Están aquí, con nosotros. Los que fueron, los que serán. A
menudo, cuando he venido un septiembre tras otro, en lo que ya es una
tradición, a este casa, he sentido que había mucha más gente de la
aparentemente congregada. Que había presencias, y no sólo del pasado, sino
también del futuro. Y es que las fiestas tienen la virtud de abolir el tiempo.
Son como un presente eterno. Por eso son tan hermosas. Por eso no hay quien no
se sienta joven en ellas. Aunque se requiere una condición: que sean siempre
las mismas fiestas, las que uno vivió de niño. Es como una varita mágica que
nos ha sido conferida. Vas a las fiestas de tu barrio, de tu pueblo, de tu
ciudad… ¡y renaces! Es como si te hicieras cien liftings de una vez. Salvo que
también te los haces del alma.
Hoy no sólo estamos aquí quienes
amamos las fiestas de Nigüelas, quienes las sentimos, sino quienes las amaron y
sintieron desde el siglo XVI, y quienes las amarán y sentirán en el siglo XXV y
más. Pues pueden acabar muchas cosas, haber guerras, penurias, enfermedades, gravarnos
aún más con el IVA, ser rescatados del naufragio, pero las fiestas seguirán.
Las mismas. ¡Y también asistirán a ellas las mismas personas! Las que asisten
hoy, las que asistieron ayer, las que asistirán mañana. Y ya siempre estarán
relacionadas entre sí. ¿Sabéis que, en el mundo subatómico, cuando dos
partículas se encuentran, se hallan interrelacionadas eternamente aunque se
hallen separadas por años luz? ¡Cuánto más no será los humanos!
Las fiestas de Nigüelas nos congregan
aquí en cuerpo y espíritu.
JUSTO AHÍ está sentada UNA SEÑORA ADUSTA, con un largo vestido negro y un collar de
amatistas, y nos mira con complacencia. ¡Qué feliz es de que estemos aquí!
Parece el ama de esta casa. Piensa que no puede tener mayor utilidad. Fue una
persona religiosa, demasiado apegada a las doctrinas, pero tras la desaparición
de su cuerpo, sólo quiere la dicha para los demás.
–¡Divertíos! –está clamando–. ¡Esta
casa fue demasiado seria! ¡Me encanta que esté entregada a la fiesta!
Pero no, no fue tan seria. Veo
corretear niños por doquier.
–¡No, no eran mis hijos! –clama
la señora con tristeza–. ¡Entonces tal vez habría habido fiestas en esta casa!
Por eso ahora quiero que corran los niños en el patio, por las escaleras, por
pasillos y galerías, porque estoy alegre, muy alegre.
¿PERO QUIÉN es ese SEÑOR
TAN MALHUMORADO? Lo que a la dama le agrada, a él le fastidia. Parece
que vivió en esta casa con la señora. ¿El marido? ¡Pero, hombre, si esto está
cuidadísimo! ¡Y hasta han puesto el Ayuntamiento en su casa! ¿Qué más quiere?
Usted lo que tiene que hacer es venirse ahora a contemplar el castillo de fuegos
artificiales. ¡Es tan arrebatador! En esta noche septembrina, llena de brisa y
de magia, ¡inspira tanto ver el cielo de Nigüelas lleno de colores! Súbase a un
cohete, usted que puede volar. Nosotros tenemos que conformarnos con seguir su
curso con la imaginación y ver cómo se iluminan los caseríos y las luces entran
por las ventanas, esclarecen los jardines, se inmiscuyen entre los setos, como
si un ejército de ángeles anunciara la buena nueva:
–¡Las fiestas, las fiestas!
Y es que Nigüelas es un pueblo
para que ocurran maravillas. Siempre que paseo por sus calles o merodeo por sus
montañas, se me antoja que estoy ante un Nacimiento. Por eso, esta Navidad,
cuando Granada se llene de ellos, yo estaré viendo en cada uno a Nigüelas. En
la plaza Bib–Rambla, en San Rafael, en la Carrera o en la Acera del Casino. Y
es que, cuando los artífices imaginan un pueblo, acaban siempre haciendo una
réplica de Nigüelas. Tiene montañas, valles, ríos, casonas, casas, casitas y un
inmenso cielo lleno de puntitos de luz, donde, en el solsticio de invierno,
puede verse la estrella de oriente. Encima, eso sí, aquí no llega el poder de
Herodes… aunque llega el de Rajoy.
