jueves, 27 de febrero de 2014

CATAS

«¡Que contraten a Margarita Lozano para cribar las listas de las próximas europeas!» 

Margarita Lozano (centro), catando un buen vino. Foto: Facebook 
Catas 

Para Margarita Lozano, empresaria y enóloga granadina que entiende de vinos como Einstein de espacio y tiempo, hay formas nuevas y divertidas de catar un caldo, como hacerlo a oscuras, o aliando vinos con ideas filosóficas, o describiendo las cualidades vinícolas con escenas de películas, e incluso catando el mismo vino en diferentes copas, pues dime con quien te juntas y te diré cómo sabes. A mí no me cabe duda de la originalidad de sus propuestas, que seguramente traerán intensidad y riqueza expresiva al zumo de uva, y por ello y dada la híper actividad de esta mujer que ha creado también una editorial y una revista y que escribe excelentes artículos vitivinícolas, no dudaría en contratarla para calibrar a la clase política, sobre todo ahora que se acercan las europeas.
¡Donde se ponga una experta como ella que se quiten dedos autocráticos estilo Rajoy o Griñán, o primarias, estilo UPyD e IU, y se instalen los sorbos degustadores! Tenemos por ejemplo la cata de la “pasta perdida”, consistente en dejar un dinerillo como traspapelado en algún lugar por donde pase el candidato, pongamos por caso 10 o 20 euros. Si el interfecto los rebaña sin decir ni pío, entonces es de los que van directos a afanar el erario, es decir, que tiene cuerpo cleptómano con fragancias a bolsas de basura donde esconder billetes y un delicioso regusto a vaca de banco suizo.
Famosa es la cata de las “lisonjas”, para la que hay que coger al político más estólido, más lerdo, más inculto, y halagarlo diciéndole lo maravilloso que es, la privilegiada mente que tiene, su pericia para organizar la vida pública, de modo que, si acaba creyéndoselo y actúa como si fuera verdad, ya sabemos que será pasto de la megalomanía, que cometerá errores descomunales con ciega confianza, y que será el más sectario de los sectarios, dado que tendrá mono del halago de sus secuaces. Semejante personajillo sabe a fangoso vinagre con ínfulas de Château Lafite y suele beber en copa de plástico semejando cristal de Bohemia.
Otra sobresaliente cata es la conocida como “revolución”, y se practica haciéndole escuchar al político grandilocuentes y pomposas palabras y frases, como “igualdad”, “solidaridad”, “avanzadilla”, “nueva humanidad”, “cambio radical”, “futuro halagüeño”… Si luego las repite sin ton ni son, como una muletilla que le da venia para todo, incluso en opíparos agasajos o mientras sus subordinados le rinden pleitesía, es que se trata de un tipo gaseoso que estalla ruidosamente en la boca dejando un sabor incoloro, inodoro e insípido, por lo que puede beberse en vaso de Coca-Cola.
En la denominada “cata chula”, se lleva al político a una empresa u organismo que funcione modélicamente y se le  nombra jefe del cotarro; si se obstina en dejar huella, si hace cambios caprichosos para demostrar su poder, si siente celos de los mejores y pone ineptos en su lugar, se trata de un tipo remontado, de mezclas varietales desequilibradas, con exceso de sulfitos y capaz de trasegar arruinándolas cuantas cosechas pongan a su lado.
Si hubiera un solo político que diera negativo en todas estas catas, podríamos seguirle con los ojos cerrados y España llegaría a ser la primera potencia mundial. ¡Que contraten por tanto a la enóloga granadina para cribar las listas de las próximas elecciones!

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 25 de febrero, 2014

jueves, 20 de febrero de 2014

MISTERIO

«Un poeta es un hombre público, pero al revés» 

