EL AMOR
(el maestro a sus alumnos)
Mis queridos discípulos, Samuel acaba de exponernos el problema que le tortura: ama a una mujer. Y esta mujer está con otro. Vivieron unos fugaces días de amor, y luego ella lo dejó. Aunque lo llama a diario. Ella necesita hablar con él. Hasta le sigue diciendo que lo ama. Cuando Samuel le pregunta “¿entonces por qué no estás conmigo?”, ella le responde: “Porque no estoy segura”. y cada día Samuel la anhela más. Piensa en ella a cada segundo. Siente un inmenso vacío. ¡Su aventura fue tan breve!
Samuel me pide ayuda. Amado discípulo, tú crees que pides socorro, pero en lugar de ello, estás pidiendo magia. Me pides casi un exorcismo para que ella vuelva a ti. Crees que tengo poderes y que podré conjurar a tu amada para que recapacite y retorne a tus brazos.
Debo decirte, querido Samuel, que el amor no tiene nada que ver con la magia. Cierto, podemos emplearla y hacer que caigan rendidos a nuestros pies. ¿No ocurre así en la divertida obra de Shakespeare “Sueño de una noche de verano”? Con la magia es posible seducir hasta la extenuación y volver esclavos de amor a aquellos que deseemos. Yo podría daros unas cuantas recetas mágicas y el mundo se postraría rendido de amor ante vosotros. Pero la magia no es verdad y, por tanto, no es duradera. La magia es mentira y cuanto se logra con ella resulta efímero. En la obra de Shakespeare, cuando retorna el alba, vuelve la cordura a los amantes desbarrados. Los hechizos se deshacen y aparece la prosaica realidad. ¿Y qué ocurre entonces? Que el desamor es aún más profundo. Que el hartazgo y la apatía se instalan en quien se sirvió del hechizo. Que ahora ya no puede amar o sólo a costa de titánicos esfuerzos. La magia es un boomerang que se vuelve contra quien la ejerce. Así que lo siento, Samuel, no te voy a dar esa receta. El amor no puede surgir de la magia. El amor debe andar con sus propios pies. La llama del amor sólo puede encenderse en el Amor.
Querido Samuel, debo confesarte con manifiesta claridad lo siguiente: Ella no te ama. No te ha amado nunca ni te amará jamás. Lo reconozco, es duro. Tienes la esperanza de que sea al contrario. Pero verás: ella no se ama a sí misma. Y quien no tiene amor, ¿puede acaso darlo? Ella es su propia enemiga y, por eso, está dividida, sajada, hipostasiada. Cree estar enamorada de su amante, pero éste no la llena. Lo único que la deslumbra es su pasión, su sexo tal vez. Pero él no es su amigo. ¡Y la amistad es vital en el amor! Los grandes amantes han sido, antes que nada, amigos. Para la pasión y el sexo desnudos, sin amistad verdadera, están las prostitutas y las cortesanas. Pero para la conversación franca, sin exigencias, sin ataduras, sólo están los amigos. Si había algo envolvente en Cleopatra era su sabiduría. Sherezada, la gran amante del visir de Las Mil y un Noches, era contadora de historias.
Samuel, ella necesita la amistad y, para ello, recurre a ti, porque tú le das alas e inspiración y alegría y apoyo. Ha dividido sus necesidades entre dos hombres, y lo que hace con uno no puede hacerlo con el otro. ¿Es esto amor? No. Es sólo codicia. Ella busca a cada hombre por lo que le aporta. Lo suyo no es el amor, sino la transacción. No busca amar, sino ser amada. Si amara de verdad, el amor se lo daría todo. Un solo hombre sería para ella todos los hombres. Y ese hombre cubriría todas sus necesidades, las de ayer, las de ahora, las de mañana. Y su seguridad sería tan absoluta que hasta podría andar sobre las aguas. ¡Sabría con claridad a quien ama y a quien no! Su amor se desbordaría e iluminaría a todos cuantos se rozaran con ella. Y te iluminaría a ti, Samuel, y, por tanto, no estarías enfermo de amor, sino sano y feliz. Pues el verdadero amor sana siempre.
Allá donde hay amor brotan milagros. El amor extiende alegría y confianza. Si ella amara al hombre con el que está, tú no tendrías necesidad de ella, Samuel. Pero si te amara a ti, es tu rival quien no tendría necesidad de ella. Sin embargo, el desamor es enfermizo. El desamor potencia las lacras y la tristeza y el desánimo. Tú estás enfermo, Samuel, porque te has obsesionado por una mujer que ni se ama a sí misma ni ama a hombre alguno y que, por tanto, necesita alimentarse de cuerpos y, de esta forma, los hace enfermar.
