martes, 1 de julio de 2014

BOHEMIAS

«La bohemia es una perdición necesaria para regresar a uno mismo cargado de vituallas emocionales» 


Pepe Esteban (segundo por la izquierda) en su casa de El Escorial en una comida con amigos y contertulios. De derecha a izquierda: Raúl Peña, Manolo Revuelta, Gregorio Morales, Pepe Esteban e Isabelo Herreros 

Bohemias 

¿Se puede ser artista sin bohemia? Me lo pregunto al hilo de la lectura de “Valle Inclán y la bohemia” (Renacimiento), del también bohemio y polifacético Pepe Esteban. ¿Quién mejor que un bohemio contumaz para escribir de bohemia? En sus páginas estallan las luces y las sombras del Madrid nocherniego de hace un siglo. El lector aguarda quizá un libro erudito, pero lo que emerge es una vorágine arrasadora, la desatada galerna de la Belleza, el sacrificio genial o trágico de sus oficiantes, los cafés como catedrales lunares donde se adora el Ideal, los irresistibles y agudos precipicios de las conversaciones sin fin.
El libro de Pepe Esteban late, respira, se agita ante nosotros. ¡Han pasado cien años de aquella vida perdularia y no ha pasado ninguno! Seguimos en un gran café y, aunque la clientela no se llame Valle Inclán o Manuel Bueno o Jacinto Benavente o Alejandro Sawa, las inquietudes son parecidas, el arrebato literario es el mismo, la conversación inteligente seduce igual, las almas siguen tejiendo extrañas relaciones que, para bien o para mal, las atan permanentemente.
Ahí está la tertulia madrileña de Pepe Esteban, la menos soberbia que uno pueda imaginar, la más abierta y acogedora y, sin embargo, de las de más alto vuelo, de las más profundas, llenas de humor… y subversiva, con la militancia de irredentos heterodoxos como Carlos Álvarez, Isabelo Herreros o Raúl Guerra Garrido.
Hubo un tiempo en que existió una tertulia así, igual de alta y honda, en Granada, pero su éxito significó su muerte, porque los paraísos agonizan cuando son pasto del turismo. Afortunadamente los turistas no pueden recalar en la tertulia de Pepe Esteban porque, en cuanto se sospecha de alguien, se le da sin contemplaciones el pasaporte. ¡Lo han visto mis atónitos ojos! Por eso sigue siendo bohemia, porque está bien guardada de trepas, esnobs, “amantes de la cultura” y mediocres del pensamiento.
La bohemia, por más cutre que sea, es siempre brillante, y justo por eso puede ser también cruel. ¡Cuántas falsas reputaciones no cayeron ante el verbo punzante de Valle Inclán! Era amado y temido, porque la bohemia se mantiene por la amistad, pero también por la admiración. Pepe Esteban muestra cómo se admiraban recíprocamente Rubén y Valle además de ser amigos y frecuentar los mismos cenáculos.
“Hemos vivido con la más plena autoridad del mundo los que hemos vivido la noche madrileña”, dice Ramón Gómez de la Serna en un testimonio que recoge Pepe Esteban. Y uno comprende que no puede ser de otra forma, que la noche tiene algo que irradia verdad, que hermana, que ilumina, y que no puedes escribir igual si no penetras a la hora propicia en la lava interior de cada persona, si no fluyes con ellas cuando los sensatos trabajan, van a conferencias, ven la tele o duermen. La bohemia es una perdición necesaria para regresar a uno mismo cargado de vituallas emocionales. ¡Por eso Valle Inclán nomadeaba por las más canallas asambleas!
El libro de Pepe Esteban es un fascinante coro de voces, una cósmica partitura ejecutada por quienes conocieron a Valle, componiendo una imagen poliédrica del eximio manco y del agridulce Madrid en que vivió. Y ese poliedro lleva escrita una implacable leyenda: ¡Quienes no han vivido la bohemia no son artistas de plena autoridad!

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 1 de julio, 2014

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