El poeta Rafael Guillén (foto: El Correo de Andalucía
Misterio 

¿Qué debe de sentir un escritor sabiendo que los libros que lo han acompañado durante su vida, allá donde ha indagado, aprendido, polemizado o alcanzado la plenitud, que las cartas que le han dirigido sus amigos, que sus fotos más queridas, que ya nada de eso es suyo sino que pertenece a un organismo oficial y debe por tanto cuidarlo como bien público? Es el caso de Rafael Guillén, que ha donado su biblioteca, sus papeles y fotos a la Junta de Andalucía.
Y si este escritor o poeta, además, ha cortejado el misterio y hasta se ha adentrado en sus lindes como un aventurero audaz, ¿puede llevar bien que futuros investigadores hagan luz sobre sus entresijos, los revelen y banalicen? ¿No habrá algo que chirríe en él cuando vea sus amados secretos en formato digital y a disposición de cualquier curioso y en cualquier parte del mundo?
Rafael Guillén, al que le restan aún muchos años de vida porque quien ama lo insondable suele ser colmado por la existencia, desea sin embargo dejarlo todo atado y bien atado y que no haya manos espurias que mancillen su  legado, pero la pregunta es: ¿Un poeta debe ser considerado un bien público? En ese caso, Rafael Guillén ha obrado correctamente preservando sus libros y papeles, porque lo que es público debe guardarse y ponerse a disposición de todos. A mí no me cabe duda de que un poeta es un hombre público, pero justamente al revés: su misión es hacer patente la inutilidad de muchos valores sociales, revolucionar las normas embotadas, lijar la herrumbre acrecida, mostrando que sólo hay una verdad: el ser humano desnudo ante su destino, comprometido única y exclusivamente consigo mismo.
Para el poeta genuino, como para el revolucionario, los valores sociales sólo existen para testar su superfluidad, y es de este modo como libera al ser humano de la coerción gregaria. Así que hoy día el valor de un poeta es más que nunca su misterio. Cuanta más publicidad, cuanta menos intimidad, cuanta más difusión, más valor tiene el silencio, más inconmensurable se muestra lo invisible, más relevancia tiene lo incógnito.
¿Por qué permitir que la sociedad manosee la materia que lleva impresa nuestra alma? Rafael Guillén sabe bien que la materia es indestructible, que no hay diferencia entre materia y pensamiento, conoce la cósmica unión de todas las cosas, tiene la certeza de que, aunque muera, seguirá uncido a cuanto ha tocado y, entre otros elementos, a sus papeles. Entonces, si no deja ahora que nadie irrumpa en su misterio, ¿por qué dejarlo después? Se ha vertido en la poesía, y es ahí donde deben buscarlo, porque ahí es donde está la esencia de su aventura. ¡Pero buscarlo en los papeles tratando de justificar el misterio con las razones triviales de una biografía! Por eso el mejor destino de estos documentos sería la quema o cualquier otro proceder que los hiciera inencontrables, inescrutables, inasequibles a la mostrenca curiosidad que, aterrada ante la clarividencia, se refugia en el barro que nos iguala.
Mientras este barro es ahora un bien público, el misterio, sin embargo, permanece versátil e inasible y emana de un ser único, privado y secreto. ¿Por qué, si no, otros han sido incapaces de descender a las simas a donde Rafael Guillén ha descendido?

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 18 de febrero, 2014

martes, 11 de febrero de 2014

SORTILEGIO

«¡Que emerja el río perdido!» 

El río Darro a su paso por la acera de su mismo nombre, a espaldas de la Virgen de las Angustias. Foto: Granadapedia
Sortilegio 

El gran alcalde que Granada tendrá en el siglo XXI hará emerger su río. Ese río que fue estólidamente cubierto entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. ¡Era entonces tan bello el centro de Granada! El Darro fluía a espaldas de la Carrera, ganaba audazmente Puerta Real, corría confiado por Reyes Católicos y se perdía por unos instantes en Plaza Nueva para reaparecer alegre a los pies de Santa Ana. ¡Ese río tiene que volver a respirar, rompiendo así con la maldición de quienes quisieron convertir a Granada en un cateto remedo de la capital de España!
Desgraciadamente no podemos rehacer la Manigua, no podemos devolverle a la Gran Vía las casas bárbaramente arrasadas, pero sí es posible desmontar el Embovedado, sanear el curso del Darro y hacer que el centro de Granada sea tan bello como lo fue en su tiempo y aún lo sigue siendo a los pies de la Alhambra. Será una operación urbanística de altos vuelos, un replanteamiento total de Granada, pero por eso lo llevará a cabo un gran alcalde, alguien a quien no le tiemble el pulso, una personalidad cuyo carisma logrará la aquiescencia de la mayoría de los granadinos.
Habrá que restituir a la ciudad los puentes que fueron cruelmente demolidos y, sin duda, otros nuevos. Habrá que desviar al sentido general del tráfico, haciendo del centro un lugar casi exclusivamente peatonal, una suerte de Venecia en la ciudad de la Alhambra. En justa correspondencia, habrá que levantar el cemento que pesa sobre el Genil, ocurrencia de otro de nuestros “geniales” alcaldes, que tiene entre sus señeros haberes haber logrado que el curso del río parezca un sumidero. No, Granada no ha tenido suerte, ni siquiera con Gallego Burín, al que ahora mitifican tanto, hombre de ilustración rancia y uniformadora.
La emersión del Darro será el símbolo del despertar de Granada, dormida por una maldición que ha durado dos siglos, cada vez más achaparrada, más lacia, más magra, pues si Gallego Burín conocía al menos profundamente el arte y la Historia, este Torres Hurtado que nos gobierna, además de destructor, tiene el pensamiento pequeño, lo ignora todo de Granada, y su idea de progreso emula la ajada miopía de los años 70.
Así que un no tan lejano día del siglo XXI la ciudad se despertará, comprenderá que se ha enterrado a sí misma, y un ejército de granadinos clamará por la apertura de su río de oro, por que las aguas que circulan gangrenadas vean la luz y se llenen de aire y vegetación. Y nacerá entonces otra Granada, la verdadera Granada, la realmente progresista, pues la belleza de una ciudad es la belleza de sus habitantes, y quien crece en la belleza no puede sino ser veraz, no puede sino ser solidario y entregado. Tapar un río delata miseria moral, avaricia y estrechez de miras. Hacerlo aparecer, por el contrario, es indicio de valentía, audacia, cosmopolismo y movilización ciudadana.
¡Que emerja el río perdido! Será también la emersión de los espíritus, su apertura, su avance, el descubrimiento de nuevos horizontes. Granada necesita al gran alcalde que tenga el valor de hacerlo y que será como un mago que conjure el mísero sortilegio, logrando que se revelen en todo su esplendor los tesoros tanto tiempo mancillados.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 11 de febrero, 2014