Querido Samuel, ¿por qué has puesto tu felicidad en unas manos que no saben qué hacer con ella? ¡Es en tus propias manos donde debes ponerla! Eres tú quien debe darse el amor que anhelas. Tú el que debes abrir la brecha del amor.
No lo olvides, Samuel: el amor no viene de los hombres. Por tanto, ¿podría venir de esta mujer o de cualquier otra? El amor penetra hasta el último quark. El universo es amor. El campo cuántico es amor. Dios es amor. ¡Eres tú quien tiene que beber de la fuente! La mujer que te ame debe beber también de la fuente. Luego la fuente del amor no son los que se aman. La fuente del amor brota de la invisible energía del cosmos.
Cuando dos se aman, se aman en la fuente. Y cuando las aguas lo anegan a uno, ¿puede acaso preguntarse si está seguro o no? ¡Es imposible! ¡Uno no puede resistirse! Uno es arrebatado, conducido, navegado. ¡No le cabe duda de lo que le está ocurriendo!
Ella, querido Samuel, no siente amor. Pero tú tampoco. Pues, si lo sintieras, no tendrías sufrimiento. Sólo sufre quien se resiste. Y tú te resistes a la corriente del amor. Te has quedado anclado en el desamor. Tienes nostalgia no del amor, sino del sufrimiento. Confundes el sufrimiento con la dicha, pues, en la raíz, ambos te sacan de ti mismo. Salvo que la dicha discurre siempre en el río, mientras el sufrimiento trata de vadearlo a contracorriente. ¡Abandona, pues, lo que no es sino nostalgia y melancolía, pero no es amor! Deja de prenderte al sufrimiento para que el río pueda tomarte en sus brazos y rezumes amor real. Deja de buscar amor donde no hay amor.
El amor no mata, amado Samuel. El amor no quita la respiración. El amor hace vivir y llena de oxígeno.
Queridos alumnos, no os dejéis llevar nunca por los espejismos que confunden a los seres con sus cuerpos y al amor con el interés, el egoísmo y el sufrimiento; los espejismos que buscan la fuente del amor en el cuerpo, y no en la vasta energía del cosmos. ¡Nunca ha padecido tanto la sociedad contemporánea por amor y nunca ha habido menos amor!
Mis dilectos alumnos, abrid primero en vosotros la brecha del amor; amaos antes que nada a vosotros mismos. Y cuando estéis plenos de amor, entonces dadlo en lugar de pedirlo. La persona amada será un regalo, nunca un complemento. Será una fiesta, nunca una necesidad. Será un derroche, jamás una exigencia.
Samuel, desconfía de todo lo que sea difícil. El amor es fácil. Cuando llega es como si siempre hubiera estado allí. No chirría, no desentona, no clama, no llora. Es plenitud, ausencia de tiempo, eterno presente, ubicuidad total. Ama de verdad a esa mujer que no te ama y el poder que tiene sobre ti habrá desaparecido. El sufrimiento que te impones por su causa se disipará. Y habrás hecho espacio para que el río te subyugue y te conduzca hacia otros puertos que no puedes ni siquiera sospechar aún.
Samuel, te lo digo aún más claro: el desamor que sientes es una bendición. Sin él, no emprenderías el viaje. El amor es viaje. Dos que se aman son viajados por el amor. ¡Déjate viajar, Samuel! ¡Dejaos viajar, amados alumnos! Y no tengáis expectativas. Permaneced abiertos a lo que os muestren los paisajes. En el recodo más inesperado, os estará esperando un panorama. El que existe única y exclusivamente para vosotros. El paisaje que os está aguardando desde el comienzo de los tiempos. Y aunque transitareis por miles de paisajes más, éste permanecerá siempre con vosotros. Pues es el amor. Y todo amor real es amor eterno.
Tu efímero amor, Samuel, fue un espejismo en el desierto. ¡Donde sigues aún! Abandona las áridas llanuras y busca la impetuosa corriente del río. Y el espejismo será olvidado. Y ya nadie podrá arrebatarte la realidad del amor.
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ResponderEliminarBienaventurado aquel que vive el amor y se equivoca, porque ésto le hará más sabio.
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