«La
vida es una geometría con la función de mostrarnos lo invisible»
Cristino de Vera, Halo de luz con 3 objetos, 1986. Óleo sobre lienzo, 81 x 54 cm.
Foto: Fundación Cristino de Vera |
La geometría de Cristino de Vera
En 1996 vi una exposición de Cristino de Vera en el
Centro Reina Sofía y me quedé impresionado por la paz, plenitud y dicha que
rezumaban sus dibujos, hasta el punto de parecerme un ejemplo de artista que
había logrado asir lo inmaterial, que conseguía, en una extraña conjunción,
aliar lo invisible con lo visible, el mundo proteico y vacío de la nada con el
limitado iceberg que contemplan nuestros ojos. Me impactó tanto que le dediqué
unas páginas de “El cadáver de Balzac” (1998), obra que se considera manifiesto
fundador de la estética cuántica.
Escribí de Cristino de Vera… y
luego me olvidé, el recuerdo fue enterrado por las metamorfosis mediante las
cuales morimos y renacemos una y otra vez. Así que en el álbum de mi vida había
ya varias mariposas pinchadas y yo esgrimía un par de nuevas alas cuando en
febrero pasado, paseando por La Laguna, en Tenerife, me sedujo una imagen
surrealista del pintor canario Óscar Domínguez que anunciaba una exposición
suya. Paula y yo entramos al pequeño museo y contemplamos la que a todas luces era la obra de un impostor, de alguien que
había copiado el Surrealismo en lugar de encontrarlo, de un hombre
problemático, abismado en los peores defectos del siglo XX, sin vuelo, un ciego
en el mundo de la creación. No merecía la pena dedicarle tiempo. Salíamos
desangelados cuando una chica tras el mostrador de entrada nos inquirió: «¿No
ven la exposición de Cristino de Vera?». El nombre no me sonaba. Yo ya era otra
persona, no quedaba rastro del que fui… «Nos basta con la que hemos visto», le
respondí displicente poniendo un pie en la calle. Y, sin embargo, mi cuerpo
reculó al tiempo que mi mente protestaba: «¡Eh, majadero, sube a ver la
exposición!».
Así que ascendimos de mala gana
hacia la planta alta… ¡y entonces se hizo la luz! Allí estaba la maravilla,
estaban el presente, la totalidad, la iluminación. Si en la planta baja nos
habíamos enfrentado a las míseras obras de Óscar Domínguez, a la desidia, al
hartazgo, aquí estaban el sentido y la ubicuidad. En mí se abrió un agujero de
gusano que conectó un universo con otro y penetré en el que había sido y
recordé de pronto a Cristino de Vera y aquella exposición que había contemplado
en el Reina Sofía y la pasión que entonces sentí… El círculo se cerraba, era
como si Cristino de Vera me hubiese reclamado, como si retornase la onda abierta
por la piedra que muchos años atrás yo había lanzado al estanque. Encima supe
que aquel pequeño museo era la Fundación Cristino de Vera y que Santa Cruz de
Tenerife era su ciudad natal. En el primer piso se exhibía su exposición
permanente mientras la planta baja se dedicaba a las temporales, como la de
Óscar Domínguez.
Impacta que las cosas vuelvan a
nosotros. En el lugar que menos me esperaba, del que lo ignoraba todo, el
pasado lamió las orillas del presente. El sentido del reencuentro era: «¡El
tiempo no existe, todo es a la par, todo está en todo!». ¿Azar? No, sincronía.
Casualidad significativa. La vida es una geometría con la función de mostrarnos
lo invisible. En las formas de Cristino de Vera, está la Geometría, el trazo
simétrico que revela la eternidad.
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 5 de mayo, 2015
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