Bohemias
¿Se puede ser artista sin bohemia? Me lo pregunto al hilo de la lectura de “Valle Inclán y la bohemia” (Renacimiento), del también bohemio y polifacético Pepe Esteban. ¿Quién mejor que un bohemio contumaz para escribir de bohemia? En sus páginas estallan las luces y las sombras del Madrid nocherniego de hace un siglo. El lector aguarda quizá un libro erudito, pero lo que emerge es una vorágine arrasadora, la desatada galerna de la Belleza, el sacrificio genial o trágico de sus oficiantes, los cafés como catedrales lunares donde se adora el Ideal, los irresistibles y agudos precipicios de las conversaciones sin fin.
El
libro de Pepe Esteban late, respira, se agita ante nosotros. ¡Han pasado cien
años de aquella vida perdularia y no ha pasado ninguno! Seguimos en un gran
café y, aunque la clientela no se llame Valle Inclán o Manuel Bueno o Jacinto
Benavente o Alejandro Sawa, las inquietudes son parecidas, el arrebato
literario es el mismo, la conversación inteligente seduce igual, las almas
siguen tejiendo extrañas relaciones que, para bien o para mal, las atan
permanentemente.
Ahí
está la tertulia madrileña de Pepe Esteban, la menos soberbia que uno pueda
imaginar, la más abierta y acogedora y, sin embargo, de las de más alto vuelo,
de las más profundas, llenas de humor… y subversiva, con la militancia de
irredentos heterodoxos como Carlos Álvarez, Isabelo Herreros o Raúl Guerra
Garrido.
Hubo
un tiempo en que existió una tertulia así, igual de alta y honda, en Granada,
pero su éxito significó su muerte, porque los paraísos agonizan cuando son
pasto del turismo. Afortunadamente los turistas no pueden recalar en la
tertulia de Pepe Esteban porque, en cuanto se sospecha de alguien, se le da sin
contemplaciones el pasaporte. ¡Lo han visto mis atónitos ojos! Por eso sigue
siendo bohemia, porque está bien guardada de trepas, esnobs, “amantes de la
cultura” y mediocres del pensamiento.
La
bohemia, por más cutre que sea, es siempre brillante, y justo por eso puede ser
también cruel. ¡Cuántas falsas reputaciones no cayeron ante el verbo punzante
de Valle Inclán! Era amado y temido, porque la bohemia se mantiene por la
amistad, pero también por la admiración. Pepe Esteban muestra cómo se admiraban
recíprocamente Rubén y Valle además de ser amigos y frecuentar los mismos
cenáculos.
“Hemos
vivido con la más plena autoridad del mundo los que hemos vivido la noche
madrileña”, dice Ramón Gómez de la Serna en un testimonio que recoge Pepe
Esteban. Y uno comprende que no puede ser de otra forma, que la noche tiene
algo que irradia verdad, que hermana, que ilumina, y que no puedes escribir igual
si no penetras a la hora propicia en la lava interior de cada persona, si no
fluyes con ellas cuando los sensatos trabajan, van a conferencias, ven la tele
o duermen. La bohemia es una perdición necesaria para regresar a uno mismo
cargado de vituallas emocionales. ¡Por eso Valle Inclán nomadeaba por las más
canallas asambleas!
El
libro de Pepe Esteban es un fascinante coro de voces, una cósmica partitura ejecutada
por quienes conocieron a Valle, componiendo una imagen poliédrica del eximio
manco y del agridulce Madrid en que vivió. Y ese poliedro lleva escrita una
implacable leyenda: ¡Quienes no han vivido la bohemia no son artistas de plena
autoridad!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 1 de julio, 2014
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