El poeta y novelista Fernando de Villena
Fernando de Villena, revolucionario
“Te aseguro que la obra de San Juan de la Cruz puede considerarse mucho más subversiva que la de ningún otro autor de la Literatura Española”, afirma el protagonista de la última obra de Fernando de Villena, “Historietas de Bernardo Ambroz” (Port-Royal), lo que nos indica que el novelista ha traspasado los límites de las apariencias para aprehender lo invisible. Pues si hay un poeta de lo invisible, ése es San Juan de la Cruz.
Frente a él, los poetas considerados tradicionalmente subversivos palidecen. Lo que es más: poetas fascistas y rojos quedan igualados en sus intenciones, pues ambos perseguían la transformación de lo visible, de las circunstancias sociales, de las relaciones de poder. Unos confiaban en el Comunismo. Otros, en la Iglesia. Ambos, en lo rotundo, en los dogmas terrenos, en los castigos, en la propaganda. Y ambos ignoraban el gigantesco poder de lo inmaterial.
Fernando de Villena no lo ignora y por eso, con su último libro, breve, conciso, sin ambición, consigue sus mejores páginas, las más amenas, las más profundas. A los personajes los rodea un halo infinitesimal y poderoso. Son ellos y, a la vez, son más que ellos.
Cuando en la decadente sociedad occidental las personas reales parecen maniquíes, conforta que los maniquíes literarios parezcan personas reales. Y esto ocurre porque Villena ha entrado en el interior de los personajes y no los juzga. ¡Éste es el secreto de la gran literatura, del gran arte, de la vida plena! Ver las cosas como son. Así las ven los niños. Y por eso son felices. Los malos autores juzgan siempre. Los buenos, saben que, en lo hondo del más deleznable de los hombres, hay siempre algo que pide amor. Y amorosamente dan cuenta de ese amor. No de otra forma nos miramos a nosotros mismos, pues los errores que nos imputan los demás no pueden empañar la humanidad que sentimos en nosotros.
De ahí la ternura que rezuma el libro de Fernando de Villena que, siguiendo los pasos de Cervantes, nos construye un don Quijote y un Sancho Panza de los años 60, ambos viajantes por los pueblos de Andalucía, ambos enfrascados en aventuras que nos muestran que la España actual no es diferente de la que retrató Cervantes. Sólo basta una mirada cervantina, es decir, llena de piedad, para que la sociedad no resulte condenada, sino amada y comprendida.
Si Cervantes tenía a las novelas de caballerías como elemento generador, Villena tiene al Capitán Trueno y a Goliat, de los que Bernardo Ambroz y Juanito son trasunto. Como los héroes que animaron a los niños de los 60, ambos son los notarios de las fuerzas vivas, de sus vicios, de sus felonías, de sus insensateces. Bernardo Ambroz es cabal, leído y noble, con una señora lejana pero presente, igual que el capitán Trueno. Juanito es falto de instrucción, comilón y concupiscente, aunque también noble, como Goliat. ¡Qué divertidas y entrañables aventuras ha conseguido Fernando de Villena!
El libro sabe a poco. Uno apetece más. No cabe duda de que el autor ha creado una saga, y que estas “historietas” deberían tener continuación. En ellas están todas las virtudes de Fernando de Villena y ninguno de sus defectos, por lo que ésta es la obra más acrisolada de nuestro autor. Villena se ha encontrado a sí mismo y ahora ya no necesita demostrar ni perseguir nada. Le basta con darse. Y así nos hace este delicioso regalo. Ha comprendido que no luchar es más revolucionario que hacer la guerra. Es decir, se ha hecho con el formidable poder de lo invisible.
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