«Conforme
nos hemos ido haciendo más prósperos, hemos empobrecido el lenguaje»
En esta foto de los años 50 del pasado siglo, no sólo las niñas, sino hasta la muñeca, llevan totos |
Totos
«¡Qué toto más chulo!», bromeo en una distendida reunión
de amigos cuando uno de ellos prende al cabello de una chica una moña hecha con
una servilleta. Se me quedan mirando perplejos. «¿“Toto”? ¿Qué significa?». Yo
me quedo más perplejo aún. «¿No sabéis lo que significa “toto”?». Niegan.
«¡Pero si es una palabra común!», proclamo. «Común para nada», responden a coro.
Saco el móvil y voy al RAEL. Me quedo estupefacto cuando compruebo que no está
recogida. «¿Ves?», me dicen.
Mientras les explico el
significado, voy entendiendo. Estoy en Madrid, ¡luego probablemente se trata de
un granadinismo! Pero me asombra no haber reparado jamás en él ¡yo que, en
compañía de Nicolás Palma y Paco Álvarez de la Chica, elaboré un diccionario de
términos locales! Nunca habría imaginado que esta palabra, que tanto pronuncié
en mi niñez, cuando los totos infantiles hacían furor, y que sigo utilizando
hoy, fuese un localismo. Hasta tal punto tenemos arraigado el lenguaje que los
términos propios, esos que nadie entiende en otros lugares, los pensamos
universales y ni siquiera nos vienen a la memoria cuando tratamos de recogerlos
conscientemente.
Ahora sé que la palabra “toto”
es tan nazarí que hasta tienes que rastrear Internet con lupa para encontrar un
par de ejemplos con la acepción que se le da en Granada, la de lazo o moña en
el pelo, no la de órgano genital femenino, que esa sí que está extendida por
Hispanoamérica. La noche madrileña me ha regalado, pues, este término que, de
otro modo, me habría pasado desapercibido, y, con el regalo, me inundan “las
palabras del corazón”, como Nicolás, Paco y yo titulamos nuestro divertido
librito.
De pronto reviven ante mí las
niñas retotoyúas por las que nos pirrábamos los chaveas, con sus babis
espercojaos y sus trenzas con totos, persiguiendo bulanicos y mascando cañadú o
tracto… Por cierto, esta última palabra tampoco está en nuestro diccionario, se
llamaba así a las barritas de regaliz y supongo que debía de venir de
“extracto” (de regaliz). Misterioso que renazcan palabras que fueron
desapareciendo y es que han seguido vegetando en lo más hondo de nuestra
sentimentalidad y sólo despiertan al conjuro de las emociones, no de la fría
memoria racional.
El reconocimiento de “toto” como
palabra hogareña es una de esas emociones, que suelen venir cuando menos te lo
esperas y con la guardia bajada, y por eso te poseen de arriba a abajo. El
lenguaje es un flirt permanente y los escritores y periodistas somos los
apasionados amantes de las palabras, las buscamos, las cortejamos, nos
enamoramos de ellas, las rescatamos o las abandonamos tristes y cariacontecidas
en un recodo del camino, y entonces se mustian y agonizan, y por eso ya nadie
dice chícharos, sino guisantes, ni rosetas, sino palomitas, ni “te extraño”,
sino “te echo de menos”, ni curianas, sino cucarachas, ni tolano, sino chichón,
ni bestias, sino animales…
Conforme nos hemos hecho más
prósperos, hemos empobrecido el lenguaje, nos hemos vuelto cúrsiles, menos
precisos, hemos ocultado con vergüenza lo más entrañable. Pero en esta noche tan
especial, enarbolo la palabra “toto” y, secundando a mi amigo, coloco entre
risas totos de papel en el cabello de las chicas que nos rodean, como un
tributo al alma del lenguaje, a nuestra pobre y lacerada alma a la que hemos ido sisando sus mejores palabras.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 18 de noviembre, 2014
Con verdadero placer se lo paso a mis sobrinos-nietos granadinos, ambos biólogos-investigadores en Barcelona, que sé que disfrutaran con tu aleccionador trabajo sobre el lenguaje de la tierra.
ResponderEliminarEspero, Affelix, que incorporen la palabra a su léxico, ya que no hay en castellano ninguna otra palabra -al menos que yo conozca- para expresar "lazo atado al pelo". Según los comentarios que me están poniendo en Facebook, la palabra sigue plenamente en vigor. ¡Gracias por contribuir a ello!
EliminarAlgo de razón llevas; no sé si en Granada los jóvenes lo pillarían, digo que no sé. Pero, ayer mismo, una joven camarera no sabía lo que era un botellín en una villorrio de la Vega. Lo confundía con un tercio cuando es un quinto. Tuve que usar este último término para sacarla de su confusión. Pero, quien tiene una cierta edad no se confunde.
ResponderEliminarParece que sí, Jesús, que sí conservan esta palabra, sobre todo los que tienen hermanas y primas. En cualquier caso, es labor de los escritores usar todas las palabras y posibilidades del lenguaje, huyendo de ese modelo de escritor y periodista que alardea de su pobreza. Un gran abrazo.
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