«Hemos
perdido el duende y lo buscamos desesperadamente a través de romos artilugios
mecánicos»
La científica del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada Elvira Salazar López, autora del estudio termográfico sobre el duende Foto: Twitter |
El duende
Cuando habíamos perdido «el duende», cuando ya ningún
creador menta este maléfico y divino geniecillo sino en todo caso los
extranjeros enamorados de la leyenda flamenca, ha tenido que ser una joven
investigadora de la Universidad de Granada, Elvira Salazar, la que nos lo
vuelva a poner en candelero, pero no a través de una conferencia como la de
García Lorca, «Juego y teoría del duende», sino de un frío instrumento sin
duende, el termógrafo, un aparato que mide la temperatura para plasmar lo que se
define como «huella térmica».
Lorca dijo que el duende era «oscuro y estremecido». Elvira Salazar dice que el
duende es sinónimo de «estrés empático», o lo que es lo mismo, de la huella
térmica del cuerpo en el momento artístico. En las bailaoras con duende, se
enfrían significativamente la nariz y los glúteos, cosa que no ocurre si bailan
con acendrada técnica, pero sin duende.
Lorca
necesitó diez años de aburridas conferencias en la Resi más su callejeo infatigable,
sus amistades variopintas y su inteligencia singular para aprehender lo que es
el duende y lo encontró en el laboratorio
de los tablaos y cafés cantantes. A Elvira Salazar le han bastado un termógrafo
y diez alumnas del Conservatorio Profesional de Danza de Granada y lo ha
encontrado en el laboratorio del Centro de Investigación Mente, Cerebro y
Comportamiento de la Universidad de Granada. ¿Con quién me quedo?
Puede que los dos estudios sean
complementarios, pero yo me inclino por el de Lorca. El estudio de Elvira es
reduccionista, tautológico. ¡Cómo no se van a enfriar la nariz y los glúteos en
una danza si las piernas, torso y brazos necesitan mayor aporte de sangre! Si
esto ocurre en menor proporción en otras bailarinas, ¿significa que tienen
menor duende? Para comprobarlo, debería haber habido un jurado y haber casado
su veredicto con el del termógrafo. Sólo en caso de coincidencia, la hipótesis
sería acertada. ¡Pero esto no se ha hecho! Luego el estudio plantea una verdad
de Perogrullo: las bailarinas tienen duende porque su estrés empático es mayor,
y su estrés empático es mayor porque tienen duende. ¡Apaga y vámonos!
Gana por
goleada el trabajo de Lorca, su definición del duende como algo que permea las geniales
creaciones humanas, las que bucean en la razón oscura, en el misterio, en lo
invisible. El duende es como las partículas subatómicas, versátil e
inaprehensible, surge, permanece y se va, no se le puede congelar salvo por las
placas fotográficas de los aceleradores de partículas. El acelerador de
partículas del duende es la psique y por tanto no puede sino ser captado en el
acto y por «connoisseurs».
Hemos
perdido el duende y lo buscamos desesperadamente a través de romos artilugios mecánicos, pero no se le
encuentra ni se le supone en casi ninguna parte. Se nos ha escapado aquel
duende que yo he llegado a vislumbrar en Borges, cuando estuvo en el Hospital
de los Venerables Sacerdotes de Sevilla; en Maruja Mallo, que frecuentaba la
Librería Moriarty de Madrid en tiempos de la Movida; en Juan Pinilla, cuando
cantó este verano ante la vieja Prisión Provincial de Granada... El mérito de Elvira
Salazar es habernos recordado que el duende existe. Lo que los artistas ignorantes
tiraron por la borda, retorna por los caminos oblicuos de la ciencia. ¡El fuego hondo no se extingue!
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 13 de enero, 2015
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