AH, ¿QUÉ ES LO QUE VEO? ¡Pero si allí está justamente EL PRESIDENTE DEL GOBIERNO llamando
mi atención? ¡Qué honor, señor Rajoy, que haya venido a las fiestas de
Nigüelas! ¿Que no, que no es el señor Rajoy? ¿Qué sólo va disfrazado de él? ¿Se
ha escapado usted de la Cabalgata?
–¡Sí, pero no de ésta, sino de la
de 2013! –me responde una voz juvenil.
¡Entonces vienes del futuro! ¿Y eso de
vestirte de Rajoy? ¿No sabes que, en las fiestas, se deja la política aparte?
–Rajoy intentó reformar las leyes
posibilitando se le quitase competencias a nuestro Ayuntamiento –me cuenta el
joven entre quejoso y reivindicativo–. ¡Pero nosotros colapsamos de firmas el
palacio de la Moncloa!
Esto se pone interesante, chico, sigue,
sigue contando.
–Todos firmamos, absolutamente
todos.
Increíble, qué ejemplo. ¿Cómo te
llamas? Vale, no me lo puedes decir. Todavía no vives aquí, pero vivirás. En
fin. Sigue contando.
–¡Yo fui uno de los que
participaron en la campaña! ¡Hicimos la Cabalgata de 2013 en Madrid! Una parte
disfrazados de corporación de Nigüelas, y otra, de Rajoy y sus ministros. La
Cabalgata de Nigüelas, en la Puerta del Sol. Hicimos un simulacro de pleno allí
mismo. Interpelamos a Rajoy: “Estamos orgullosos de nuestra corporación. La
pagamos con nuestro dinero… ¡Hasta tenemos una fábrica de luz! ¿Por qué quiere
que nos dirija la Diputación?”. Se lo decíamos con canciones, música y
chirigotas. La gente se desternillaba de risa. Llegaron las televisiones y
retransmitieron lo que sucedía. Toda España se divirtió con nuestras
caricaturas, los mimos, las cucamonas. ¡Hasta José de la Mota nos llevó a su
programa! Y se vino a hacer varios sketches a Nigüelas. Logramos la simpatía
del país… ¡Y la ley se paró! Nigüelas logró detener el rodillo que se les venía
encima a miles de pueblos…
–¿Es posible? ¡Pero protestarían
también otros, se manifestarían…!
–Hubo protestas a lo largo y
ancho del país… Pero a todos les faltó este aura iconoclasta, festiva, de suave
crítica y desternillante humor… Fue nuestra intervención la que se llevó el
gato al agua. Sin ella, la ley se habría
impuesto.
Como Fuenteovejuna, ¡todos a una!
¡Enhorabuena! Sabía que la Cabalgata es maravillosa, pero ignoraba que tuviera
tanto poder. ¡Desde luego las fiestas
son una bomba! Rajoy no sabe a lo que se enfrenta. ¡Lo vais a combatir no con
armas ni proclamas ni mociones… sino con fiestas! Estaré en la Puerta del Sol
cuando el evento se produzca.
¿PERO QUÉ DICE USTED, SEÑORA? ¿También se ha escapado de la Cabalgata? ¡Ah, no, ya, usted
viene de 2048! Entiendo, hay otra moda. Bueno, ¿qué quiere? ¿Que el pueblo ha
crecido demasiado?
–¡Toda aquella publicidad atrajo
a muchísima gente a Nigüelas! –se me queja–. Miles de personas querían vivir aquí.
Y se hicieron y se compraron casas. Nigüelas es hoy el triple de grande que
antes.
Dígame al menos, señora, si han
respetado la naturaleza. Porque eso es lo importante. Nigüelas es un pueblo muy
bello, pero el entorno lo hace privilegiado.
–¡Cualquier día no iban a
respetarla! – clama–. Rita, la alcaldesa de entonces no lo habría permitido.
¡Era la Juana de Arco de Nigüelas! Las montañas y los bosques siguen siendo los
mismos, pero, para mí, hay demasiada gente. ¡Y, para la Cabalgata y la
procesión, hay que alquilar los balcones! Las calles están abarrotadas. No cabe
un alfiler.
Entonces, señora, me quedo
tranquilo, aunque comprendo que usted extrañe el pueblo primitivo. ¡Pero ahora
hay más motivo aún para que no le quiten competencias!
