, el avasallamiento y la injusticia.
            ¡Quitadme de vuestra lista! ¡Borrad mi nombre de cualquier cosa oficial que lleve el adjetivo andaluz! No tengo ninguna identidad andaluza. Mi única identidad soy yo mismo. Y sería el mismo si hubiera nacido en Sabadell, en Vigo o en Sarajevo. La tierra no confiere ningún poder milagroso ni ninguna diferencia esencial. Si la identidad es la que os da de comer, encadenaos vosotros a ella. ¡Pero no grilléis a los demás!

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes24 de julio, 2012

miércoles, 18 de julio de 2012

HOMBRE SILENCIOSO

«¿De qué te quejas? ¡Tienes lo que te mereces!»  

Ciudadanos silenciosos
(ilustración de Iván Solbes)

Hombre silencioso

Has visto la política de lejos, como algo pintoresco, ridículo tal vez, al margen de tu vida. ¡Allá los hombres públicos! No iba contigo. Cuando salpicaba aquí y allá un caso de corrupción, te encogías de hombros. “¡En el otro partido son peor!”, te decías. Y hasta llegabas a comprenderlo y te decías: “¡Quizá yo habría hecho lo mismo!”.
Cuando los casos de corrupción, martingalas, engaños y latrocinios fueron subiendo en la jerarquía, hasta te parecía divertido. “¡Pobres, lo que están sufriendo!”, te apiadabas. Tampoco iba contigo. ¿Acaso interfería tu vida? Cuando descubriste que cientos de millones de euros se dilapidaban por los Gurtel o los ERE para hacer clientelismo político y pingües negocios, a lo más expresaste una pequeña sorpresa que ni siquiera te impidió votar a los responsables. “¡Todos están manchados! ¡A alguien habrá que votar!”, exclamaste. Y nuevamente te olvidaste. El mundo de la política estaba demasiado lejano, era como un filme americano donde podían morir los protagonistas mientras tú comías tranquilamente frente al televisor.
Cuando te enteraste de que los órganos democráticos estaban inflados con asesores, puestos de confianza, directivos cañí, gandules con camisa abierta o fijador, te pareció natural. ¡Tú también habrías puesto a tu hijo o a tu cuñado! Al fin y al cabo no iba contigo. ¿Te molestaban acaso? ¿Se metían en tus cosas? Cuando veías las cuchipandas, el gasto desaforado, las construcciones inútiles, las reformas de lo reformado, los despachos suntuosos, los edificios megalómanos, te decías que el poder era eso, ¿no? Y hasta sentías una secreta envidia. ¡Te habría gustado tanto estar en esos fiestones, acceder a esos edificios, vivir en ese dispendio dorado! Y sonreías con indulgencia. ¿Te incomodaban acaso?
Cuando te percataste de la permanente lucha autonómica por conseguir más trasferencias, cuando observaste el victimismo respecto del gobierno central, cuando incluso sospechaste un centralismo autonómico idéntico al que ellos mismos criticaban, te dijiste que las autonomías eran después de todo el lado bueno, las que realmente te protegían. Aunque te ataban con continuas leyes, prescripciones, disposiciones que doblaban, negaban o contradecían a las nacionales, tejiendo sobre ti una red de lazos inmovilizantes, tuviste la suerte de que ninguno te asfixiara férreamente. ¿Entonces qué más daba? ¿No estaban los parlamentos para elaborar leyes? ¿Había algo malo en tener más leyes que cualquier otro país del mundo?
Pero no sabías ¡ay! que todo eso se pagaba con tu dinero. Para poder mantener aquello con lo que condescendías, se habían pedido créditos y créditos y créditos… ¡Y tú, hombre silencioso, sin saberlo, eras el fiador! ¡Tú eras la garantía del dinero desorbitado, de los cargos inflados, del lujo trivial, del despotismo idiota, del latrocinio hecho institución! ¿Que no iba contigo? ¡Lo estabas pagando tú! Sólo lo comprendes ahora, cuando te reducen el sueldo, te quitan la extraordinaria, te aumentan las horas laborales, te dirigen como un esclavo. ¿De qué te quejas entonces? ¡Tienes lo que te mereces!

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 17 de julio, 2012

miércoles, 11 de julio de 2012

LOS ELEMENTOS

«¡Pobre país que va directo a la galerna  mientras sus marineros se abstraen con critiqueo y fútbol!»

España, hundida tras el naufragio
(imagen: transatlántico Andre Doria tras su hundimiento en la costa de Nantucket, Massachussets, el 25 de julio de 1956. Foto obtenida del blog "Abandonos y muchas otras cosas")

