«Sentí el alivio de no ser nada, es decir, serlo todo junto a otros niños, aquellos niños que habían sido compañeros y amigos»
Un viejo álbum sirve para bucear en los compartidos recuerdos infantiles de estos amigos reunidos en el restaurante Monte Vélez (Huétor Vega, Granada) el 15 de mayo de 2015 Foto: Lo Real Invisible |
Encuentro en Monte Vélez
El viernes me fue regalada la infancia. Mi infancia. Me
cayó en tromba, rotunda, insoslayable. No es que me volvieran los recuerdos. Es
que di un salto... y era de nuevo un niño, el niño que vagas memorias dicen que
fui, pero ahora era tan real como el laboratorio del tiempo donde ocurrió todo:
el restaurante Monte Vélez, en Huétor Vega, nave sideral que planea sobre la
campiña de Granada.
¡Qué dicha! Los achaques
desaparecieron, el orgullo y la ambición se hicieron trizas, la plenitud y la
aceptación lo ganaron todo, sentí el alivio de no ser nada, es decir, serlo
todo junto a otros niños, aquellos niños que habían sido compañeros y amigos: Daniel,
Nacho, Cueto, Medina, Enrique, Luiso, Antuán, Miguel Ángel, Pepillo, Galiano,
Juan de Dios, Fredy, Alejandro, Alfonso, Rivera, Jorge, Ceballos, Migue, Vargas...
Mirando al frente, es decir, a la niñez. En primer término, Ignacio Jiménez Soto y Gregorio Morales VillenaFoto: Daniel Linares Girela |
¡Hacía tanto que no había visto
a estos niños! Dejé de verlos a los 17 años cuando el vendaval del tiempo me
tomó como una hoja volandera y me llevó de aquí para allá y me mostró nuevos
paisajes y nuevas personas y me fue transformando en muchos yoes, tantos que el
niño quedó enterrado bajo innumerables sedimentos, como las ciudades antiguas
sobre las que crecen cosechas, avenidas de asfalto y manzanas de edificios.
¿Tuve alguna vez una infancia?
Dudaba tanto de mis recuerdos que, en más de una ocasión, llegué a pensar que
eran inventados o que estaban metamorfoseados, o simplemente se habían ido, los
había perdido, eran lagunas en un pasado hecho harapos. El milagro, sin
embargo, lo restauró todo, como esas maravillosas reconstrucciones digitales de
ciudades antiguas que muestran los documentales. ¡Salvo que no era virtual,
sino real!
¡Cuántos kilómetros compartidos en los primeros años de nuestras vidas! De izda. a dcha.: Ignacio Jiménez Soto, Daniel Linares Gireral, Betro Cueto y Gregorio Morales Villena |
El dios Hermes, el de las
sandalias aladas, me había traído desde el Olimpo de Facebook el mensaje de
Daniel: «Reunión en Monte Vélez. ¿Te apuntas?». Y, sí, me apunté. Al llegar, la
poción mágica que había diluida en el ambiente me poseyó, y sobre las caras
anónimas de talludos adultos fueron emergiendo los niños de mi infancia, observaba sus gestos, escuchaba
sus palabras, replicaba con las mías mientras el pétreo barro pegado al corazón
se deshacía y me sentía uno con ellos y me embargaba la unidad de la vida y la
ridiculez de los roles, porque lo hermoso es que todos habíamos bregado con los
obstáculos y habíamos sabido llegar hasta allí, y esto era lo único que importaba,
esto era el éxito.
¡Emoción asombrosa ser
simultáneamente niño y adulto! Ambas cosas aunadas en un perfecto círculo sin
comienzo ni final. Tal vez todo comenzaba ahora. Tal vez acabó entonces. ¿Qué
más da? Fui un niño y hubo otros niños con los que experimenté el mundo. Ahora
lo sabía. No por vagas evocaciones, sino con la abrumadora certeza del corazón.
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 19 de mayo, 2015
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