¡VAYA, ALLÍ LEVANTA LA MANO UN SEÑOR CON PINTA CULTA! ¿También viene usted del futuro? Claro,
resulta lógico. El futuro tiene más años que el pasado y por tanto ha habido
más fiestas del futuro que del pasado. ¡Ah, es usted el director de la banda de
música! San Juan Bautista, creo que se llama. Me alegro. Veo que ha pervivido.
Cuénteme, cuénteme.
–La banda ha dado varios famosos
músicos y compositores –me dice orgulloso–. Y ha trabado la solidaridad del
pueblo. La banda de música ha sido el alma de Nigüelas. Y el alma se ha hecho
más potente que nunca.
De verdad que resulta hermoso,
señor director. Un pueblo encantado, con su banda de música repleta de jóvenes.
¡Éste sí que es un pueblo europeo! Tiene las tradiciones y la vanguardia, la
fiesta y la aplicación, el jolgorio y la cultura. ¡Lo que puede hacer un pueblo
que produce su propia música! Gracias a usted. Y a todos los directores
anteriores. Y a los que seguirán.
–¡Pero no sólo tenemos nuestra
propia música! –protesta orgulloso–. ¡También nuestro baile! Hasta poseemos dos
escuelas, una de ellas de danza flamenca. “Menta y Canela” se llama. ¿A que es
bonito el nombre?
Sí, si que es bonito. Aunque
estoy aturdido. ¿Todo eso en un pueblo de 1200 habitantes?
–¡No, no! –me indica
contundente–. ¿No ha escuchado a la señora? ¡Ahora tenemos muchos más! ¡Pero
todo eso existía ya cuando Nigüelas tenía sólo 1200 habitantes!
Mi asombro se agranda. La verdad
es que Nigüelas se parece a Castroforte del Baralla, aquel fabuloso pueblo que
inventó Torrente Ballester y que de vez en cuando levitaba y ascendía hacia las
nubes. Nigüelas está ya encaramado a las nubes. Es como un Shangrilá. Ante él,
los fríos glaciares e incultos que atenazan al resto de España se baten en
retirada. Es como uno de esos monasterios donde, en la Edad Media, se refugió
la cultura.
¡EH, EH, POLLO,
QUE NO SE PUEDE FUMAR! ¡No, no te extrañes! Estamos en 2012 y está
prohibido fumar en lugares públicos. ¿En qué año estás tú? Ya, en 1960. Ahora
lo entiendo. Entonces se podía fumar hasta en los quirófanos. Sé tan amable.
Apaga el cigarrillo. ¿No te parece suficiente el humo que va a inundar las
calles en cuanto yo dé fin a mis palabras?
–Señor pregonero, dígame –me
interpela curioso–: ¿Es igual la Cabalgata de hoy que la de 1960?
¡Pues claro que sí, hombre! Bueno,
todavía es más hermosa. Tiene más color, más fantasía, más creatividad… y música.
Porque ya lo ha escuchado: Nigüelas tiene su propia música. En la Cabalgata
actual, puede encontrar toda la variedad del género humano. Los hay que van
disfrazados de fregonas. Otros, de pitufos. A muchos, les gusta ir con el
macabro sudario del Halloween. Hay minotauros, bailarinas, bebés, hombres que
se visten de damas y damas que se visten de hombre, gimnastas, negras zumbonas,
enfermeras y payasos… y todo, todo cuanto quieras encontrar. ¿Pero por qué no
has ido hoy? Puedes asistir cuando lo desees, no tienes que esperar a que yo te
convoque. Como no existe el tiempo, aún estás a tiempo. ¡Ve a la Cabalgata, chaval!
Aún rondará por los callejones de la plaza o de la Feria. No, no recuerdo a qué
grupo le han dado el primer premio. Luego se lo preguntas a la alcaldesa. No,
no ahora, rapaz, que debe escuchar el pregón. Después, cuando yo acabe.
¡PERO, RAYOS! ¿QUÉ HACE AQUÍ UN ANIMAL? Parece, parece… “¿Señorita, es usted… es usted una
zorra?”. Perdón, no se lo digo como insulto. Le preguntó si es una hembra de
zorro u otro disfraz también escapado de la Cabalgata. ¡Vale, vale, no tiene
por qué aullar tan alto! ¿Así que usted es la zorra de… de… 1912? ¿Que la
quemaron y la enterraron? ¡Ay, cuánto lo siento! Era la época. Entonces no entendían
lo del sufrimiento animal. Pero quédese tranquila. Ahora sólo entierran a un
muñeco. Los zorros de hoy viven tranquilamente en estas maravillosas montañas.
