«Un rascacielos en Manhattan es universal; en Bollullos, provinciano»
El Monopoly
¿Qué es un provinciano? Alguien que emplea con vehemencia
cualquier medio a su alcance para parecer universal. Ignorante de que la
universalidad surge de cultivar los propios valores, que se erigen así en
valores generales, impulsa desesperadamente los valores ajenos que imagina
universales, transformándolos de este modo en pueblerinos. Un rascacielos en
Manhattan es universal; en Bollullos, provinciano. El frac en
la ceremonia de los Nobel, universal; en una boda de Lepe, provinciano. Ser
cowboy en Tejas, universal; en Polopos, provinciano. Dedicarle una calle al
vocalista de los Clash Joe Strummer en Londres, donde estudió y trabajó,
universal; en Granada, provinciano.
En las idas
y venidas de su residencia veraniega en el cabo de Gata, Strummer pasó
fugazmente por Granada, donde contactó también fugazmente con alguno de sus
grupos musicales, y nombró una vez en su vida a la ciudad en una canción de
letra deshilachada, llena de anacronismos y tópicos, sólo salvable por la
música. ¡Pero ha sido suficiente para que nuestros concejales, puestos por una
vez de acuerdo en tan “trascendente” asunto, le dediquen una calle! ¿Qué otra
cosa van a hacer los aborígenes? Es propio de los pueblos colonizados rendir
culto a las huellas de sus misioneros, convirtiendo en reliquias e hitos sus más insignificantes vestigios. Por eso
nuestros munícipes celebraron ayer una ceremonia mágica en la plaza de Las
Palmas, en adelante de Joe Strummer, donde danzaron en torno al fuego ritual de
los focos y se embriagaron con las cámaras.
El problema
es que, mientras estos concejales beatifican agradecidos las huellas de los
Hernán Cortés de la modernidad, juegan despiadadamente al Monopoly con sus
indios. Así, embargada por el vértigo del juego, la concejal de Turismo ha escamoteado
sin escrúpulos una plaza que los vecinos conocían por el bello nombre de las
Palmas para ponerle un nombre foráneo, que nadie pronunciará correctamente y
que muy posiblemente nunca puso un pie allí. ¡Pero el Monopoly es el Monopoly!
Lo mismo ha hecho el alcalde con la estación de tren: quitarla de donde estaba para
ponerla donde le ha convenido a su estrategia. ¿Qué más le da la incomodidad de
los súbditos? También ha hecho lo mismo la concejal de Movilidad, quebrando un
sistema de transportes medianamente aceptable para poner en su lugar otro
infausto pero que le ha dado fama de excelente jugadora. ¡Si los brujos de su
tribu la celebran, que se zurza la etnia local!
Atentos con los foráneos y sordos
con los de dentro, y por eso juegan al Monopoly con las plazas, con las
estaciones, con los transportes; y mientras se felicitan calurosamente por sus
jugadas maestras, quebrantan al pueblo y ponen al albur sus nombres, sus vidas
y sus haciendas.
Cuando parece que discuten entre
ellos y que se oponen y que tienen objetivos diferentes, es sólo que están
jugando al Monopoly y, al finalizar, se hermanan con cañas, bailes y fuegos de
artificio. Mientras tanto, las mentes universales andan desaparecidas, no pían,
tienen miedo de que se las merienden. ¡Porque el provincianismo es más caníbal
que un agujero negro! ¿Cómo van a mirar estos concejales fuera del Monopoly si la
gravedad se lo impide? ¡Sus ojos están fijos en los dados y nada más que en los
dados!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 21 de mayo, 2013
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