«En la
cueva del Agua, en un día luminoso y nítido, me confundo con mi padre»
Mi padre, con 15-16 años |
La cueva del tiempo
Carta completa descrita en el artículo anterior con imágenes de los lugares descritos
En 1947, desde la Cueva del Agua de Alomartes, mi padre
escribió una de las más bellas cartas de amor que yo he leído nunca. Y no es
bella tanto por lo que dice, que también, sino por el tono que emplea, donde se
mezclan la ternura con un cierto aliento épico, y por la emoción confiada y
alegre de sus palabras, que vibran con primigenia inocencia.
Yo descubrí esa carta hace una
semana entre cientos de papeles que hemos debido remover con ocasión de la
venta de la casa familiar, y todo se agitó en mí. ¡Qué fresca, qué nueva
aparecía de pronto la figura de mi padre! Era como si me hubiera sido ofrecido
un ojo con el que verlo más allá del tiempo, más allá de mi nacimiento, como si
los 66 años transcurridos desde su escritura fuesen un simple visillo que se
descorre sin esfuerzo.
Aquel joven ilusionado estuvo de
pronto tan cerca, tan cerca, que sentí la necesidad de hacer la ruta montañera
que él describe en la carta. Así que salí como él de Alomartes a las ocho y
media de la mañana para desayunar a las diez junto a la cueva del Agua, con el
infinito paisaje de la vega de Granada a mis pies, como estuvo a los suyos, y con
la misma maravilla en mi mirada que hubo en la suya.
Estoy en la cueva del Agua y
veo mi padre metiendo la mano en el
macuto y sacando papel y lápiz para contarle la ascensión a su amada Margarita
y, junto a los detalles del terreno, junto a la inmensidad arrebatadora,
narrarle sus sentimientos y emociones, su deseo de que estuviese allí con él,
sus vislumbres de un futuro impregnado de eterno y recíproco amor.
¡Y cómo se cumplió su deseo! Por
eso pudo escribirle en 1995: “Con éste son ya 51 años honrando a la señora
Margarita Reina. Como aquélla, pero reina de mi vida has sido tú desde
entonces, y hoy tampoco podría faltarte el recuerdo junto al amor de quien te
escribe. AMOR con mayúsculas, y no amores o amoríos que el tiempo y la
distancia van olvidando. Pese a ello, a los problemas que los años traen, no te
olvida jamás y te ama eternamente tú Daniel”. Más impactante aún por el hecho
de que aquella mujer llevaba 44 años siendo su esposa.
En la cueva del Agua, en un día
luminoso y nítido después de meses de lluvias, me confundo con mi padre. ¡La cueva
es una nave del tiempo! Una nave que me conduce a mi propia edad de piedra.
Como si lo hubiera pintado para mí en las secretas paredes de la cueva, mi
padre lanzó al tiempo su mensaje para que, cuando ya ni él ni su amada
estuvieran aquí, yo lo descubriera y pudiera llegar nuevamente a ellos y
sentirlos vivir a mi lado.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 9 de abril, 2013
Carta completa descrita en el artículo anterior con imágenes de los lugares descritos
Que emotiva entrada Gregorio y que preciosa carta de amor, después de llevar 44 años juntos.
ResponderEliminarBuen testimonio de Amor.
Un abrazo