Sólo los pesticidas se llevan algunos. Pero los montañeros están hartos de
toparse con ellos. Y se emocionan. Y no les disparan. ¡Siento que la asaran en
1912! Pero ya ve que la muerte no existe. Si no, usted no estaría aquí. ¿Que
dónde están las otras zorras? Mire, esta palabra induce a confusiones, ¿lo sabe?
¡Así que no me meta en líos! Corramos un tupido velo. Que quede claro, eso sí,
que su entierro es el remate de estas fiestas y que, sin él, no serían lo
mismo. ¡La zorra tiene que llevarse los males a la tumba mientras la lloran los
Jeremías! Y el pueblo se queda limpio, impoluto, para comenzar un nuevo ciclo.
¡Si no fuera por la zorra!
¿PERO QUÉ HACÉIS VOSOTROS?
¡Ésta no es la caseta de baile! ¡Esperad, esperad! Será ahora, después de los
fuegos, al ritmo de la música de la orquesta Símbolos. ¡Hasta que amanezca! ¿Pero
a qué se debe vuestra impaciencia? ¡Si tenéis toda la eternidad por delante!
¡Eh, eh, tampoco tenéis por qué iros! Ya sé que las calles están llenas de
bullicio, que los bares están abarrotados, que la noche es espléndida… Aquí
tenemos hoy ruido, comparsas, música, cohetes, palabras, pero un poco más
arriba, en la Sierra, hay silencio. Ya sé que no os gusta, porque la mayor
parte de vuestra vida transcurre muda. ¡Desde luego, qué reconfortante resulta
el ruido cuando todo el año nos ha amparado el silencio! El silencio es
nutritivo. El silencio hace pensar. El silencio da fuerzas. Pero en algún
momento hay que dar alaridos. Hay que gritar. Y cantar. Y decir tonterías. Y
carcajearse. Y confraternizar. Las fiestas están para eso. Si no, la astenia se
apoderaría de nosotros y nos consumiríamos en poco tiempo. No se puede ser
serio full-time. No se puede vivir en lo práctico full-time. Si existe un alma,
le va el humor y el misterio. Las fiestas nos traen el humor, el misterio y el
ruido. ¡Qué buen conjuro contra las personas estiradas!
PERO NO, NO ME MIRÉIS VOSOTROS ASÍ. Ya sé que cuando erais el señor y la señora de esta
casa erais dos personas estiradas. ¿Pero ahora no lo sois, a que no?
Con el olor a pinchitos, a
churros, a algodón, se mezcla el olor de los pinos. ¡Qué pocas fiestas tienen
esta alianza! Con sólo andar unos pasos, podemos encontrarnos con el primer día
de la creación. El bosque mágico se halla a la vuelta de la esquina. De un
momento a otro descenderán los neandertales a estar también con nosotros.
¡Porque ellos también tenían fiestas! ¡Y las celebraban igualmente aquí!
¿QUÉ ME DICES TÚ, DESHARRAPADO,
QUE YO ERA ENTONCES EL BRUJO DE LA TRIBU? ¡Pero hombre! Sí, sí, ya sé que
los pregoneros somos el sustitutivo de los brujos. Ellos pronunciaban las
palabras mágicas que impelían al pueblo al jolgorio y al despendole. Sí, sí, lo
sé, no hay palabras que no sean mágicas, y las mías lo son también, y por eso
quiero volver mágicas estas fiestas, y he convocado a ellas incluso a los que
no existen. En fin, soy el brujo, ¿y qué? Yo también me he escapado de la
Cabalgata, aunque de una de la época troglodita. Voy disfrazado de moderno, de
intelectual, ¿a que doy el pego? Pero, en realidad, soy el hechicero.
Y ya que lo he reconocido, vamos
a aprovecharnos de la ceremonia: cuando los fuegos de colores iluminen dentro
de un momento los cielos, en alegres figuras y estallidos, pedid muchos deseos.