martes, 4 de febrero de 2014

GEOMETRÍA

«Voy y vuelvo, aunque no sabría decir de dónde parto ni hacia dónde regreso» 
Gregorio Morales en la inauguración de una exposición de Juan Martín Bóveda (Madrid, 1986) 
Geometría 

Hay una geometría matemática y una geometría de la vida. La primera es precisa, nítida, lógica, racional. La segunda, caprichosa, aparentemente absurda y siempre poética. Según la primera, a Granada la separa de Madrid una línea de 400 kilómetros. Según la segunda, Granada y Madrid son un punto, un mismo y único punto… en mi corazón. No es sólo que no pueda vivir sin una de las dos, de forma que, cuando llevo tiempo sin ir a una, me voy quedando inane, hambriento, lleno de añoranza. Es que la segunda geometría las tiene indisolublemente uncidas a mí, y cuando creo que me he desprendido de tan pecaminosa bigamia, se revelan de pronto fantásticos poliedros en cuyo interior sigo habitando.
Dos nombres que en mi ignorancia no tenían relación, acaban de manifestar la última de estas conexiones. ¿Cuántas veces no he paseado por la calle San Juan de Dios en Granada? Hubo un tiempo en que trabajaba a diez metros de su modélico sanatorio. ¿Cuántas veces no he transitado por la plaza de Antón Martín en Madrid? Hubo otro tiempo en que trabajaba a unos metros del Monumental. Sin embargo, nunca había sabido la ilación entre ambos hasta descubrírmela hace unos días un hermoso librito: Antón Martín coadyuvó junto a Juan de Dios en la creación de su hospital; y a su muerte, fundó el sanatorio que se alzaba junto a la plaza del mismo nombre, que llegó a convertirse en el más importante de Madrid.
Así que mi geometría seguía ahora los surcos de otra geometría más antigua, cargada de historias y emociones y también de épicos gestos que, en esta época miserable, me llenan de asombro, como el de Antón Martín perdonando en Granada al asesino de su hermano y pidiendo públicamente que no se le ajusticiara; o la pétrea honradez de Juan de Dios, que no podrían siquiera arañar los astutos pillos que sibilinamente han desangrado España. Un polígono más en la inextricable geometría que compone mi vida, una geometría tan fabulosa, tan extraña, tan vasta, que sólo podría representarla uno de esos grabados de Piranesi donde los caminos no tienen comienzo ni final y vuelven a confluir siempre sobre sí mismos; en los que lo sublime se une a lo siniestro en turbia alianza.
Estudié la carrera en Granada. Viví en primera línea de combate la Movida madrileña. Me casé en Granada. Trabajé en Madrid. Volví a Granada y viví hasta las heces su vida intelectual. He vuelto a Madrid y recuperado mi tertulia con Antonio Gómez Rufo, Ana García D’Atri y otras relevantes figuras de las letras, la televisión y el espectáculo.
Voy y vuelvo por tanto, aunque no sabría decir de dónde parto ni hacia dónde regreso. ¿Comienzo? ¿Final? Sólo tengo claro que no quiero límites. Que si granadino, que si andaluz, que si madrileño, que si español… No pertenezco a la geometría racional, sino a la subjetiva, soy yo quien nombra, aúna y compone. Y en mi geometría, no hay fronteras ni hay lenguas ni espacio ni tiempo porque todo es un aleph, un único punto que contiene todos los puntos, de cuya realidad profunda intenta dar testimonio el humilde agrimensor en que me he convertido, esa realidad inasible que late bajo la aparente y sólida geometría de diseñadores e ingenieros.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 4 de febrero, 2014