«Igual que
hay banderas azules en las playas, debe haber banderas encarnadas donde imperan
los mirones»
Mirón en una playa (foto de Planetamarto) |
Mirones
Si España es una potencia futbolística, Granada es una
potencia voyeur. Nuestros mirones son
los mejores del mundo. Te vas a una playa local y lo comprendes: no quitan ojo.
Y no es que miren a las beldades y apolos que se pasean por la arena, que por
supuesto, sino que lo miran todo: cómo te sientas, qué dices, qué comes, cuánto
te bañas. Lo único que no miran es el libro que lees. ¡Hay que ser discretos,
hombre!
Una medalla de honor habría que
ponerles a estos mirones. Tú te vas a una playa de Málaga y ves que cada cual
va a su rollo; que puedes hacer cabriolas sobre la arena y no clavan en ti ni
una triste pupila. ¡Serán abúlicos! Ignoran que la salsa son los mirones. Por
eso, las únicas playas que conservan su sabor son las de Granada.
Tenemos mirones de todo tipo. El
señor barrigudo espía de reojo a las jovencitas; cuando pilla a una en topless,
parece un autómata, porque vuelve una y otra vez hacia ella un rostro disfrazado
de jugador de póker. La jovencita mira al cachas depilado, con músculos repletos
de anabolizantes y bañador hasta los talones. Los cachas se miran a sí mismos,
deslumbrados por su hercúlea figura. Las señoras miran a los figurines
masculinos y los comparan con la fofez de sus maridos. Las jais que sestean
indolentes en topless, miran molestas a los que las miran. ¡Todo es una
sinfonía de miradas! Es a lo que se va. ¿A descansar? ¡Puaf! ¿A refrescarse?
¡Puaf! Se va para que te miren y poder mirar.
También
miran en otras latitudes. Según una encuesta de TIME, uno de cada cinco norteamericanos
admite regodearse mirando en playas y piscinas. Pongamos que otro más de esos
cinco no se atreve a confesarlo. Así que, de cada cinco, podría haber dos
mirones. ¡Ridiculeces para quienes se bañan en el Sotillo, Calahonda, La
Charca, Velilla o San Cristóbal! En estas playas, de cada cinco personas, miran
diez ojos. ¡Para que aprendan en el extranjero!
Igual que se conceden banderas
azules a las buenas playas, deberían concederse banderas rojo chillón a
aquellas donde imperan los mirones. “Pepe, ¿nos vamos a Torremolinos?”,
pregunta la señora. “¡No, que no tiene bandera encarnada!”, responde su santo.
Una buena playa debe lucir una bandera azul y otra encarnada. Si no, ¡se queda
uno en la bañera!
A los
foráneos, nuestros mirones les pueden parecer tan dulzones, empalagosos y
tercos como moscardones, ¡pero es que no están acostumbrados! Cuando se
habitúan, los sienten como un masaje dado por un ejército de tábanos. ¡Casi na!
¡Larga vida a los mirones! Un
pueblo que no es voyeur no es un
pueblo. Yo desde luego, me quedo en nuestras playas. No necesitas ni hacerte
fotos ¡porque te retratan tantos ojos! Ahorro de energía. ¡Y, encima, cine
gratis!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 3 de julio, 2012
jejeje, imagino que en las playas clave brasileñas como itapoa, sucederán estas cosas, y más...
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