«¡Qué armónica y elegante prosa la de Raúl Peña para transportarnos por
las turbulencias de la Historia!»
El director de cine y viajero escritor Raúl Peña, autor de "Espejismo solar" (Renacimiento) |
Botas de siete leguas
Ahíto de dispositivos electrónicos, me refugio en el
papel. Al recuperar el espacio físico, recupero el tiempo palpable y me
envuelve así el primitivo placer de la lectura, el de aislarse de todo con un
buen libro y viajar con la imaginación, que es una de las más hermosas formas
de viaje, como hago con el volumen de Raúl Peña “Espejismo solar”
(Renacimiento), que me conduce desde las Alpujarras hasta el mítico País de los
Negros que conquistó el andaluz Yuder Pachá a finales del siglo XVI.
¡Qué armónica y elegante prosa
la de Raúl Peña para transportarnos por las turbulencias de la Historia! Tal
vez porque se sirve del lenguaje como unas botas de siete leguas y, por tanto,
no se queda anclado en las palabras como incómodos pedruscos ni se hunde en la
fangosa verborrea académica, sino que da grandes y precisas zancadas
concediéndonos el tiempo justo para seguirlo absortos en sus huellas. Se nota
que es director de cine. En Granada, rodó con Leonard Cohen el videoclip de su
famosa canción “Take this waltz”. Tras haber hecho cientos de documentales,
spots, vídeos y varios largometrajes, Peña ha adquirido un extraño don para
narrar visualmente. Cada palabra suya, cada frase, implican un paso, un giro, un
movimiento, una perspectiva que envuelven al lector en el vértigo de la aventura
aunque esté sentado en el sillón y protegido por el confortable haz de luz de su lámpara.
En las páginas de Peña se viaja
continuamente, pero no se trata de la jornada plana del turista, sino de la
del viajero culto y avisado, la de quien se sirve del camino como meditación y
cuyo periplo se convierte en una metáfora de la vida, de ahí que, aunque dicen
que sus libros son de viajes, se trata de singladuras donde la ilustración va pareja
a la amenidad. Por eso el autor, al tiempo que zancajea de un sitio a otro,
recurre a la Historia, a los testimonios orales, a la prensa, a los sucesos
cotidianos, elementos con los que entabla diálogo, como hace con la novela que
Manuel Villar Raso dedicó a Yuder Pachá, “Las Españas perdidas”, rubricando sus
acuerdos y desacuerdos, o en su recorrido por el Valle de Lecrín buscando los
ecos de Abén Humeya y de la rebelión morisca, o subiendo a las tierras que lo
aclamaron, Órgiva, Cádiar, Ugíjar, Válor… o recordando en el Sacromonte la
historia de los apócrifos y plúmbeos evangelios que aunaban Cristianismo e Islam.
¿Quién no haría un viaje a
caballo entre el pretérito y el presente, entre piratas, harenes, eunucos, travesías
del desierto, espejismos, batallas, amenazas de rapto y decapitación, teniendo
la seguridad de salir indemne, para lo que le basta con cerrar el volumen y
recordar dónde se encuentra? Es la cualidad de los buenos libros de viaje y es
la cualidad del apasionante libro de Peña, diestro conductor hacia Tombuctú,
espejo de España, cátodo en versión talento y fidelidad del ánodo del desapego
y la traición, ambos tan propios del carácter nacional. Entre lo positivo y lo
negativo, entre el presente y el pasado, entre la Historia y la leyenda, las
páginas de este libro iluminan por dentro y proyectan esperanza por fuera,
mostrando que no existen destrucción ni penalidad que no lleven dentro la
chispa de una nueva creación.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 11 de noviembre, 2014
Siempre interesantes tus artículos Gregorio. Un abrazo
ResponderEliminarEncantado, Marian, de que te des un paseo por LO REAL INVISIBLE, en busca de las cosas que no se ven, que son las reales, como muy bien sabes y practicas. Un gran abrazo.
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