«El
dolor no se ha ido, sigue con nosotros como un fuego que achicharra bajo la
piel»
El poeta Carlos Álvarez en una imagen reciente |
Hoy mataron a mi padre
Almorzamos en un restaurante madrileño un grupo de amigos
entre los que se encuentra, inasequible al desaliento y con su sempiterno destello
infantil, el pota Carlos Álvarez. “¿Qué día es hoy?”, indaga de pronto con el
rostro ligeramente turbado. “24 de julio”, respondemos. Se queda en silencio,
baja la mirada hacia algún impreciso lugar y comenta taciturno: “Hoy mataron a
mi padre”. Se abisma en un nuevo silencio y, levantando una mirada opaca,
añade: “Hace 78 años”. Y sin embargo, lo dice como si fuera ayer. “¿Llegaste a
conocerlo?”, le pregunto. “No ‑responde-. Tenía tres años cuando lo mataron”. ¿Es
posible que el dolor de aquel huérfano haya traspasado indemne casi ochenta
años?
El padre
de Carlos era capitán en una comandancia de Sevilla cuando ocurrió el golpe
militar del 36. Dado que se mantuvo fiel a la República y distribuyó algunas armas
entre la población, fue inmediatamente detenido y, sin que siquiera se le
incoara una de aquellos histriónicos “juicios sumarísimos”, fue fusilado el 24
de julio contra las tapias del cementerio sevillano. Dejaba viuda y cinco
hijos, el menor de los cuales era Carlos.
¿Tan
largas son las heridas, hasta tal punto atraviesan incólumes el tiempo? ¿O quizá
no cicatrizan nunca? ¿O es que no hay nada más irreparable que la ausencia de
un progenitor, al que después se está condenado a buscar toda la vida? Carlos
lo ha buscado en la memoria de su madre, en la de sus hermanos, en la de los
amigos, en la de la Historia… y en su interior,
que va más allá, porque la memoria de un poeta traspasa las limitaciones
personales. “Yo quisiera olvidar; porque los muertos/ no deben decirle a los
que viven…/ no deben proyectarse en los que viven”, escribió otro 24 de julio
de 1965 cuando él mismo se encontraba tras los barrotes del penal de Cáceres.
Resulta claro que no lo logró.
Luego el
dolor no se ha ido, sigue con nosotros como un fuego que achicharra bajo la
piel. ¿Ha sido entonces Zapatero el que lo ha atizado con su ley de Memoria
Histórica o es simplemente que se ha hecho justicia con personas como Carlos Álvarez,
que la sociedad, con su Memoria reparadora, los libera de alguna forma del peso
de la memoria personal, que, al aceptarse socialmente el Sufrimiento que nunca
fue aceptado, se mitiga en cierto modo el sufrimiento íntimo? De ahí la razón
de actos como el de mañana ante lo que queda de la prisión provincial granadina
en homenaje a los presos republicanos y demócratas que fueron encerrados desde
1933, fecha de su apertura. Entre quienes tuvieron el triste honor de
estrenarla, Alejandro Otero y mi propio tío, Gregorio Morales Linares.
No, no
hay nada gratuito. Cuando en un momento histórico se ha hurtado de una parte,
en otro esa parte es compensada. La Historia siempre hace justicia. Lo triste
es que lo haga a bandazos. La única forma de evitarlo es reparar sin odio y
compasivamente. Estoy seguro de que, al expresar el pasado jueves la efeméride,
Carlos Álvarez estaba dando voz a los cientos de miles que han ido muriendo con
sus recuerdos reprimidos para no exponerse, encima, al escarnio público. “¡Hoy
mataron a mi padre!”, clamo en alta voz junto a Carlos.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 29 de julio, 2014