«El
perdón es un poderosísimo bálsamo que sana cuanto toca»
Philomena Lee y Dolores Ruiz, dos mujeres unidas por el perdón |
El perdón
Aún
resuena en mí el desahucio de Dolores Ruiz, aunque han pasado dos semanas, una
eternidad periodísticamente hablando. Lo que me ha impactado no es que a sus 73
años se haya visto en la calle; ni que la hayan desahuciado sus propios hijos.
Ha sido que incluso antes de que la echaran de casa, ya había perdonado. ¡Ausente
de su vida el rencor! Esto es aún más significativo por cuanto vivimos en una
sociedad que se desgarra inmediatamente las vestiduras, presta a sentirse
agraviada, espoleada por sus líderes a odiar al contrario, a denunciar la paja
en el ojo del vecino. El gesto de Dolores no sólo trasluce grandeza, sino que
resulta subversivo en esta rencorosa España donde parece que todos están libres
de pecado y por tanto prestos a lanzar la primera piedra.
La
noticia me llega cuando acabo de ver “Philomena”, la película basada en hechos
reales que cuenta cómo, en la Irlanda de los años 50, las monjas de un
internado arrebatan sus hijos a la madres solteras para entregarlos en adopción
a potentados norteamericanos. Philomena Lee, nombre real de la protagonista, ha
estado buscando infructuosamente a su vástago durante cincuenta años, hasta que
la inquisitoria se convierte en decisiva gracias a la ayuda del político y
periodista Martin Sixsmith, igualmente real.
Mientras
veo el film, va creciendo mi indignación. Sin embargo, desde el primer momento,
me choca el perdón frontal de Philomena, perdón que se mantiene conforme se van
revelando más y más iniquidades, de forma que comprendemos que no se trata del
perdón dócil de una víctima acoquinada por el poder que tuvo la Iglesia, sino
de una comprensión profunda de los seres humanos, de una asunción del
caprichoso destino que a veces nos convierte en víctimas y verdugos a la par.
Mientras
el periodista reconoce su incapacidad para el perdón, Philomena permanece
anclada en él, inconmovible, obstinada, hasta el punto de que, al final,
Sixsmith desiste respetuosamente de hacer pública la historia. “¡Pero hay que
hacerla pública!”, protesta ella. Y es que Martin Sixsmith, como todos aquellos
que estamos gangrenados por la dislocada cosmovisión occidental, no comprende
la diferencia entre perdón y olvido. Perdonar no implica esconder lo ocurrido,
no exige el silencio, antes al contrario, la memoria es vital para que no se
repitan hechos idénticos.
Como
en el caso de la motrileña Mª Dolores: ella ha perdonado, pero no ha hurtado a
la prensa el acto de impiedad filial, tal vez para comunicarnos que el amor
surge en cualquier parte como también puede agostarse en cualquier parte. ¡Nada
está garantizado, estamos al albur de caprichos, egoísmos y tempestades! Ahora
que sólo desde el perdón puede reivindicarse algo. Porque dar a conocer las
injusticias padecidas exige un sereno tesón, integridad moral y plena salud
física, y quien no perdona es corroído por el agravio, minado intestinamente
por el odio, lo que en numerosas ocasiones se acaba pagando con la vida. ¡Y se
trata de saltar sobre los sufrimientos hacia la plenitud, se trata de ayudar
con esta plenitud a los otros!
El
perdón es un poderosísimo bálsamo que sana cuanto toca, una prodigiosa
medicina, el fierabrás que necesita el desquiciado mundo moderno. Dolores Ruiz,
desde su orfandad, nos ha regalado la fórmula mágica que convierte las
adversidades en victorias.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 13 de mayo, 2014
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