«El
olor del café circula como una corriente oceánica, en sensuales vaharadas que
vencen el espacio y el tiempo»
El café Comercial de Madrid Foto: Lo Real Invisible |
Café Comercial
Leo a Cansinos Assens y aparecen fascinantes aquellos
cafés por los que circulaba la vida de la nación, desde la política a la
literatura, el amor venal y los emparejamientos, y que servían de hoteles,
porque no cerraban nunca y había quienes pasaban la noche en ellos: Casa
Fornos, la Granja el Henar, Lhardy, el Colonial, el Lyon… Yo conocí en Granada
uno de estos cafés, el Suizo, que era también el centro de la vida cultural,
política y social ciudadana, pero que murió en los 80 no se sabe bien por qué.
A veces es posible encontrar lo
perdido en otros lugares. Yo he recobrado el Suizo en el Comercial de Madrid.
Curioso que las ciudades grandes conserven lo que las pequeñas, por dejadez,
vergüenza provinciana o cortedad de miras, tiran por la borda. Si quieres
encontrar oficios tradicionales –zurcidoras, bordadoras, lañistas,
trenzadores de anea–, o comercios antañones –botonerías, lecherías, coloniales…–,
debes ir a Nueva York, a Madrid, a Barcelona…
Yo voy a Madrid a encontrar la
Granada perdida, la que ha destruido la ignorancia de alcaldes como Pérez
Serrabona, al final del franquismo, o el que tenemos ahora, el peor alcalde en
quinientos años de historia de la ciudad. Así que voy al café Comercial… a
evocar el Suizo.
¡Qué intemporal es el espíritu
de estos viejos cafés! Allí, sobre uno de sus veladores de mármol, escribo este
artículo y nadie repara en mí, hay esa atmósfera dulce, permisiva, en la que el
rumor de las conversaciones es como el canto de los pájaros, la carraca de las
cigarras o el crícrí de los grillos, es el silencio puro, y las ideas manan
generosas, como si la tragaperras te regalara sus valiosas monedas. Se está confortable
en este diáfano café cuyos amplios espejos reflejan en sordina el abigarrado
bullicio de la calle Fuencarral y de la Glorieta de Bilbao. Tras los veladores,
en un largo estante corrido, libros, muchos libros, para calmar la espera o
acompañar a los solitarios. En una esquina, una chica estudia aplicadamente. Ante
mí, una periodista entrevista micrófono en mano a un hombre de mediana edad. A
mi izquierda, una pareja asiste a sus primeros escarceos. Aquí, unos jóvenes
discuten apasionadamente. Allá, un matrimonio veterano toma unas tapas. Suenan
con un tintín mágico las tazas y cucharillas, los camareros van y vienen,
ascienden una y otra vez por las escaleras a la planta de arriba, donde presentan
ruidosos un libro. El olor del café circula como una corriente oceánica, en
sensuales vaharadas que vencen el espacio y el tiempo. Hay ojos en ordenadores,
tablets y teléfonos, que aprovechan la wifi del establecimiento; y también
sobre libros, el viejo y entrañable papel que se presta a la delectación y a
las manchas de té…
El Comercial es más que un
café, es la orilla de la Universidad, la antesala de los ministerios, la isla
de los resistentes, el refugio de los modernos, el punto de encuentro de los
afines, un enclave de civilización. Se comprende que seamos un poco más
bárbaros cada vez que se pierde uno de estos cafés. Por eso Granada ha menguado
al perder el Suizo y se ha hecho más fundamentalista, más tosca, más
ensimismada. Le falta el ágora de su gran café. ¡Menos mal que basta recorrer
unos kilómetros para volver a encontrarlo!
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 20 de enero, 2015
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