jueves, 20 de febrero de 2014

MISTERIO

«Un poeta es un hombre público, pero al revés» 

El poeta Rafael Guillén (foto: El Correo de Andalucía
Misterio 

¿Qué debe de sentir un escritor sabiendo que los libros que lo han acompañado durante su vida, allá donde ha indagado, aprendido, polemizado o alcanzado la plenitud, que las cartas que le han dirigido sus amigos, que sus fotos más queridas, que ya nada de eso es suyo sino que pertenece a un organismo oficial y debe por tanto cuidarlo como bien público? Es el caso de Rafael Guillén, que ha donado su biblioteca, sus papeles y fotos a la Junta de Andalucía.
Y si este escritor o poeta, además, ha cortejado el misterio y hasta se ha adentrado en sus lindes como un aventurero audaz, ¿puede llevar bien que futuros investigadores hagan luz sobre sus entresijos, los revelen y banalicen? ¿No habrá algo que chirríe en él cuando vea sus amados secretos en formato digital y a disposición de cualquier curioso y en cualquier parte del mundo?
Rafael Guillén, al que le restan aún muchos años de vida porque quien ama lo insondable suele ser colmado por la existencia, desea sin embargo dejarlo todo atado y bien atado y que no haya manos espurias que mancillen su  legado, pero la pregunta es: ¿Un poeta debe ser considerado un bien público? En ese caso, Rafael Guillén ha obrado correctamente preservando sus libros y papeles, porque lo que es público debe guardarse y ponerse a disposición de todos. A mí no me cabe duda de que un poeta es un hombre público, pero justamente al revés: su misión es hacer patente la inutilidad de muchos valores sociales, revolucionar las normas embotadas, lijar la herrumbre acrecida, mostrando que sólo hay una verdad: el ser humano desnudo ante su destino, comprometido única y exclusivamente consigo mismo.
Para el poeta genuino, como para el revolucionario, los valores sociales sólo existen para testar su superfluidad, y es de este modo como libera al ser humano de la coerción gregaria. Así que hoy día el valor de un poeta es más que nunca su misterio. Cuanta más publicidad, cuanta menos intimidad, cuanta más difusión, más valor tiene el silencio, más inconmensurable se muestra lo invisible, más relevancia tiene lo incógnito.
¿Por qué permitir que la sociedad manosee la materia que lleva impresa nuestra alma? Rafael Guillén sabe bien que la materia es indestructible, que no hay diferencia entre materia y pensamiento, conoce la cósmica unión de todas las cosas, tiene la certeza de que, aunque muera, seguirá uncido a cuanto ha tocado y, entre otros elementos, a sus papeles. Entonces, si no deja ahora que nadie irrumpa en su misterio, ¿por qué dejarlo después? Se ha vertido en la poesía, y es ahí donde deben buscarlo, porque ahí es donde está la esencia de su aventura. ¡Pero buscarlo en los papeles tratando de justificar el misterio con las razones triviales de una biografía! Por eso el mejor destino de estos documentos sería la quema o cualquier otro proceder que los hiciera inencontrables, inescrutables, inasequibles a la mostrenca curiosidad que, aterrada ante la clarividencia, se refugia en el barro que nos iguala.
Mientras este barro es ahora un bien público, el misterio, sin embargo, permanece versátil e inasible y emana de un ser único, privado y secreto. ¿Por qué, si no, otros han sido incapaces de descender a las simas a donde Rafael Guillén ha descendido?

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 18 de febrero, 2014

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