Un cementerio de animales
ANIMALITOS DOMÉSTICOS
Cementerio de animales en Dúrcal. Ahora que quemamos a nuestros muertos, un cementerio para chuchos. ¡El abuelo, que arda! Pero el perrito, animalito, enterrado como Dios manda.
Las generaciones futuras no encontrarán los muertos de hoy, sino sus animales. Nuestros antepasados, tan católicos, creían en la resurrección de los huesos y, por ello, enterraban a sus cadáveres. Hoy ya sólo creemos en la resurrección de las bestias.
No confiamos en el de arriba, pero sí en los alienígenas. No vamos a los templos, pero abarrotamos los hipermercados. No rezamos, pero repetimos los eslóganes televisivos. Lo que le pedíamos antes a la Providencia, se lo exigimos hoy a los políticos.
Tiempos de inversión. Cuando una cosa se pierde, otra inferior ocupa su lugar. Como el sentido de lo sagrado ha desaparecido, sacralizamos lo insustancial. Ya no miramos al cielo en busca de respuestas, sino que se las pedimos a nuestro perro. Ya no creemos en el destino, pero pensamos que fabricamos nuestra propio destino. Y los ves ahí, luchando a brazo partido contra la realidad, angustiados, temerosos, heridos, desconsolados, porque consideran que pueden construir su vida, pero lo que les ocurre es que la vida los construye a ellos. Y piensan que debe de haber un error. Y van a los gurús, a los psicólogos, a los psiquiatras, a los terapeutas, a los políticos, a que les digan dónde está ese error. Y siempre salen timados.
Sociedad de insatisfechos. ¡Y son los demás quienes tienen la culpa! Por eso no inhumamos a las inicuas personas, sino a los pobrecitos animales.
Los egipcios enterraban a sus mascotas, pero es que para ellos la muerte era un viaje. Vida y muerte se enmarcaban en una cosmovisión que confería existencia eterna incluso a la más pequeña brizna de hierba. Nosotros, por el contrario, sólo creemos en el cambio, la entropía y lo efímero. Por tanto, lo que para los egipcios era numinoso, para nosotros resulta ridículo. Lo que era espíritu y misterio para los egipcios, para nosotros es esnobismo.
Hemos cambiado lo invisible por ingenuos sucedáneos. No tenemos religiosidad interior, pero sacamos ídolos en procesiones. No le concedemos poder al pensamiento, pero los medicamentos atestan nuestros armarios. No nos conocemos a nosotros mismos, pero juzgamos inmisericordemente a los demás. No creemos en el amor eterno, pero consumimos eternamente un cuerpo detrás de otro.
Éramos hombres, pero décadas de bienestar nos han hecho animales. Por eso enterramos a los perritos y a los mininos. El cementerio mascotero de Dúrcal florecerá y dará pingües beneficios, como los está dando “El último parque” de Madrid. ¡Nichitos para llorar a las mascotas!
Cuando siglos después, la construcción de una autopista descubra alguno de estos cementerios, los seres de entonces sabrán en qué se han convertido los españoles de hoy: en chiguguas y micifuces. En animalitos domésticos.
Diario IDEAL, 27 de abril de 2010
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