«No
existen los enemigos, sólo los límites»
Thomas Tursz, célebre cancerólogo francés, director del Instituto Gustave-Roussy en Villejuif (Francia), conversa con un médico hindú durante su estancia en la India en 2012 (foto: ARTE) |
Temeridad
Thomas Tursz, un célebre cancerólogo francés, ha ido a la
India para estudiar las técnicas de la medicina tradicional, y, después de
considerarla acientífica, va y le dice para congraciarse a uno de estos
médicos: “Bueno, al menos, tenemos en común que ambos combatimos al mismo
enemigo: la enfermedad”. El hindú exclama entonces con musical acento: “¡Pero
la enfermedad no es un enemigo!”. Tursz se queda pasmado. No entiende. ¿La
enfermedad no es un enemigo?
¡Se trata justamente de eso! No
existen los enemigos, sólo los límites. Nuestros enemigos son nuestros límites.
Los enemigos están ahí no porque nos quieran mal, sino porque reflejan la parte
de nosotros que no queremos aceptar, son los avisos piadosos que la vida nos
pone en el camino: “¡Aquí no te has atrevido aún!”. Y entre estos enemigos
imaginarios, hay que contar las fobias, lo que nos subleva, lo que nos emberrincha.
Y la enfermedad.
Cuando combatimos a nuestro
pretendido adversario, ahondamos los límites y, por tanto, potenciamos al adversario.
Hasta el más bravo guerrero siente miedo en el combate, y el miedo hace
real al enemigo. Cuanta más sangre y más
lucha y más muerte, más poder para el combatido. Por eso, los derrotados han
acabado venciendo siempre. Por eso, ni los más potentes ejércitos han podido
borrar sus fantasmas. Por eso, quienes luchan contra una enfermedad acaban
antes o después vencidos por ella, de la misma forma que quienes luchan por
conseguir sus sueños, acaban derrotados por sus sueños, o quienes luchan para
imponer sus principios políticos, acaban viendo en su lugar la arbitrariedad,
la codicia y la violencia.
No, no existen los enemigos, pero
sí los límites, y los límites hay que transgredirlos e integrarlos. Que una
persona me parezca insoportable, que me sulfuren las manifestaciones públicas
de determinados individuos, que no alcance mis sueños, que el maldito dolor
crónico me ataque, no son el indicio de mi mala suerte ni de mi precaria salud
ni del mundo despiadado en que vivo, sino sólo que no soy capaz de romper las
fronteras que yo mismo he erigido, de que no soy capaz de abrirme a lo que temo
o a lo que anhelo, de que soy impotente para descubrir dentro de mí lo que creo
ver fuera de mí.
La mejor medicina es la
temeridad: no sentir terror ante los límites, sino precipitarse hacia ellos y
abrazarlos. Y entonces, como en los sueños, descubres que son ilusorios, que
sólo existen en tu mente, y que, cuando creías estar combatiendo para
rechazarlos o luchando por alcanzarlos, estabas en realidad combatiéndote a ti
mismo. Y te apercibes de que depende de ti no tener enemigos, de que la
potestad para plasmar tus anhelos reside en ti, y que para ello basta con no
sentir terror e ir hacia las fronteras y estrecharlas enérgicamente contra tu
pecho. Y comprendes que el reputado cancerólogo francés es en realidad un curandero,
y que el anónimo médico hindú es la verdadera autoridad, porque te lleva hacia
los límites para que te cerciores de que no existen y por tanto no luches, y,
al no luchar, se volatilice cualquier enemigo que creas tener. Y entonces alcanzas
tu meta. Entonces sanas.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes 11 de junio de 2013
Magnífica reflexión sobre la realidad del ser humano, que con demasiada frecuencia tendemos a olvidar en una cultura que apuesta por el hedonismo y por cargar la vida de años en vez de llenar los años de vida.
ResponderEliminarEnhorabuena.
¡Así es, Emilio! Gracias por tu acertado comentario.
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