«Vivimos una
epidemia de dislexia. El remedio son las pastillas Antonio Enrique»
Portada de la novela de Antonio Enrique "Rey Tiniebla" (editorial Almuzara, 2012) |
Pastillas Antonio Enrique
Unos laboratorios de Córdoba acaban de sacar al mercado un
producto que neutraliza la expresión lela, el discurso insuficiente, los
comodines lingüísticos y los eufemismos payoyos. Son unas píldoras que los médicos
deberían recetar a los políticos de lenguaje estereotipado, a los maestros que
sólo han leído apuntes, a los estudiantes que jamás tocan un libro, a los
periodistas desecados por los manuales de estilo, a los presentadores
televisivos apresados por muletillas… Todos deberíamos tomar diariamente una de
estas grageas cuyo nombre comercial es “Antonio Enrique”.
Estas
pastillas que deberían recetar los médicos sólo las venden en librerías. Y
Antonio Enrique no es un químico, sino un consumado escritor que acaba de dar a
luz una sorprendente novela, “Rey Tiniebla”, tan bien narrada y con las
palabras tan justas y tan nítidas, que valdría por un largo teorema matemático.
Un placer que ya se cata poco esta riqueza en las oraciones, la belleza de su
compás, el gong ritmado de los pensamientos, la exactitud de los términos.
Frente a esta prosa, hay que descubrirse.
He aquí, en
estas píldoras sobre papel de los laboratorios Almuzara (otros los llaman
editorial, pero deben de ser unos laboratorios si publican libros así), el
antídoto contra el español que se nos cae a trozos, que es despreciado en
España por los nacionalismos históricos, hecho trizas por la dejación de las
élites, deshidratado por la clase política beata. Ya no lees una crónica en un periódico,
una información en un teletexto, una noticia en Internet, que no esté trufada
de repeticiones, de abstrusas perífrasis, de términos vagos, de faltas de
concordancia, de asmática cojera. ¡Pobre español de España! Pero al leer a
Antonio Enrique, se rompe el maleficio. Te tomas sus píldoras y los balbuceos
van disminuyendo, el lenguaje comienza a fluir, y poco a poco se impone en todo
su poder.
Huyamos del lenguaje esterilizado.
Es necesario servirse de la riqueza del español. Hay que regalar palabras
viejas que hoy resultan nuevas. Hay que regalar este libro de Antonio Enrique
porque su belleza suscita la curiosidad y la emulación, y entonces queremos
parecernos a él, hablar aunque sea una cuarta parte de como él habla.
Inaplazable
reconquistar el español. No es gratuito que Antonio Enrique haya elegido como
protagonista al rey en cuyos dominios no se ponía el sol. En nuestro
castellano, tampoco debe ponerse el sol. Que ilumine desde el catedrático al
albañil, del mismo modo que esta novela está narrada por un mozo de condición
baja, pero de expresión alta. En Latinoamérica, las clases humildes y los
analfabetos hablan el mejor español del mundo.
En este
país, sin embargo, vivimos una epidemia de dislexia. El remedio son las
pastillas Antonio Enrique. En el envase “Rey Tiniebla” o en cualquier otro del
autor. Pídelas mientras aún te queden palabras. Si esperas, tal vez tengas que
hacerlo por señas.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 27 de marzo, 2012
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