«Voy y
vuelvo, aunque no sabría decir de dónde parto ni hacia dónde regreso»
Gregorio Morales en la inauguración de una exposición de Juan Martín Bóveda (Madrid, 1986) |
Geometría
Hay una geometría matemática y una geometría de la vida. La
primera es precisa, nítida, lógica, racional. La segunda, caprichosa,
aparentemente absurda y siempre poética. Según la primera, a Granada la separa
de Madrid una línea de 400 kilómetros. Según la segunda, Granada y Madrid son
un punto, un mismo y único punto… en mi corazón. No es sólo que no pueda vivir
sin una de las dos, de forma que, cuando llevo tiempo sin ir a una, me voy
quedando inane, hambriento, lleno de añoranza. Es que la segunda geometría las
tiene indisolublemente uncidas a mí, y cuando creo que me he desprendido de tan
pecaminosa bigamia, se revelan de pronto fantásticos poliedros en cuyo interior
sigo habitando.
Dos nombres que en mi ignorancia
no tenían relación, acaban de manifestar la última de estas conexiones.
¿Cuántas veces no he paseado por la calle San Juan de Dios en Granada? Hubo un
tiempo en que trabajaba a diez metros de su modélico sanatorio. ¿Cuántas veces
no he transitado por la plaza de Antón Martín en Madrid? Hubo otro tiempo en
que trabajaba a unos metros del Monumental. Sin embargo, nunca había sabido la ilación
entre ambos hasta descubrírmela hace unos días un hermoso librito: Antón Martín
coadyuvó junto a Juan de Dios en la creación de su hospital; y a su muerte,
fundó el sanatorio que se alzaba junto a la plaza del mismo nombre, que llegó a
convertirse en el más importante de Madrid.
Así que mi geometría seguía ahora
los surcos de otra geometría más antigua, cargada de historias y emociones y
también de épicos gestos que, en esta época miserable, me llenan de asombro,
como el de Antón Martín perdonando en Granada al asesino de su hermano y
pidiendo públicamente que no se le ajusticiara; o la pétrea honradez de Juan de
Dios, que no podrían siquiera arañar los astutos pillos que sibilinamente han
desangrado España. Un polígono más en la inextricable geometría que compone mi
vida, una geometría tan fabulosa, tan extraña, tan vasta, que sólo podría
representarla uno de esos grabados de Piranesi donde los caminos no tienen
comienzo ni final y vuelven a confluir siempre sobre sí mismos; en los que lo
sublime se une a lo siniestro en turbia alianza.
Estudié la carrera en Granada.
Viví en primera línea de combate la Movida madrileña. Me casé en Granada.
Trabajé en Madrid. Volví a Granada y viví hasta las heces su vida intelectual.
He vuelto a Madrid y recuperado mi tertulia con Antonio Gómez Rufo, Ana García
D’Atri y otras relevantes figuras de las letras, la televisión y el
espectáculo.
Voy y vuelvo por tanto, aunque no
sabría decir de dónde parto ni hacia dónde regreso. ¿Comienzo? ¿Final? Sólo
tengo claro que no quiero límites. Que si granadino, que si andaluz, que si
madrileño, que si español… No pertenezco a la geometría racional, sino a la
subjetiva, soy yo quien nombra, aúna y compone. Y en mi geometría, no hay
fronteras ni hay lenguas ni espacio ni tiempo porque todo es un aleph, un único
punto que contiene todos los puntos, de cuya realidad profunda intenta dar
testimonio el humilde agrimensor en que me he convertido, esa realidad inasible
que late bajo la aparente y sólida geometría de diseñadores e ingenieros.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 4 de febrero, 2014
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