«La
Academia de Buenas Letras de Granada es una academia rupestre»
Enrique Morón lee su discurso en el paraninfo de la Universidad de Granada (13 de mayo de 2013). Foto: Lucía Rivas |
La academia rupestre
Con un hondo discurso sobre su poesía, desnudo de abalorios
y reciamente emotivo, Enrique Morón realizó ayer su ingreso como
“supernumerario” en la Academia de Buenas Letras de Granada. En realidad, se
trata de un eufemismo para indicar que, tras casi una década de servicio a la
docta casa, ésta le paga inhabilitándolo para ejercer el voto y ostentar
cualquier tipo de cargo.
¿El pecado de Enrique Morón? Haber
cumplido 70 años. En efecto, cuando llegan a esta edad, y según el “pionero”
reglamento de la institución, los académicos pierden sus derechos. Pueden seguir
apareciendo por las reuniones, pero como un espectro, como alguien que se
filtra a través de las paredes y de las decisiones, sin poder tocarlas.
En otras palabras: a los 70, la
Academia convierte a sus miembros en menores de edad. Con 70 años, se puede
votar al presidente del Gobierno, se puede ser rey o papa o primer ministro o
presidente de una empresa o de un banco, puedes escribir un libro, pero no puedes
votar una de las triviales cuestiones que se plantean en esta Academia local.
A los 70, en un espectáculo digno
de las juvenalias dictatoriales del siglo XX, eres degradado, rebajado, sajado
del mundo de las personas con criterio. No ocurre en ninguna otra institución,
pongamos por caso la Real Academia de la Lengua o la de Bellas Artes de Granada.
Los redactores de los Estatutos de nuestra cámara de las letras quisieron ser
más “modelnos” que nadie y, poniendo sus prejuicios por escrito, declararon
subliminalmente que un señor de 70 años es un espectáculo indecente, que da una
imagen caduca, y que por tanto hay que darle una palmada en el hombro,
dirigirle un paternalista elogio y sentarlo en el tacataca.
No sólo es responsabilidad de los
redactores en un tiempo en que el juvenismo embargaba a la ágrafa España y nos
conducía directamente a Zapatero y sus gobiernos de bebés; la responsabilidad
es también de parte de los actuales académicos, que tumbaron hace un par de
años una propuesta para acabar con la discriminación. El resultado es un
reguero de gente preparada, lúcida, con excelente salud, marchándose por la
puerta falsa, con sus derechos derrotados y con un claro símbolo de oprobio a
las espaldas. Muchos dirán que no lo sienten así. Son dueños de no ver el
símbolo. Otros sí lo vemos.
En el mundo actual donde se alarga la vida
activa, con personas de 80 años corriendo o ascendiendo a las montañas, cuando
se ha comprobado que el cerebro sigue creciendo hasta los 100, no deja de ser
como mínimo una actitud retrógrada. Estoy convencido de que si estos estatutos
fuesen recurridos en alguna instancia, serían declarados inconstitucionales,
puesto que vulneran el principio de que “los españoles son iguales ante la ley,
sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza,
sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o
social”. En última instancia, unos estatutos así nos retrotraen a la época de
las cavernas, cuando los mayores eran apartados de la pitanza y morían en un
rincón de la cueva. La Academia de las Buenas Letras es sin lugar a dudas una
academia rupestre.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 14 de mayo, 2013
Estupenda la defensa de Enrique y de la valía de los mayores.
ResponderEliminarMe alegra que así sea visto. Los tópicos son muy resistentes, muchas veces incluso en aquellos que los padecen. De ahí que toda concienciación sea especialmente bienvenida.
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