martes, 14 de octubre de 2014

LIBERTAD

«Yo habría preferido una infancia con medios precarios y malos padres a una infancia en un hogar de acogida» 

Niños pobres, pero libres y felices
Foto: Educación Global para una Nueva Humanidad

Libertad 

Hasta en los niños la libertad es un impulso irrefrenable. Se escapan los adultos vigilados, detenidos, encarcelados… pero también se escapan los niños, como ha ocurrido hace una semana en el centro Bermúdez de Castro de Granada: cuatro niños de entre 10 y 14 años aprovecharon un descuido para salir por piernas y llegar dos días después a Iznalloz, a la casa de la madre de uno de ellos, a quien la Junta tiene retirada la custodia.
            ¡Qué aventura! Simpatizo con estos niños porque nada hay más terrible que las constricciones de un internado, nada más horrible que unas paredes que sólo pueden ser traspuestas con vigilancia y en grupo. Y no me cabe duda de que las instalaciones son magníficas y los cuidadores están entregados a los niños y hacen todo lo posible por su bienestar. ¡Pero un internado es un internado! Esta pegajosa hiperprotección en que vivimos, que oculta demagogia, victimismo y legulitis, no entiende que, aunque una madre descuide o relaje sus obligaciones, sigue siendo una madre, y que, aunque su amor sea un pálido reflejo del amor materno, deslumbra cuando se le compara con el amor de un profesional.
            Olvidamos a menudo la resiliencia de los niños y que una infancia con escasez, penurias y hasta con padres deficientes puede dar adultos sólidos y más maduros que aquellos que han tenido infancias idílicas. Sin embargo, de muchos de estos centros de acogida salen a veces individuos frustrados, violentos, carentes de empatía, porque, a lo largo de la historia de la humanidad, siempre que el Estado ha hecho de padre ha fracasado. Cuantos intentos de colectivizar a los niños se han llevado a cabo, de inculcarles valores por la razón y no por la emoción o los afectos, han sido un desastre y han conllevado un sufrimiento que ha persistido en la vida adulta.
            Yo habría preferido una infancia con medios precarios y malos padres a una infancia en un hogar de protección de menores. Habría preferido mi libertad a las normas estrictas de un centro. Habría sentido más amor al escuchar mi nombre pronunciado un par de veces por mis padres que miles de loas y mimos de los educadores. Me habría solazado más el paisaje de una escombrera en libertad que el de la Alhambra en reclusión.
            Sintomático que no sepamos cómo transcurrieron los días de escapada de estos niños, qué hicieron, cómo se trasladaron de Granada a Calicasas, donde uno llamó por teléfono a su madre, y de aquí a Iznalloz, donde se les rompió el sueño ¡Prueba de que se teme la libertad! Bien por exceso, como esos padres que no sabiendo mantener la libertad de sus hijos la malogran en libertinaje y ellos mismos se hacen esclavos de él; o la sociedad hipócritamente pietista, que no sabiendo respetar la libertad de los padres, se apropia de sus hijos.
            Yo querría haber sido un niño y haber acompañado a estos cuatro fugitivos. ¿Qué decían? ¿Qué pensaban? ¿Por qué lo hicieron? Ya nunca lo sabremos porque, si los periodistas los entrevistaran ahora, ya estarían adoctrinados, ya habría versiones oficiales en sus bocas, ya no serían espontáneos ni naturales ni verdaderos. Pero no necesito que me cuenten nada. ¡Han escapado! ¡Tenían ansias de libertad! Y fueron pillados en la casa de la madre de uno de ellos. Más claro, agua.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 14 de octubre, 2014

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