«Volverán
las oscuras golondrinas en tu salón los libros a posar»
¡Qué libertad de movimientos proporcionan los libros en papel, qué preciso y maravilloso plano espacial constituyen para cualquier texto! (Foto: ARCHITETTURA DI PIETRA) |
Volverán las oscuras golondrinas
Volverán las oscuras golondrinas, volverán las golondrinas que aprendieron nuestros nombres. Volverán las blancas hojas de papel, los frontispicios en los que escribíamos nuestras siglas. Volverán en turbión los libros físicos a llenar nuestras manos, embargarnos de aromas, invitarnos a plasmar nuestros pensamientos. Volverán con el mismo vigor con que han vuelto las bicicletas, como ha vuelto el pan integral de masa madre, como han reaparecido las historias románticas de amores apasionados.
Volverán las oscuras golondrinas, volverán las golondrinas que aprendieron nuestros nombres. Volverán las blancas hojas de papel, los frontispicios en los que escribíamos nuestras siglas. Volverán en turbión los libros físicos a llenar nuestras manos, embargarnos de aromas, invitarnos a plasmar nuestros pensamientos. Volverán con el mismo vigor con que han vuelto las bicicletas, como ha vuelto el pan integral de masa madre, como han reaparecido las historias románticas de amores apasionados.
No
es que todo retorne en un ciclo interminable, es más. Es que quienes somos
pioneros en la lectura de libros digitales, quienes llevamos más de una década
leyendo páginas en tinta electrónica, damos testimonio de la libertad que
ofrece el viejo libro, convertido por eso del cambio de los tiempos en algo
radicalmente nuevo. Desde hace unos años nos embarga el presagio de que el
papel volverá a irrumpir en las plazas, en las estaciones de metro, en las playas,
en los confortables sofás.
Seguiremos
por supuesto leyendo ebooks, porque Internet está cuajado de textos y es una
forma barata de consultar, informarse e investigar, y porque es rápido y
cómodo, y porque el papel no está siempre accesible en el momento en que uno lo
desea, pero para la reflexión, para el placer entrañable, para el viaje
fantástico, para la inmersión demorada, se usará el papel.
Y
también se usará el papel para la protesta personal. Porque si cuando yo
comencé a leer en dispositivos electrónicos el hecho constituía una rabiosa
novedad, hasta el punto de que incluso en Estados Unidos me preguntaban dónde
me había agenciado el cachivache (¡loor a la empresa granadina Grammata!), y
los que leían en libros físicos llegaban a sentirse pasados de moda, ahora
ocurre al contrario: ahora, cuando abres un libro en una cafetería, en un
autobús, en una calle, en una reunión, estás introduciendo la subversión, te
estás rebelando contra la moda, contra el sistema, contra la alienación
digital, estás estableciendo tu derecho a pensar de otro modo, a calar donde
quieras, a echar un vistazo al buen tuntún, a conservar para siempre en la memoria
la página donde leíste aquello que te hizo mella, a que tus nietos paladeen tus
divagaciones escritas al hilo del texto.
La
visión humana es espacial y, como bien señalan los entendidos, un libro es
antes que nada un mapa, nos construimos su contenido en función del espacio que
ocupan las palabras, de modo que, leyendo en papel, el contenido es mucho más
nuestro, se adhiere más a nosotros, nos proporciona más libertad de
movimientos, se convierte en un arma más efectiva de comprensión.
Por
ello, ahora, aparte de bajarme de Internet los libros que necesito
urgentemente, he vuelto a frecuentar las librerías de viejo, a oler y palpar
veteranos y amarillentos volúmenes, he regresado a la lectura morosa, al
chistido de la página que pasa, he tornado al espejo fiel de las letras
impresas. Cada libro que toco es un plano de un tesoro que abro con el placer
de un pirata y la delectación de un ciego cuyas manos hurgan sedas y joyas.
Frente al planeta gregario y subrepticiamente alienante de los ebooks, la
sublime y libre soledad robinsoniana de los libros de papel. ¡Sí, volverán las
oscuras golondrinas en tu salón los libros a posar!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 22 de abril, 2014
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