Vivid en la imaginación como desearíais vivir en la realidad. Tengáis la edad
que tengáis, pensad que hoy os sonreirá el amor. Sí, sí, con tu pareja de toda la
vida incluso, claro que sí. El amor siempre está deseando llenarse.
Esta casa en la que estamos es
más antigua aún de lo que nos decía su dueña. ¡Tan antigua como una caverna! Y
estas luces son el fuego mágico. Y mis palabras son los pinceles que dibujan
para vosotros una caza fecunda. Es decir, los que os traerán suerte en vuestras
empresas. ¡Los que estáis aquí, en esta “cueva”, conmigo, seréis embargados por
la fortuna! Para ello estoy haciendo los convenientes ritos mágicos.
Y la fortuna comienza ahí fuera,
en la fiesta. ¡Esa es vuestra caza! Cazar la alegría, la intrascendencia, la
trivialidad… en este mundo donde la mente pesa tanto y es tan insoportable.
¡Liberación! En toda liberación se desprende una inmensa fuerza. ¡Y será esa
fuerza la que os lleve de alegría en alegría hasta el próximo año!
El domingo, cuando la diosa que
ampara a Nigüelas salga a las calles, se producirá un momento irrepetible que
tenéis que aprovechar. ¡Entonces o nunca! Veréis: esa diosa está triste y
desconsolada. Ha muerto un hijo suyo. ¿Puede haber para una madre algo peor? Lo
que no sabe es que no ha muerto. Todavía no sabe, como lo saben estos seres
invisibles que se han unido esta noche a nosotros, que la muerte no existe y
que, por tanto, verá a su hijo más glorioso aún de lo que jamás lo vio. ¡A
vosotros os corresponde expresárselo con vuestra alegría! ¡Con vuestros gritos
de ánimo, con vuestros vivas! La tristeza es un espejismo. ¡La alegría es
verdad! Y entonces ocurrirá algo trascendental. Del cielo descenderán los ángeles,
a millares. Habrá un baile en las alturas. Ángeles y almas montarán la de Dios.
Y no habrá calle ni montaña de Nigüelas donde no canten y retocen. Y todo se
llenará de benéfica felicidad. ¡Tenéis que aprovechar para inundaros de ella!
¡Tenéis que absorberla con ansias, a borbotones, como si fuese el chocolate con
churros de la mañana de Feria! Será como ponerse por traje a la Fortuna. Desde
luego, si esto no se puede hacer en unas fiestas, no son fiestas. ¡Y éstas sí
que lo son!
Por eso no
se llaman fiestas, sino “función”. Una función es mucho más que unas fiestas.
Fiestas las hay por todo el territorio patrio y allende sus fronteras.
Funciones como las de Nigüelas, muy pocas. Hay funciones de teatro, funciones
de cine, funciones religiosas… pero la función de Nigüelas las contiene todas.
La Función de Nigüelas es rito egipcio, porque la Virgen de las Angustias vela
a Cristo muerto como la bella Isis veló a Osiris hasta resucitarlo. Y tiene
también un auto de fe, como en los tiempos de la Inquisición, aunque en lugar
de los relapsos quema a una zorra. Y conserva también en su Cabalgata las
celebraciones festivas barrocas, con su alegría desbordada, sus disfraces, sus
chirigotas, y sus expresiones provocativas y salidas de tono. En un tiempo
están todos los tiempos. La función de Nigüelas es un holograma. El pasado, el
presente y el futuro están en ella. Es como un túnel del tiempo, que nos
conduce a la época que queramos. Por eso se han congregado hoy aquí figuras de
todos los tiempos. Por eso la fiesta es inmensa, porque no están sólo todos los
que son, sino también los que han sido y los que serán. ¡Esto sí que es una
función! La función de la vida, el teatro de la vida. La vida es sueño, es
decir, función. Así que, al haberme entregado las llaves para abrir semejante
portento, soy como el viajero de “La máquina del tiempo”, de George Wells, que
va de una época a otra como una pelota de ping-pong. Por tanto, ante todos, voy
a darle a la palanca. Y en cuanto le dé a la palanca, quiero que os entreguéis
a la maravilla. ¡Mezclaos con los que fueron y con los que serán! ¡Mezclaos con
los que son! Vivid este tiempo sin tiempo, lo que le es dado a muy pocos.
Entregaos a la pura diversión, a la
fiesta.
Acciono por tanto la palanca.
¡Que comience la función!