miércoles, 10 de abril de 2013

LA CUEVA DEL TIEMPO

«En la cueva del Agua, en un día luminoso y nítido, me confundo con mi padre» 
Mi padre, con 15-16 años 
La cueva del tiempo 

 En 1947, desde la Cueva del Agua de Alomartes, mi padre escribió una de las más bellas cartas de amor que yo he leído nunca. Y no es bella tanto por lo que dice, que también, sino por el tono que emplea, donde se mezclan la ternura con un cierto aliento épico, y por la emoción confiada y alegre de sus palabras, que vibran con primigenia inocencia.
Yo descubrí esa carta hace una semana entre cientos de papeles que hemos debido remover con ocasión de la venta de la casa familiar, y todo se agitó en mí. ¡Qué fresca, qué nueva aparecía de pronto la figura de mi padre! Era como si me hubiera sido ofrecido un ojo con el que verlo más allá del tiempo, más allá de mi nacimiento, como si los 66 años transcurridos desde su escritura fuesen un simple visillo que se descorre sin esfuerzo.
Aquel joven ilusionado estuvo de pronto tan cerca, tan cerca, que sentí la necesidad de hacer la ruta montañera que él describe en la carta. Así que salí como él de Alomartes a las ocho y media de la mañana para desayunar a las diez junto a la cueva del Agua, con el infinito paisaje de la vega de Granada a mis pies, como estuvo a los suyos, y con la misma maravilla en mi mirada que hubo en la suya.
Estoy en la cueva del Agua y veo  mi padre metiendo la mano en el macuto y sacando papel y lápiz para contarle la ascensión a su amada Margarita y, junto a los detalles del terreno, junto a la inmensidad arrebatadora, narrarle sus sentimientos y emociones, su deseo de que estuviese allí con él, sus vislumbres de un futuro impregnado de eterno y recíproco amor.
¡Y cómo se cumplió su deseo! Por eso pudo escribirle en 1995: “Con éste son ya 51 años honrando a la señora Margarita Reina. Como aquélla, pero reina de mi vida has sido tú desde entonces, y hoy tampoco podría faltarte el recuerdo junto al amor de quien te escribe. AMOR con mayúsculas, y no amores o amoríos que el tiempo y la distancia van olvidando. Pese a ello, a los problemas que los años traen, no te olvida jamás y te ama eternamente tú Daniel”. Más impactante aún por el hecho de que aquella mujer llevaba 44 años siendo su esposa.
En la cueva del Agua, en un día luminoso y nítido después de meses de lluvias, me confundo con mi padre. ¡La cueva es una nave del tiempo! Una nave que me conduce a mi propia edad de piedra. Como si lo hubiera pintado para mí en las secretas paredes de la cueva, mi padre lanzó al tiempo su mensaje para que, cuando ya ni él ni su amada estuvieran aquí, yo lo descubriera y pudiera llegar nuevamente a ellos y sentirlos vivir a mi lado.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 9 de abril, 2013 

Carta completa descrita en el artículo anterior con imágenes de los lugares descritos

1 comentario:

  1. Que emotiva entrada Gregorio y que preciosa carta de amor, después de llevar 44 años juntos.
    Buen testimonio de Amor.
    Un abrazo

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