Los elementos

Hace 450 años, la Armada española naufragó en La Herradura. Hoy, en 2012, es España la que naufraga en Europa. Entonces fue una tempestad. Hoy es también una tempestad, pero más terrible. Aquella fue traída por los hados, pero ésta ha sido propiciada por quienes sembraron vientos y hoy recogen tempestades. Y en estas tempestades, naufragamos todos. No habrá cinco mil ahogados, sino cuarenta y siete millones. La conmemoración de aquella tragedia será la efeméride que nos recuerde el comienzo de la presente.
España, hundida y rescatada, que es lo mismo que decir hundida hasta los tuétanos. En la Herradura, fueron los elementos, el trueno, el rayo, el viento, las olas; ahora son también los elementos, ¡pero qué elementos! Entre ellos, los padres de la Constitución, que posibilitaron una España de reinos de taifas. Luego, Zapatero, que ahondó complacido en ellas. Y el egoísmo de políticos y hombres públicos, pensando en lo inmediato, en el beneficio personal, en las reivindicaciones demagógicas, en el estólido espíritu de campanario. Los pelotazos, las remuneraciones millonarias, los retiros dorados, los negocios corruptos, los favores políticos. ¡No hay bajel que pueda resistir a semejantes elementos!
Tras la tempestad, eso sí, vendrá la calma, y los elementos se retirarán dejando un mar sembrado de cadáveres. Y entonces estarán missing. Se habrán metamorfoseado. De ser ola encrespada, rayo o huracán, habrán pasado a ángeles de la guarda. ¡Y entonces pedirán cuentas por el hundimiento de España! Es como si el maremoto que abatió a los veinticinco galeones responsabilizase a Felipe II. ¡La naturaleza no llega a este grado de desfachatez! Así que una vez camuflados, los elementos seguirán aquí, orgullosos, alzando la cabeza, conservando sus puestos y sus sueldos, sosteniendo con arrogancia las mismas ideas y prácticas nefandas que nos han llevado al fondo abisal.
En el naufragio de La Herradura, se salvaron tres galeones. En el de España, no se salvará nadie. Ya no saldremos jamás de los fondos marinos. Al menos, hasta que pasen otros 450 años y alguien venga a rescatar el bajel hundido. ¿Significa otra cosa la palabra “rescate”?
¡Pobre país que va directo a la galerna  mientras sus marineros se abstraen en celebraciones, saraos televisivos y partidos de fútbol! ¡Con que hace años hubiera habido una sola persona que se percatase del peligro! ¡Si sólo hubiera habido un justo! Pero una vez metidos en la tempestad, no hay justicia. En todo caso, la justicia divina, que suele ser terrible.
Como en aquel momento infausto, España se hunde hoy y, con ella, los españoles. Los elementos están siempre ahí, al acecho, agazapados, esperando la ocasión propicia. Tras desastre de la Armada invencible también por un temporal, Felipe II dijo que la había enviado a luchar contra los hombres, no contra los elementos. ¡Qué poco sospechaba que unos y otros serían los mismos cuatro siglos después!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 10 de julio, 2012 

miércoles, 4 de julio de 2012

MIRONES

«Igual que hay banderas azules en las playas, debe haber banderas encarnadas donde imperan los mirones»

Mirón en una playa (foto de Planetamarto)
Mirones

Si España es una potencia futbolística, Granada es una potencia voyeur. Nuestros mirones son los mejores del mundo. Te vas a una playa local y lo comprendes: no quitan ojo. Y no es que miren a las beldades y apolos que se pasean por la arena, que por supuesto, sino que lo miran todo: cómo te sientas, qué dices, qué comes, cuánto te bañas. Lo único que no miran es el libro que lees. ¡Hay que ser discretos, hombre!
Una medalla de honor habría que ponerles a estos mirones. Tú te vas a una playa de Málaga y ves que cada cual va a su rollo; que puedes hacer cabriolas sobre la arena y no clavan en ti ni una triste pupila. ¡Serán abúlicos! Ignoran que la salsa son los mirones. Por eso, las únicas playas que conservan su sabor son las de Granada.
Tenemos mirones de todo tipo. El señor barrigudo espía de reojo a las jovencitas; cuando pilla a una en topless, parece un autómata, porque vuelve una y otra vez hacia ella un rostro disfrazado de jugador de póker. La jovencita mira al cachas depilado, con músculos repletos de anabolizantes y bañador hasta los talones. Los cachas se miran a sí mismos, deslumbrados por su hercúlea figura. Las señoras miran a los figurines masculinos y los comparan con la fofez de sus maridos. Las jais que sestean indolentes en topless, miran molestas a los que las miran. ¡Todo es una sinfonía de miradas! Es a lo que se va. ¿A descansar? ¡Puaf! ¿A refrescarse? ¡Puaf! Se va para que te miren y poder mirar.
            También miran en otras latitudes. Según una encuesta de TIME, uno de cada cinco norteamericanos admite regodearse mirando en playas y piscinas. Pongamos que otro más de esos cinco no se atreve a confesarlo. Así que, de cada cinco, podría haber dos mirones. ¡Ridiculeces para quienes se bañan en el Sotillo, Calahonda, La Charca, Velilla o San Cristóbal! En estas playas, de cada cinco personas, miran diez ojos. ¡Para que aprendan en el extranjero!
Igual que se conceden banderas azules a las buenas playas, deberían concederse banderas rojo chillón a aquellas donde imperan los mirones. “Pepe, ¿nos vamos a Torremolinos?”, pregunta la señora. “¡No, que no tiene bandera encarnada!”, responde su santo. Una buena playa debe lucir una bandera azul y otra encarnada. Si no, ¡se queda uno en la bañera!
            A los foráneos, nuestros mirones les pueden parecer tan dulzones, empalagosos y tercos como moscardones, ¡pero es que no están acostumbrados! Cuando se habitúan, los sienten como un masaje dado por un ejército de tábanos. ¡Casi na!
¡Larga vida a los mirones! Un pueblo que no es voyeur no es un pueblo. Yo desde luego, me quedo en nuestras playas. No necesitas ni hacerte fotos ¡porque te retratan tantos ojos! Ahorro de energía. ¡Y, encima, cine gratis!

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 3 de julio, 2012