«Venían
modestos y esperanzados a pedir el aguinaldo»
Tarjetita con la que el barrendero felicitaba la Navidad El aguinaldo |
No había porteros automáticos. Llamaban a casa y
abrías sin preguntar. No tenías miedo. Abrías y era el barrendero, o el sereno,
el cartero, el repartidor de IDEAL, el regador del distrito… que te deseaban
“felices pascuas” con una tarjetita en la mano. Venían modestos y esperanzados
a pedir el aguinaldo, que era de rigor, y mi madre iba y abría una caja de
caramelos donde guardaba el dinero y les daba una gratificación. Y así un año
tras otro… ¿hasta cuándo?
Tengo muchas de aquellas
tarjetitas en mi mano, porque para mi madre eran un presente valiosísimo y
durante toda la Navidad las exhibía sobre el repostero junto a los christmas
que nos enviaban. Las barajo. “El sereno del distrito les desea felices pascuas
y próspero año nuevo”. Y en el dorso, un ingenuo poema: “En toda y tanta
porfía/ sólo inalterable habrá,/ el Sereno a quien el Cuerpo/ infunde
continuidad./ Firme en el deber de su cargo,/ atento a cualquier llamar,/ en la
noche ardiente o fría/ su ayuda no ha de fallar”. Y el repartidor de IDEAL,
todos los años con su sucinta e idéntica tarjeta, porque ya se sabe, en casa
del herrero, cuchara de palo. Y el barrendero, elegante en la imagen, casi un
actor, también con su cándido poema: “Nunca acaban mis servicios/ pues hay
gente descuidada/ que arroja por la calzada/ las mondas, los desperdicios,/ los
papeles, las colillas…/ Y yo, tras las angarillas/ de agua, lo barro todo;/
quito inmundicias y el lodo/ sin que el ánimo me falle/ y, gracias a mi
escobón,/ podéis andar por la calle/ como si fuera un salón”. Y el tendero, con
el cuerno de la abundancia pintado junto al portal de Belén y su letrilla
correspondiente: “Que siempre os alumbre/ en un largo andar/ la luz de la
Estrella/ de la Navidad”.
¿Cuándo fue la
última vez? El reguero de felicitantes fue desapareciendo hasta que una
imprecisa navidad de los 70 no hubo ninguno y luego otra y otra… y hasta yo
mismo me olvidé de la vieja costumbre. Pero de pronto, en una polvorienta
carpeta, han aparecido los ilusionados papelitos y, de súbito, me han embargado
las vísperas de las nochebuenas de mi niñez, el ambiente pletórico que se vivía
en casa, la ilusión desbordante, la plenitud de aquellos quince días
extraordinarios con el mundo suspenso y el corazón henchido… No había
consumismo y quizá por ello el espíritu de la Navidad no se centraba en las
cosas, sino en las personas.
¡Maravillosas
navidades aquellas! Tan maravillosas que su fuerza me ha acompañado hasta hoy y
no se disipará incluso aunque cumpla cien años. Más aún, a veces se extiende
misteriosamente fuera de sus fronteras, y puedo tener la misma plenitud en
febrero o en agosto o en septiembre, y, en ocasiones, dura tres, cuatro meses,
en una suerte de caudaloso e interminable río. ¡Es que sembraron tanto!
Sembraron mis padres, sembraron los prodigiosos mitos, sembraron aquellas
personas que, como mensajeros de Osiris, requerían su pequeño óbolo, dichosos
por el nacimiento del Dios…
He tenido suerte.
Unas breves monedas de entonces me han proporcionado inagotables intereses, y
así, mientras los gongs fraternos de los aguinaldos resuenan aún en mis oídos,
la Navidad me embarga con intensidad infantil en este nuevo solsticio de
invierno. ¡Cierto que recibes lo que das!
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 23 de diciembre, 2014
Magnífico artículo que me hace recordar maravillosas Fiestas donde lo importante era el trato familiar y cercano de las personas. Donde el dios dinero y el consumismo despiadado tenían poca presencia.
ResponderEliminarFeliz Navidad a tod@s de corazón
¡Si te ha hecho recordar maravillosas fiestas, entonces el objetivo está cumplido! Recordar es vivir de nuevo. ¡Feliz Navidad, Anónimo!
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