Imposible franquear el límite donde me encuentro y acercarse a la Fuente de los Leones, en la visita a la Alhambra que guié el 30 de noviembre de 2014. Foto: El Marcapáginas |
Alhambra prusiana
«¡No se paren, sigan andando!», nos imprecaban
militarmente los vigilantes de la Alhambra el pasado domingo 30 de noviembre
cuando serví de guía a una expedición de la Universidad de Mayores del Colegio
de Doctores y Licenciados de Madrid más un grupo de jóvenes estudiantes
puertorriqueños. Ya nos habían toreado al comienzo, prohibiéndonos franquear la
puerta colectiva, al considerar que nuestros pases eran personales, de modo que
tuvimos que dirigirnos a la entrada individual donde, tras hacer una larga
cola, nos dividieron por estimar que éramos numerosos, dejando pasar sólo a la
mitad del grupo y metiendo lotes de personas en medio con el fin de que los “segregados”
no pudieran unírsenos, a cuyo objetivo nos vigilaron celosamente durante el
trayecto con cámaras y walkie-talkies. Si te detenías en algún sitio, te
conminaban a circular, como los viejos policías franquistas en las
concentraciones ciudadanas.
Todo lleno de estrechos pasajes
acordonados por los que sólo se cabía de uno en uno, conducidos como rebaño
sumiso por las galerías de un toril. El ambiente enrarecido apuntaba a una
estulta mano de hierro, de esas que implantan por el miedo el contagioso
espíritu del esclavo, consistente en que “si a mí me joden, yo te jodo a ti”.
Hasta los guías profesionales estaban embargados de este mal espíritu, haciendo
que, por ejemplo, en la subida al Generalife, una cicerone joven nos reprochara
de malos modos estar parados ante la Torre de la Cautiva, para añadir a voz en
grito mientras se alejaba con sus turistas: “¡Ah, vosotros sois ese grupo que
tanto está incordiando!”.
¡Qué lejos del espíritu sutil y
diplomático de los sultanes nazaríes! ¡Qué remotas la cortesía y adaptabilidad
europeas! A años luz de la probidad que se le debe al público, porque, encima,
la visita es un timo: resulta imposible aproximarse siquiera a un metro de la
Fuente de los Leones, la Sala de los Abencerrajes se ha limitado a un exiguo
pasaje que impide detenerse y contemplar la maravillosa bóveda, la de las Dos
Hermanas está tapiada, en la de los Reyes no se pueden ver las pinturas, los
baños están cerrados… Visita apócrifa, adulterada, fraudulenta, puesto que en
ningún letrero se precave a los turistas de lo que no van a ver. ¡Con la típica
picaresca española, se les hace creer que tienen a su disposición la Alhambra
completa!
El amargo espíritu que lo
embargaba todo hizo que un grupo de más de 50 viajeros ilustrados y que sabían
muy bien lo que venían a ver, se llevara una pésima imagen de la Organización
alhambreña y de Granada. Entre el tándem nefasto que gobierna bajo la colina,
los Hurtado-Telesfora, que han logrado la ciudad más triste, sancionadora y de
peor transporte público de España, y la manu militari que dispone arriba,
tratando a los turistas como ovejas destinadas al matadero, Granada se ofrece
al mundo como ciudad cateta, suspicaz, suicida. Es la malafollá elevada al
cubo, que deviene en desdén gratuito, obstinación supina, intransigencia inútil,
satanización de lo anodino. Espíritu prusiano ¡encima no destinado a la
grandeza, sino a la pequeñez! Versión cañí de Europa, deformación grotesca de
los usos occidentales. El espíritu de Cisneros sobre el de Boabdil, o lo que es
lo mismo: militarización de la Alhambra y de los turistas; fusilamiento contra
las tapias de la imagen de Granada.
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 9 de diciembre, 2014
Servidumbres de la masificación turística que tanto dinero deja: cada uno de los parajes, paisajes, recintos, monumentos... más hermosos del mundo se ha convertido en un lugar multitudinario al que acude una multitud aborregada para hacer la foto con la Tablet o el superteléfono, más un selfie para insertar instantáneamente en las redes sociales.
ResponderEliminarSe ha cambiado el síndrome de Stendhal por la estadística de visitantes y la cuenta de resultados. Sucede en cualquier punto del planeta. Yo evito fechas comprometidas, sencillamente.
Saludos,
AG
Todo eso es verdad, Alberto, pero a ello hay que añadirle un rigor gratuito, un desdén hacia el turista insólito, que son características propias de la organización alhambreña. Y no avisar previamente de los lugares que están cerrados, que son numerosos, también. Algo no marcha y, para mí, que los vigilantes y demás personal están aterrados por conculcar aunque sea levemente las normas prusianas, ya que deben de tener a uno de esos jefes estultos e intolerantes que invocan el miedo para sus fines; y esa intolerancia se traslada directamente, como una correa de transmisión, a los turistas. En definitiva, existe un eslabón en alguna parte que hay que cambiar.
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